Cristina Bulacio: “Ser libre es poder pensar de otra manera”

La destacada pensadora y escritora tucumana será distinguida, el próximo viernes, con el Premio Paul Groussac como personalidad destacada de la cultura, otorgado por la Fundación Cartier y la Alianza Francesa de Tucumán. “El buen alumno es el que cuestiona”, sostiene.

Cristina Bulacio: “Ser libre es poder pensar de otra manera”
09 Julio 2023

Cristina Bulacio me espera a las cuatro de la tarde en su departamento soleado en frente a la plaza donde los árboles extienden sus ramas larguísimas hacia el cielo tucumano. Su presencia, su voz teatral, su dominio escénico llenan de metafísica el ambiente. Ella, profesora por 40 años de la UNT, investigadora, autora de varias obras de cariz filosófico, entre ellas muchas que indagan en los coqueteos entre Borges y la antropología. Animadora incansable de talleres borgeanos en los últimos años, se abre a la charla en ocasión de su próxima distinción.

-¿Cómo eras de niña?

- Era muy traviesa porque tenía hermanos mayores que eran muy buena gente. Yo en cambio era muy inquieta y muy ruluda. Entonces mi madre me agarraba de vez en cuando de los rulos para que me portase bien. De hecho, parece que mi sexto grado fue flojo y entonces mi madre le contó a una tía, referente de la educación, que evaluaba sacarme del colegio, algo que se solía hacer en ese tiempo, en esos casos. Mi tía le aconsejó que no lo hiciese, que me inscribiese en la secundaria. Yo escuché la conversación y eso me motivó a cambiar. Terminé con el más alto promedio.

- ¿Tenés recuerdos de cómo se despertó tu gusto por la filosofía?

- Yo notaba que mis amigas pensaban diferente. Me acuerdo de que la profesora de filosofía de primer año era muy mala docente, por lo que los compañeros se retiraban del curso durante su clase. Yo era de las pocas que se quedaba tomando apuntes porque ya la filosofía me encantaba aunque no había penetrado en el corazón del asunto. Pero esa pregunta de carácter general y amplia sobre la vida, el universo, sobre los otros, me inquietaba desde entonces.

- ¿Cómo fueron esos años universitarios?

- Cuando entré a la facultad, a los 17 años, encontré amistades que hablaban parecido a mí. Lo mío era una inquietud por esa abstracción del pensamiento que no sabía cómo se iba a canalizar. Tuve la suerte de tener los mejores profesores de la facultad que me formaron con bibliografía francesa, porque ese momento París era un centro de atracción. Nosotros leíamos a Sartre, Merleau Ponty y tantos otros. Éramos muy poquitas en la carrera y sentí entonces algo que sigo sintiendo: esas lecturas me hacían crecer, eran como un viaje, agrandaban mi espíritu. Íbamos y volvíamos de la facultad con mis compañeros hablando de filosofía. Entonces era muy chiquilla y no salía de fiesta todo el tiempo porque me gustaba quedarme a leer, y quedarme a pensar. Sigo en lo mismo.

-Habías encontrado tu lugar…

- En efecto, había encontrado mi camino. Mi padre abogado quería que estudiara Derecho, y me ofreció un regalo despampanante para que deje filosofía y estudie Derecho. No lo acepté y respetó tanto mi vocación que cada vez que yo rendía una materia en la facultad y me iba bien, me hacía un regalo. Con el tiempo me di cuenta de que me miraba con complacencia. Fue en esos años que apareció Borges en mi horizonte.

- Pensé que era más tardía tu pasión por Borges.

- Yo leía Borges por consejo de mis profesores. Me refiero a Genie Valentié, Roberto Rojo, Tota Parpagnoli, Lucía Piossek. Pero Borges no es filósofo. Lo he dicho siempre, Borges, un pensador. Entonces ahí empezó a aparecer un extraño nexo muy interesante entre filosofía y Borges. Borges como pensador latinoamericano.

- ¿Cómo llegaste a atar ese lazo entre Borges y la filosofía?

- Estaba preparándome para un concurso de la cátedra de Antropología filosófica y en el proceso descubro que lo mismo que estaba estudiando lo decía Borges en sus cuentos y poesías. Fui de las primeras que lo marcó porque que no se trataba de identificar a Borges con un filósofo sino de ver a Borges como un pensador hablando del infinito, del más allá, criticando la metafísica, hablando del lenguaje. Así fui entrando y tejiendo eso.

- Como tejiendo una manta…

- Me gusta la idea: tejiendo porque evidentemente cuando el pensamiento está tejido con otras cosas se presenta mucho más rico, tiene más aristas. De a poco me fui dando cuenta de que pensar me ayudaba a vivir.

