Malos debuts mundialistas: de la derrota con Camerún a la épica rumbo a la final

Oman Biyik Oman Biyik

Oman Biyik salta hasta hacerse inalcanzable y cabecea, sin demasiada potencia, pero con precisión. Parece que la pelota es de Pumpido, pero se le escurre y viaja mansita hacia la red. Con ese gol Camerún da el golpe en el partido inaugural de Italia 90: derrota nada menos que al defensor del título. Bilardo se agarra la cabeza y parte rumbo al vestuario echando humo. Después confesará que si Argentina quedaba eliminada en la primera ronda, prefería que el avión se fuera a pique en el océano Atlántico.

Hasta aquí, ese había sido el peor debut de una Selección mundialista. Pero después se escribió la historia archiconocida: angustioso pase a octavos, milagro contra Brasil, penales “made in Goyco” y la maldición de Codesal en la finalísima con Alemania. Pura épica bilardista: de la derrota en la presentación a la marcha rumbo al anhelado séptimo partido, con mucho de Armada Brancaleone pero con el corazón maradoniano en la mano.

El antecedente sirve para trazar comparaciones. Nadie esperaba una derrota a manos de los africanos en Italia y nadie imaginaba perder con los árabes en Qatar. Pero todo es posible en el planeta fútbol, también que las historias marchen en forma paralela. ¿Será posible?

Esta fue la sexta caída de Argentina en un debut mundialista, pero hay diferencias. En Suecia 1958 Alemania fue el verdugo (1-3) de un equipo que fracasó rotundamente al punto de sucumbir por 6 a 1 con Checoslovaquia. Los alemanes, para más datos, eran los campeones reinantes. En el Mundial organizado por los alemanes en 1974 la Selección cayó en el primer partido contra un poderoso equipo polaco (2-3) que terminó tercero. Y en España 1982 a la Argentina de César Menotti la superó Bélgica (0-1), otro rival europeo difícil de roer. Queda el lejano antecedente del Mundial de Italia 1934, al que Argentina asistió con un equipo amateur y sólo disputó un partido, que perdió con Suecia (2-3).

Las estadísticas revelan entonces que perder en el debut no es ninguna novedad para la Selección. Claro que una cosa es ser superados por europeos de fuste y otra sufrir reveses sorpresivos ante rivales que, en la previa, pintaban para otra cosa. Como los árabes en la tarde de Lusail. La cuestión es cómo se dan las cosas después y, por eso, aferrarse al recuerdo de Italia 90 y su “notti magiche” para no resignar la confianza.

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