En el mundo de las startups existe un acuerdo sobre el ciclo de vida que suelen tener este tipo de emprendimientos relacionados con la tecnología. La mayoría de los fondos de inversión suelen considerar cinco momentos clave en el crecimiento de estos proyectos que se resumen en: etapa semilla, cuando se pone en marcha el proyecto y se busca obtener un producto mínimo para evaluarlo en el mercado; etapa temprana, cuando se obtienen los primeros resultados del mercado y se busca mejorar el producto; etapa de crecimiento, cuando el negocio escala; etapa de expansión, en el que se busca llegar a nuevos mercados o globalizar el negocio; y etapa de salida, cuando se vende la empresa o comienza a cotizar en bolsa.
Sin embargo, donde no existe tanto consenso es en los momentos de crisis de estas empresas y menos aún cuando ya no son pequeños emprendimiento de garaje, sino enormes compañías multinacionales con miles de empleados y mucho poder en el mercado. Es por eso, que resulta tan inquietante observar con detenimiento lo que está pasando con la crisis que afrontan hoy dos de las empresas que supieron ser las protagonistas de la era dorada de las redes sociales: Facebook y Twitter.
Meta, la compañía que desarrolla Facebook, atraviesa tiempos difíciles desde hace más de un año. Escándalos vinculados con la privacidad de los datos de los usuarios impulsaron que la compañía no solo cambiara de nombre, sino que además anunciara un fuerte viraje en sus planes de inversión, apostando al metaverso con un horizonte que todavía no convence a sus inversores. La semana pasada, ese clima de crisis golpeó a un 13% de sus empleados, quienes fueron despedidos de la compañía. Más de 11.000 ejecutivos fueron desvinculados y según habían anticipado desde la empresa, la decisión surge con el objetivo de centrar la inversión en “áreas de alta prioridad”. El mismo día de los despidos, Mark Zuckerberg sostuvo que él era el responsable de esas decisiones y como así también del momento por el que atravesaba la empresa que supo ser la red social casi por naturaleza. “Quiero asumir la responsabilidad por estas decisiones y por cómo llegamos aquí. Sé que esto es difícil para todos, y lo siento especialmente por los afectados”, dijo Zuckerberg.
Pocos días antes del golpe de Meta, fue el nuevo dueño de Twitter, Elon Musk, quien despidió a la mitad de su personal con el argumento de que la compañía perdía u$s 4 millones diarios. La obsesión del hombre más rico del planeta por la red social culminó con su adquisición, pero lejos de las expectativas creadas, hoy la empresa atraviesa uno de sus peores momentos financieros. “La declaración de bancarrota no puede descartarse”, dijo Musk en una reunión reciente con el personal de la sede central en San Francisco.
Como nunca, la grave recesión que afecta a Estados Unidos ha golpeado a las empresas tecnológicas que supieron tenerlo todo en los últimos diez años y que con su poderío llegaron a transformar el mercado de la publicidad y las formas a través de las cuales nos comunicamos. Pero esta explicación de tipo económica es solo una parte de la historia.
“Las redes sociales ya están muertas”, dijo por estos días Vice, uno de los medios de mayor referencia para el mercado tecnológico de Estados Unidos. El autor del artículo, Edward Ongweso Jr., sostuvo que si bien pueden seguir funcionando, las redes ya nada tienen que ver con las plataformas que conocimos en la última década y que nada ha quedado del componente social que supieron tener en su momento. Lo que queda ahora son plataformas que proponen otros modelos de interacción, como TikTok o Youtube, que si bien atraen a las audiencias más jóvenes, ofrecen un modelo de transmisión “esencialmente unidireccional”. La crítica de Ongweso fue brutal. Sostuvo que las plataformas han privilegiado a los anunciantes y se han olvidado de los usuarios. Es por eso que hoy su audiencia experimenta una mudanza masiva hacia otros entornos, es decir, dejaron de encontrar valor, diversión y fundamentalmente conexión con sus pares.
Los algoritmos, en síntesis, quizás hayan pedido su componente orgánico. Había algo que nos resultaba atractivo cuando entrábamos a una red social y nos conectaba con otras personas, con sus éxitos o fracasos, con esas identidades que construían entre publicación y publicación. El ruido, evidentemente, nos espanta. Nuestro componente humano está dando algunas señales que muchos han ignorado y habrá que ver quien acusa recibo de dicha complejidad. En el medio, miles de profesionales se han quedado sin su trabajo y ese es el capítulo más amargo de esta historia.