Josefina Fariña: la única que impulsó y sancionó el cupo femenino, pero jamás pudo usarlo

A los 69 años, la ex legisladora Fariña (1991-1995) denuncia la “deformación” de la medida que debía estimular la participación de las mujeres en la política de Tucumán. “¡No somos relleno de empanadas!”, añadió.

ELECCIONES / ARCHIVO LA GACETA ELECCIONES / ARCHIVO LA GACETA

La única voz femenina que introdujo y defendió el cupo para fortalecer a las tucumanas aspirantes a bancas de órganos legislativos, y votó por él en el recinto jamás pudo emplearlo para regresar a la Legislatura. La protagonista de esta paradoja, que bien podría ser una nota al pie de la historia de la política de Tucumán, es Josefina Fariña, quien a los 69 años, y pese a haberse jubilado, sigue activa en la función pública como directora de Inclusión Social de la Municipalidad de San Miguel de Tucumán.

Si bien recuerda que en su momento, 1994, fue una conquista inmensa, advierte que la práctica de casi tres décadas de vigencia del cupo terminaron opacándolo y vaciándolo de sentido. Fariña lamenta la “distorsión”. En ese plazo, por ejemplo, la herramienta de discriminación positiva nunca cumplió la meta del 30% de escaños parlamentarios femeninos.

Debido a la imposibilidad de ser reelegida de inmediato -limitación prevista en la Constitución de 1990 y eliminada en la reforma de 2006-, Fariña no se postuló como legisladora en el siguiente turno de 1995. Y, en las elecciones sucesivas, la ex directora de escuela manifiesta que rechazó sistemáticamente las ofertas para integrar las listas en segundo o tercer término -y cumplir con la exigencia del cupo-, e ir detrás de uno o de dos hombres que en los hechos corrían con ventajas para salir electos. “¡Nosotras no somos relleno de empanadas! El cupo ha sido no sólo deformado, sino que desconocen nuestra capacidad”, exclama con energía.

Una de las cosas que le fastidian es cómo la cuota privilegió el ascenso de parejas, hijas y hermanas de varones poderosos. “Yo luché por el cupo para las dirigentes, no para las portadoras de apellido”, expresa Fariña, que en 1994 era una especie de excepción a la regla: compartía la labor legislativa con otros 39 hombres en un cuerpo con 40 escaños. Durante una conversación telefónica, la funcionaria de la gestión del intendente saliente y candidato a vicegobernador Germán Alfaro lamenta que las listas de candidatos se hayan convertido en una “pyme” familiar, pero salva a la esposa de su jefe, senadora y postulante a jefa municipal de la capital. “A la única que respeto es a Beatriz Ávila”, asegura. Y esgrime que “Betty” fue ganando por derecho propio los distintos cargos que consiguió, como ella misma lo había hecho en su momento al llegar al Poder Legislativo.

“Nunca se quejó”

Al tiempo de propiciar la discusión sobre el cupo femenino, Fariña era identificada por su apellido de casada, “Fariña de Ceballos” o “Ceballos” directamente. Esa ya no es ella. “Hace 25 años que estoy divorciada. Soy Josefina Beatriz Fariña, pero me conocen con ‘el nombre comercial’”, bromea. Así la nombran en la Legislatura durante la sesión del 8 de septiembre de 1994, cuando aquella presentó y defendió el proyecto del cupo que salió adelante con el respaldo de 22 legisladores (la mayoría justicialista y algunas minorías) y la oposición de Fuerza Republicana (FR), todos hombres. Otra paradoja: Fariña había obtenido su banca con el partido fundado por el ex general condenado por delitos de lesa humanidad y ex gobernador, Antonio Domingo Bussi.

“La propuesta había ingresado días antes (precisamente el 2 de septiembre del 94). Con un grupo de mujeres abordamos a Julio Díaz Lozano (entonces vicegobernador y presidente de la Legislatura) y él lo firmó apabullado”, rememora Fariña. Aunque en teoría los votos del peronismo estaban asegurados, la directora municipal asegura que aquella fue “una pelea encarnizada”. Y agrega: “en el recinto, a mí me hicieron llorar por las cosas que decían. Ya no integraba FR por desavenencias con Bussi porque le pedía internas, no dedo, dado que estábamos en democracia”.

La decisión de Fariña de sumarse al bloque justicialista había aparecido en el debate sobre el cupo. El Diario de Sesiones de aquella reunión registra los cuestionamientos que el republicano Julio Mora dirige a la autora de la propuesta y cómo aquella estalla en llanto. “El legislador Mora conoce perfectamente mi trayectoria y mi militancia, y sabe bien por qué me retiré (de Fuerza Republicana) porque, al haber pedido la democratización y el derecho a ser elegida en una interna, lo que provoqué es que terminara con una bomba en la Legislatura. ¡Por el autoritarismo disfrazado que tiene FR de ser democrático cuando no lo es!”, replica la entonces legisladora.

