LA GACETA en Qatar: la noche en que Messi metió a Argentina en el Mundial

Fue un sábado de resurrección para la Scaloneta, que había quedado en la banquina más por errores propios que por virtudes árabes.

El festejo en las tribunas. El festejo en las tribunas.

No encontrábamos el camino después de un primer tiempo preocupante de la Selección. Se nublaba la vista y se achicaba el alma. Entonces el equipo empezó a ir para adelante, nervioso, sin demasiadas ideas. Los mexicanos retrocedían ordenados. ¿Qué hacer? Mirar a Messi, buscarlo, sacarlo de la muralla verde que lo asfixiaba. Y este Messi que está lejos de su mejor condición física, este Messi que no está dispuesto a rendirse por más que extrañe a los interlocutores adecuados, este Messi de 35 años impolutos de crack, quebró el partido y metió a Argentina en el Mundial.

Fue un sábado de resurrección para la Scaloneta, que había quedado en la banquina más por errores propios que por virtudes árabes. Resurrección futbolera a partir del zurdazo rasante inatajable para Ochoa. Ese gol significó el verdadero debut de la Selección en Qatar, el momento clave para empezar de nuevo. Messi hizo magia con el vértigo que lleva patentado desde niño y después se adueñó por completo del partido. Forzó faltas, manejó los ritmos, paralizó los corazones cuando quedó en el piso cerca del área, dio indicaciones, pidió la pelota y cuando Enzo Fernández liquidó el pleito le regaló un abrazo de capitán y de padre.

La Copa se reinicia para una Selección que padece un evidente, innegable, problema físico. Con jugadores lejos del cien por ciento en sus prestaciones, pero enteros desde la fortaleza grupal. El gol de Messi fue también un desahogo espiritual y una inyección de adrenalina. Ese equipo cansino, desnortado, incapaz de vulnerar a un seleccionado mexicano de mediocre para abajo, se acordó de sonreír. A partir del 1 a 0 defendió con otra convicción, recuperó la pelota con otra fe. Se vio distinto, desligado de las toneladas de cemento que lo inmovilizaban por culpa de la maldita tarde de la primavera árabe.

¿Y entonces? Entonces se viene otra final con los polacos. Esta victoria no asegura nada, desde los números sirve para igualar la segunda posición de la zona con Arabia, pero deja todos los escenarios abiertos de cara al próximo partido. Puede ser la gloria o Devoto, un clásico de la argentinidad; un karma que en cierta forma parecemos disfrutar. Esta cuestión de sufrir primero para celebrar más tarde. Y pensando en ese compromiso, que tendremos encima en cuestión de horas, Scaloni es el primero consciente de lo mucho que se debe mejorar.

Mucho se hablará de aquí al miércoles de la batalla contra Lewandowski y los suyos. Ahora, en esta noche de Lusail, corresponde permitirse el brote de felicidad. Es lo que vinieron a buscar los más de 30.000 argentinos que pueblan las calles de Doha. Es lo que se percibe a la distancia, en la tarde sabatina de la Argentina. Es lo mejor que tienen los Mundiales, esos instantes de dicha compartida que fluyen a partir de una victoria.

Lo logró Messi, por obra y gracia de una más de sus joyas. Ya casi no queda espacio en el arcón para guardarlas, pero Messi se empecina en seguir inventándolas. La página de la FIFA, al consignar el gol, fue contundente: escribió Messi GOAT (great of all times, el más grande de todos los tiempos). Se lo esperaba en el Mundial, este que él califica como su último baile, y emergió en el momento preciso. Cuando subía la marea y amenazaba con quitarle la respiración a la Selección, Messi sacó a flote el bote y después lo capitaneó hacia el puerto del triunfo.

Se van los hinchas del estadio. Pasó la medianoche en Doha, está claro que aquí nadie duerme. Argentina, finalmente, ha aterrizado en el Mundial. Lo que viene será igual de apasionante, de tenso, de decisivo. La Selección, con lo bueno y lo malo que va desplegando en Qatar, se ganó el derecho a mirar las cosas desde el lugar que le corresponde.

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