10 Abril 2022

Por Fabián Soberón

Para LA GACETA - NUEVA YORK

Sergio Chejfec lee un libro en un café de la calle 20 oeste, en Nueva York. Ni bien cruzo la puerta veo la concentración en su cara. A modo de improvisada presentación, le pido disculpas por interrumpir la lectura. Levanta suavemente la cabeza, me mira silencioso y me dice, ¿Fabián?

Me siento. Me ofrece un café y me indica que debo pedir en la mesada. Habla de su vida en Venezuela. Repasa el autoritarismo del chavismo. Dice que había dos tipos de universidades: las de excelencia y las adictas al régimen.

Afuera el frío corroe el asfalto y la respiración. Sergio tiene estacionada la bicicleta a unos pasos de allí. Usa casco y unos guantes negros; me habla de sus paseos tranquilos y silenciosos, como si la bicicleta fuera un modo linterna, un método inocuo de salvación.

Luego, mientras recuerda lo que a veces exigen los críticos en las entrevistas, dice que no sabe quién es, que la identidad es un enigma, que no puede responder sobre lo que no tiene certezas y menos sobre sí mismo. Chejfec no es un escritor. Es un filósofo. En un instante, reflexiona sobre el lugar de la autoestima como una catapulta para la creación. Dice: “todos los escritores somos vanidosos”. Y agrega: “Tenés que ser un poco vanidoso para cuidar la escritura, ¿no?”.

Le muestro mi libro.

Lo mira despacio. Elogia el diseño. Agrega: “Te sumas a la larga tradición de escritores latinoamericanos que han escrito sobre Nueva York”. Y sonríe, como si se descargara en cada palabra.

Después de una hora, tranquilo, empuja la puerta y sale a la calle, inmutable.

Caminamos hasta su bicicleta.

Le refiero la impresión de Edgardo Rodríguez Juliá sobre las relaciones entre su libro Modo linterna y mi libro Cosmópolis. Escucha, interesado. Le cuento que Edgardo ha tenido la generosidad de recibirnos en San Juan, Puerto Rico, con la prodigalidad de un Virgilio en el paraíso caribeño, en la anómala y opuesta situación dantesca. Sergio asiente mientras recalco la buena voluntad de Rodríguez Juliá y remarco la a veces nula benevolencia de los colegas.

Le digo que también me ha hablado de él el crítico argentino Edgardo H. Berg. Le comento que Edgardo H. Berg ha escrito un ensayo notable sobre Modo linterna. Me dice que tendría que jugar “Edgardo” en la lotería.

Pegado como Pegaso al sol, al lado de la bicicleta, se pone el casco. Con invencible ironía, me dice: “Feliz Navidad y próspero Año Nuevo”.

Le digo que estaré en un avión la noche del 24 de diciembre. Ni se inmuta.

Se acerca y nos damos un abrazo.

Nadie sabe cuándo ni dónde nos volveremos a cruzar.

Nueva York,

23 de diciembre de 2017

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