Mora contraataca con un dardo inesperado: ensalza la figura de la peronista Teresa Felipe de Heredia, quien presenciaba la discusión en el palco como secretaria de la Mujer del Gobierno de Ramón Bautista Ortega. El bussista la define como una militante justicialista que “pasó por mucho, por muy malos ratos, y nunca se quejó”. En cuanto a Fariña, explica: “las lágrimas de una mujer siempre tocan la sensibilidad de todos, pero mucho mejor es creer en la verdad que en las lágrimas de cualquiera. Quiero dejar bien sentado que mi partido, FR, tiene un reverencial respeto por la mujer y que de ninguna manera quiso ofender a ninguna”. Y dice: “la legisladora Fariña de Ceballos se queja de que debió irse porque no fue tratada debidamente. ¡Tarde porque después de siete años viene a darse cuenta de que este es un partido que excluye, que es autoritario y que es prepotente! Yo le diría que razone, que piense que hay alguien por encima de nosotros que juzga nuestras conductas y nuestros dichos”.

Contra el codo borrador

El camino que desembocó en la sanción de la primera Ley de Cupo Femenino tucumana para que al menos haya un 30% de candidatas a cargos legislativos empezó para Fariña en 1989, cuando conoció a una de las grandes luchadoras por los derechos de la mujer que tuvo la Argentina, la militante radical fallecida Florentina Gómez Miranda. Inspirada en aquella maestra, abogada y política, la ex bussista siguió de cerca la batalla que permitió en 1991 incorporar la cuota de mujeres para los cargos del Congreso de la Nación: era la primera norma de este tipo adoptada en América Latina. “Participé de la sesión en la Cámara de Diputados. Me senté en el piso entre los dos diputados de FR, Alberto Germanó y Fernando López de Zavalía, porque no nos querían dejar pasar. Para que el cupo saliera, se unieron peronistas y radicales, pero había muchas dudas y temores. En un momento, (el entonces presidente Carlos) Menem interviene y ordena que los diputados de su bancada bajen al recinto”, evoca Fariña. Y enseguida precisa: “quiero reivindicar a Germanó porque él fue el único tucumano que nos apoyó”.

Con el entrenamiento recibido de parte de Gómez Miranda y otras militantes, como Irma Roy, Fariña se involucró en el reclamo de igualdad en Tucumán. “Siempre estábamos peleando por el cupo”, refiere. Y subraya que ella llegó “por sus propios méritos” a ser legisladora. “Yo salí por el Este. Me fue bien en cinco departamentos. A mí me costó mucho ganar el cargo: sos mujer y tenés que probar el doble. Por eso yo no quise ser candidata nunca más porque no voy a borrar con el codo lo que escribí con la mano”, promete.

Según su visión, la Ley de Cupo Femenino arrancó con el pie derecho gracias a la reglamentación que de ella hizo el Gobierno de Ortega. “Fue justa y se convirtió en modelo para el Norte argentino”, opina. Esa normativa dio lugar a que la Legislatura pasara de tener una legisladora (Fariña) en 1994 a las ocho electas en 1995 y a las nueve de 1999. “Pero, después, en la gestión de Julio Miranda y Sisto Terán alteran la reglamentación, y el machismo vuelve a fortalecerse en la integración de las listas. Esto fue muy doloroso”, comenta Fariña. Su memoria coloca en ese momento el punto de declive para la igualdad real de oportunidades que debía generar la cuota. En las siguientes elecciones, las de 2003, desciende a seis el número de legisladoras electas: el retroceso es del 30%.

Postales de Beijing

En 2015, casi al final del triple mandato consecutivo de José Alperovich, la Legislatura dio categoría legal a la posibilidad de considerar cumplido el cupo femenino con la inclusión de una mujer detrás de dos candidatos varones, y expresamente indicó que aquella medida de discriminación positiva no regía para “los cargos electivos unipersonales de gobernador, vicegobernador, intendente y comisionado comunal” (Ley 8.783).

Mientras tanto, en el resto del país ya se discutía la Ley de Paridad de Género sancionada por el Congreso en 2017, que otorga el 50% de las postulaciones a mujeres y obliga a intercalar postulantes de diferente sexo. Es la regla que también rige en 22 jurisdicciones provinciales: Tucumán y Tierra del Fuego son la excepción, aunque la observan para los comicios federales.

Ante una realidad de representación política desigual muy distante a la que había imaginado hace 30 años, Fariña se aferra a sus ilusiones. Se acuerda, por ejemplo, de que viajó a China para participar en la emblemática Conferencia Mundial de la Mujer de Beijing (1995) y que allí, entre muchas personalidades de la época, vio a Hillary Clinton. Son postales mentales que atesora de un tiempo en el que creía que el cupo podría ser una herramienta de cambio para la provincia.

“Somos más del 50% del padrón, ¿no es así? Elegimos, pero no somos elegidas. ¿De qué igualdad me hablan? Se llenan la boca con el cupo por hablar nomás”, interroga. Fariña posee más preguntas. La conversación que comenzó con una paradoja termina con la enunciación de otra: “con todos los acoples que hay, casi nunca sale una mujer. Fíjense que son poquísimos los casos en los que una candidata a legisladora va en segundo término. ¿Por qué respetamos la paridad a nivel nacional y no aquí?”.

Comentarios