El excéntrico señor Musk anunció que tiene los permisos para implantar chips en el cerebro humano. El Papa ha dispuesto que un cura villero sea el futuro arzobispo de Buenos Aires. Por ahí van los tiros.
Elon Musk ha sacudido al mundo cuando fabricó el auto eléctrico, cuando lanzó cohetes al espacio, cuando compró y desestructuró Twitter y cuando ingresó en el negocio de la inteligencia artificial que ahora escribe, razona y hace de asistente de vagos y de genios. En estos días se metió en la ciencia para introducir un robot dentro de nuestro cerebro. Así intentará curar un Ictus, ezquizofrenia o el Ela, enfermedad que alcanzó ribetes más populares con los padecimientos del ex ministro y senador Esteban Bullrich.
En esas hipótesis anda dando vueltas buena parte del mundo que además mira azorado cómo las armas nucleares empiezan a ser moneda corriente a raíz de una guerra que ya aprendimos que está lejos, pero que sus consecuencias están cerca.
El Papa Francisco dispuso que un cura villero (monseñor Jorge Ignacio García Cuerva) sea el futuro arzobispo de Buenos Aires. A Jorge Bergoglio lo zamarrean como si fuera un muñeco por el que los chicos se pelean en el jardín de infantes. Sin embargo, desde el nombre elegido para ser Papa hasta sus gestos siempre han mostrado una preocupación por la pobreza. Y la designación de García Cuerva es una metáfora de los problemas de nuestra Argentina. En el lugar más rico y opulento del país pone a un arzobispo que viene de transitar por las calles de la pobreza.
Un claro mensaje a la política argentina que además de todos los compromisos que tiene está en pleno proceso electoral. Es como si el Papa hubiera dicho sin ambages hay que ocuparse de la pobreza en la Argentina es la pobreza. Manos a la obra.
Es la economía...
Mientras en muchos lugares del mundo analizan cómo será el futuro aún con la sombra ominosa de la guerra, en nuestro país por fin ha quedado claro que el problema es la economía. No hay tutía.
La economía no logra ser el tema central del debate en la Argentina. Se habla de ella, se la padece, se la discute, pero nadie afronta el tema de una vez por todas. Tanto es así que el ministro del área no es un economista. Las discusiones en las que se trenzan los principales dirigentes son de egos. Después de un 25 de Mayo vestido con uniforme kirchnerista se analiza si la fórmula será Wado-Massa (Sergio o Malena) y sobre el ostracismo del diletante presidente de la Nación. Como, si ante la falta de claridad para dar respuestas se perdieran en las cosas secundarias sin detenerse en las principales.
En Tucumán, el 25 de Mayo siempre queda lejos. Es que en este país al que le cuesta ser federal (aunque la Constitución diga la contrario) seguimos discutiendo si fue más importante el 9 de Julio o la fecha de este jueves pasado sin poder asimilar que la Nación es el resultado de ambas gestas, guste o no.
Y, este 25 de Mayo los dirigentes estuvieron lejos. Fueron capaces de tocarse para estrecharse las manos como el protocolo lo indica, pero hasta ahí llegaron. Bajo el mismo techo de la Catedral, el gobernador, el vice, miembros de la Corte, el intendente de Capital y muchísimos dirigentes y candidatos que allí estaban no pueden compartir un café.
El ruego eclesiástico
Si a esta altura de las circunstancias han llegado de esa manera es difícil que puedan actuar en consecuencia de lo que el obispo auxiliar Roberto Ferrari en la Homilía del jueves: “Rogamos a quienes poseen mayores responsabilidades que tengan la grandeza de pensar en el sufrimiento de muchos, más que en los intereses mezquinos. La gente necesita recibir propuestas concretas y realistas más que soluciones tan seductoras como inconsistentes. También espera que se sienten a escucharse y a discutir con respeto hasta encontrar puntos en común”.
¿Cuál será el objetivo central cuando se escriben estos textos? ¿Se lo hará pensando en un mensaje ideal propio del deber ser; en una forma de señalar formas correctas de proceder; en formalizar un pedido que se ha escuchado de la feligresía? Debe ser frustrante que a esas palabras se las lleve el viento. Por lo general, pareciera que no son oídas estas cuestiones.