-¿Y eso fue así? Porque a veces relacionarse con la búsqueda de la verdad hace las cosas más difíciles…

-Siempre he dicho que la lucidez es una carga; pero a pesar de eso, insisto, aprender a pensar enriquece el alma y los sentidos porque el pensamiento te ayuda a discernir.

-Y a ser libre…

-¿Te acordás lo que te dije en nuestra última conversación? Ser libre es poder pensar de otra manera. A mí la filosofía me instrumentó para pensar de otra manera. Es decir, puedo estar de acuerdo o no con mi interlocutor. Puedo no estar de acuerdo en absoluto pero tengo capacidad -que le debo al ejercicio filosófico- de entender lo que el otro me quiere decir sin sacarlo de mi presencia. Me parece de una pobreza total la grieta de pensamiento.

-Volviendo a Borges, ¿cuál es tu cuento favorito?

-“Las ruinas circulares”. Hay algo ahí en potencia que preanuncia la inteligencia artificial. El cuento tiene misterio. Se trata de un sujeto que se propone crear un hombre con su pensamiento y lo logra pero después de crearlo descubre que él mismo es soñado por otro, es decir, que no tiene una entidad sustancial fuerte. Se hace hincapié en la fragilidad. En la falta de sustancia…

-Algo así como que no somos pura originalidad, estamos sustentados en otras generaciones, somos repetición.

- Eso dice Borges, somos repetición porque leer para Borges significa escribir. Cuando habla del Quijote en “Pierre Menard, autor del Quijote”, hay un tipo que se llama Ménard que quiere volver a escribir el Quijote y escribe unas estrofas exactamente iguales al Quijote del siglo XVII pero no es así porque cuando lo escribe han pasado tres siglos y él ha cambiado, y entonces el Quijote de Cervantes ya no está más.

- ¿Cómo se lidia con lo cotidiano, con lo inmanente, ser madre, esposa, abuela, sin caernos en el pozo como Tales de Mileto mientras miraba el cielo?

-Tengo dos hijos y mi marido colaboraba muchísimo, así que no fue una carga especial. Tengo un recuerdo: debía terminar la tesis para recibirme de profesora y tenía un niño de un año y medio entonces lo sentaba en un sillón y yo me sentaba en el piso apoyando la carpeta ahí para escribir. Fue sacrificado pero al mismo tiempo tenía mucho amor por lo que hacía y creo que lo sigo teniendo.

- ¿Cómo evalúas tu experiencia docente?

- La califico de fantástica. Como profesora, tuve experiencias muy hermosas. Todavía me encuentro con los alumnos o me mencionan y ahora tengo otros alumnos en estos talleres que doy de Borges. Una experiencia hermosa.

-.¿En qué consiste para vos ser docente?

-Lo que tiene que hacer un profesor no es transmitir información, y hoy se lo ve muy bien, sino enseñar a pensar, mostrar desde dónde se puede pensar; es mostrar otros criterios. Cuando un alumno se hace criterioso o puede dudar es un buen alumno. Cuando el alumno acepta todo con los ojos grandes, ese no es un buen alumno. El buen alumno es el que cuestiona, el que critica, el que dice “no entiendo”.

-Mencionaste la inteligencia artificial como intuición borgeana “avant la lettre” en el cuento “Las ruinas circulares”. ¿Qué pensás del advenimiento de la Inteligencia Artificial? ¿No te da miedo que anule lo humano?

-No me da miedo pero estoy un poco desorientada. Me parece que es un mundo absolutamente diferente al que conozco. Lo miro, no desde afuera porque no puedo quedar afuera y felizmente no he quedado afuera, pero tampoco me puedo meter profundamente porque me supera; pero espero que no sea peligroso. Espero que los jóvenes puedan manejar esto a su gusto. Sobre todo para salvar la persona, para salvar el espíritu, que la tecnología no nos bloquee el espíritu, porque sería como bloquear la libertad, el sentimiento, el amor.

-Hablando del espíritu, ¿vos sos agnóstica?

-Me considero agnóstica porque el agnosticismo no es negar a Dios para nada. Es reconocer que no tengo la respuesta clara pero dejo abierta una puerta por si entrara la respuesta. Ese es el verdadero agnosticismo y yo creo que ateos no hay. Toda persona que piensa se ha planteado la pregunta sobre la existencia de Dios aunque diga “no creo”. Es como la apuesta de Pascal: apostar que Dios existe porque si no existe no pasa nada pero si existe pasa mucho para el espíritu.

© LA GACETA

PERFIL

Cristina Bulacio es doctora en Filosofía, fue profesora en la UNT y presidenta de la Academia de Ciencias morales, jurídicas y políticas de Tucumán. Es miembro de Honor de la Universidad San Pablo Tucumán. Entre sus libros se destacan Como el rojo Adán del Paraíso, Los escándalos de la razón en J.L.Borges, De Laberintos y otros Borges y Dos Miradas sobre Borges, este último junto con Donato Grima.

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