En ¡Que viva la música! Andrés Caicedo nos ofrece una novela de iniciación, que tiene como protagonista y narradora a la tan rubia como acomodada joven María del Carmen Huerta, quien se dispone a compartir con nosotros todo lo que le pasó en apenas un puñado de días. Un camino de iniciación en la noche, pero no en una noche cualquiera sino en esas otras que devienen eternas, sin principios ni final, sin formas ni contornos. Esas noches que, como en el caso de la joven protagonista, duran casi una semana. Descubrirá la música, conversarán la salsa, el rock, Ricardo Ray y los Rolling Stones.
¿Aburrimiento, hastío, insatisfacción, curiosidad, rebeldía, sed de diversión? Un poco de todo eso motoriza a esta joven, que desde el vamos tiene una actitud beligerante contra su condición social, con el hecho de sentirse parte de una familia adinerada. Su primer intento lo realiza juntándose a leer junto a un grupo de jóvenes de izquierda El capital de Marx. El segundo, cuando decide “salir de rumba”, circunstancia que la llevará a abandonar el lujo y el confort de su casa de la avenida sexta hasta terminar prostituyéndose en los barrios bajos de Cali.
¡Que viva la música! es un monólogo en primera persona, una larga y poderosa catarsis de una voz femenina, aunque en el tramo final de la narración esa voz comienza a masculinizarse, para ofrecernos contornos más difusos. Una propuesta a desdoblarnos tal como le sucede a la protagonista.
En la novela aparecen todas y cada una de las fijaciones de Caicedo: el cine, la literatura, la música, las drogas, y el suicidio como única salida posible para no arribar a la tragedia de la vejez. Instancia a la que se debe evitar arribar para no traicionar al niño que alguna vez se fue. El ritmo de la narración que nunca nos da tregua (galopamos a la par de la joven en cada una de sus experimentaciones) alcanza su máximo de intensidad cuando el monólogo se transforma en manifiesto pro autodestrucción y anti vida adulta: “Que no accedas a los tejemanejes de la sociedad. Si dejas obra, muere tranquilo, confiando en unos pocos buenos amigos”. Y es en ese tramo final en el que las voces de Huerta y Caicedo terminan siendo una, permitiéndonos por una vez romper con aquello tan mentado de que no debe confundirse autor con narrador.
© LA GACETA
FLAVIO MOGETTA
NOVELA ¡QUE VIVA LA MÚSICA! ANDRÉS CAICEDO
(Seix Barral – Buenos Aires)