Carlos Fara
Presidente de Fara Veggetti, consultor político y especialista en Opinión Pública
Terminé de escribir una columna de la que estaba satisfecho el jueves 1 a las 21. Unos minutos después no servía para nada. Tenía mis propios pensamientos y sensaciones sobre el hecho, pero como siempre doy por supuesto que puedo estar equivocado, preferí escuchar a los demás antes de sentarme a elaborar algo que no sea más de lo mismo, que cumpla su rol de análisis de la coyuntura y que sea respetuoso. Una tarea medio imposible.
Para el 99% importa lo que pasó, pero ya no importa lo que pasó. Cada segmento quedará atrapado en sus propios prejuicios. Son así las sociedades contemporáneas, aguijoneadas por lo que sucede en las redes sociales. Lamentablemente o por suerte no sabemos mucho sobre cómo hubiera impactado este tipo de situaciones sin redes. Es contra fáctico. Podemos sacar conclusiones sobre diversos momentos de la historia a través de ciertos hechos objetivos, pero no con todos los instrumentos que poseemos ahora. Parece que en 1916 la mayoría finalmente quería un cambio para destronar a la oligarquía que había transformado la Argentina. Parece que en 1946 la mayoría quiso que apareciera un movimiento político nuevo, porque en la plaza del 17 de octubre de 1945 había mucha gente, pero no sabíamos si eso representaba al 54% de los votos masculinos. Y en 1983 otra mayoría le dijo al peronismo que mejor se tomara un período de reflexión. Insisto, todo eso pasó sin redes sociales, ni encuestas on line, ni nada parecido.
La acumulación de estudios coincide en que Cristina Fernández de Kirchner arrastraba una alta imagen negativa hasta el jueves pasado. Qué pasará luego es difícil de decir. Porque la foto social de los días siguientes estará bajo el efecto de la conmoción. Por lo tanto, no queda otra que esperar el paso del tiempo para ver cómo procesa la ciudadanía este evento. Si alguien quiere anticipar algo, entra en el terreno de las conjeturas. ¿Esto la convierte a Cristina en candidata a presidenta? ¿El atentado la favorecerá como la muerte de Néstor? ¿La favoreció mucho el fallecimiento súbito de su esposo? ¿Sin ese hecho luctuoso, ella no hubiese ganado la elección de 2011 con el mayor porcentaje de votos desde el regreso a la democracia?
Trataré de ayudar al lector o lectora a reflexionar a partir de estas preguntas, aunque no estoy seguro de lograrlo. Debe empezar por tomar en cuenta tres cosas:
• En la opinión pública hay efectos de corto y de largo plazo, de modo que no es automático que una conmoción se prolongará en el tiempo.
• Las crisis que dejan huella permanente son aquellas que afectan alguno de los principales clivajes de la sociedad; si no, tienen un efecto coyuntural, que se desvanece con el tiempo. Por eso, las crisis económicas son claves para explicar un traslado sustancial de votos entre opciones políticas. 1989 y 2019 son dos ejemplos obvios.
• Ante sucesos desgraciados, la primera reacción social es de solidaridad con la víctima. Por ejemplo, Carlos Menem con la muerte de su hijo.
Ahora estamos en crisis económica severa. Si no, no hubiese llegado Sergio Massa al cargo de súper ministro. En 2010 -cuando fallece Néstor- la Argentina superó el 9% de crecimiento, y el año siguiente estuvo apenas por debajo. O sea, la economía volaba, con mucha menos inflación y un dólar accesible. No es lo que pasa en 2022.
El segundo punto es que la imagen de Cristina y su gobierno estaban claramente en alza en 2010, antes de que Néstor fallezca. La muerte le dio un plus favorable de imagen positiva, pero no es la explicación de su abrumador triunfo. Hubiese ganado de todos modos.
El tercer tema es que ahora Cristina ya está en una situación de desgaste estructural que, salvo que la economía haga un rebote sensacional, es difícil que ella reflote pese al lamentable hecho del jueves a la noche. Solidaridad y conmoción no se transforman en votos, al menos no automáticamente, y tampoco hay garantía de que el efecto perdure 14 meses.
El cuarto punto es el contexto en el que se produjo el hecho. Al “Vialidad gate”, se sumó el “vallas gate”. Sobre llovido, mojado. El ánimo venía tan caldeado que ahora todo despierta sospechas de ambos lados de la grieta.
Con todo esto ¿acaba de nacer la candidatura presidencial de Cristina 2023? Puede ser. Ya era una hipótesis desde que hace varios meses, y esto lo puede consolidar. De todos modos, ella sabe jugar a dar sorpresas, de modo que es difícil que lo decida ya (y menos aún que lo anuncie), por mucho operativo clamor que haya. ¿Por qué delataría su estrategia tan temprano? Más allá de eso, en un oficialismo casi sin candidatos --salvo que Massa se luzca- tampoco sería una gran novedad que la jefa política del espacio también sea candidata.
El hecho del jueves 1 a la noche y una eventual candidatura presidencial de Cristina no es inocuo para el resto del espectro político. El contexto alimenta a los halcones de ambos bandos, y lo pondría a Mauricio Macri a entrenar más fuerte para quizá disputar la final del Super Bowl. El juego quedaría nítidamente definido. Blanco o negro. Izquierda o derecha. Dios o el diablo.
Pero… siempre hay un pero. Recordemos que estamos transitando el momento de mayor rechazo de la grieta desde 2015. Entonces ¿tienen los halcones la garantía de que se adueñarán del debate político en la Argentina? ¿o de tanto tironear el escenario dejará de ser de dos para convertirse en uno de tres? ¿será el fallido atentado el gran catalizador para que haya una mutación estructural?
Epílogo. ¿Alguien tiene la culpa de lo que pasó? Todos y nadie. De ninguna manera podemos excluir la responsabilidad individual del atacante, pero es cierto que todo tiene un contexto. Nadie tiene por qué callarse la boca sobre lo que piensa sobre cualquier tema. Lo que no debe es excluirse de la responsabilidad de alimentar un contexto. No le podemos pedir a la tribuna que no se excite cuando los jugadores se agarran a trompadas en el campo de juego. La crisis está mostrando lo peor de nosotros.