Precisamente, los principales dirigentes de la provincia llegaron al Tedéum después de trenzarse en una discusión referida a la droga. Curiosamente, se trata de una cuestión en la que ningún dirigente podría mirar para otro lado o hacerse el tonto al respecto. Sin embargo, hubo palabras acusatorias de unos a otros.
En un programa televisivo de LA GACETA el candidato de Juntos por el Cambio advirtió su pesar porque se repartía droga a cambio de votos. Sobre la repregunta del periodista a su aseveración respondió que eso era lo que se decía. Con habilidad, el propio gobernador de la provincia indicó que si tenía pruebas hiciera las denuncias del caso. El vicegobernador envió a algunos esbirros a que salieran a la parada y atacaran al hombre que había abierto la polémica. Por su parte, Osvaldo Jaldo luego de los escarceos, admitió que era un tema que debía tener una resolución conjunta. Imposible. La desconfianza es tal entre dirigentes que no sólo no pueden seguir el ruego de una homilía, menos aún admitir una convocatoria de este tipo.
Hace un tiempo cuando se había detectado que había legisladores consumiendo, la respuesta del poder fue están enfermos y listo. No se buscó ni indagar ni profundizar en lo que pasaba. Hoy la campaña central del candidato a gobernador es mostrar qué se hizo con el narcomenudeo y como dijo el candidato a vicegobernador Germán Alfaro “que digamos que no hay droga es mentirnos entre nosotros”.
Encontrar una solución al problema está tan lejos como los propios dirigentes políticos –del partido que sea- de los ciudadanos. El “dealer” que maneja la droga se ha convertido en un personaje tanto o más importante que el propio puntero político del barrio. Es el sheriff que puede poner orden y evitar una cuestión de violencia y también puede ser el “curador” que consigue el medicamento que hace falta a cualquier hora. Pero también es el proveedor de la muerte y la violencia si alguien desobedece o simplemente consume.
La cuenta regresiva
Faltan 14 días para los comicios tucumanos. Es difícil que los ciudadanos puedan decir exactamente qué votan cuando votan. Hasta ahora los candidatos hablan y los votantes van a decidir. Muchos –más de lo que usted lector puede imaginarse- no lo harán en libertad. Algunos porque tienen negocios con el poder, otros porque algún trabajo los condiciona y no falta aquel que ya ha recibido algo por el voto. Es parte de la corrupción y del debilitamiento de las instituciones democráticas. No obstante, con todas sus dificultades y deformaciones es el ciudadano el que dentro de dos semanas definirá la delegación del poder.
Mientras Elon Musk lleva al paroxismo a la inteligencia artificial y a la tecnología, en Tucumán nos cuesta imponer el voto electrónico que figura en la Constitución que todos muchos de los candidatos juraron hacer cumplir. Pero lo de la Constitución es simplemente un discurso que se acomoda según las necesidades como la libre interpretación de una texto o de una novela. Puede servir para perpetuarse en el poder o para ponerle límites, pero a unos y otros les cuesta respetarla. Para no quedarnos en la Carta Magna provincial basta con revisar la nacional que, en 1994, les dio a los políticos dos años para establecer un régimen de coparticipación. El año que viene se cumplirán 30 años de aquella promulgación y aún a los gobernantes de cualquier signo les viene bien que las provincias argentinas sean rehenes del mandante de turno y no territorios libres.
Son todas estas hipocresías las que alejan a los ciudadanos de los dirigentes que por la desesperación de enriquecerse o por la ignorancia de no saber qué hacer terminan degradando la democracia. Por esa misma razón las encuestas mienten en público y se sinceran en privado e igualmente hay muchos candidatos saben que no van a salir pero se prestan al juego democrático para ver qué ventajas pueden sacar. Por eso en el cuarto oscuro se encontrarán dobles candidaturas, por ejemplo.
Está claro que ni los autos que se manejan solos ni los chips cerebrales ni la guerra forma parte de la agenda tucumana. No se trata de soñar con un progreso cuando la pobreza se apodera de la inteligencia. Pero tampoco en las campañas aparecen candidatos leyendo libros o repartiéndolos para que el futuro la cultura o la educación ayude a encontrar soluciones.