Por José María Posse
Abogado, escritor, historiador
El día 10 de julio de 1816, los actos empezaron a eso de las 9 de la mañana con una misa celebrada por un congresal: el sacerdote Castro Barros. Asistieron todos los diputados a los actos encabezados por el gobernador de la provincia, Bernabé Aráoz, el presidente del Congreso, Francisco N. Laprida, y el director supremo, Juan Martín de Pueyrredón. Todos ellos recorrieron las calles de manera solemne, recibiendo los saludos del pueblo en medio de una indescriptible algarabía. En la plaza esperaba la gente. Era miércoles pero parecía domingo. Unos con ponchos y botas, otros con galeras y chaquetas, escuchaban a los cantores que interpretaban cielitos y zambas que tenían como tema principal la independencia.
Durante las jornadas posteriores, se enviaron copias del acta, redactadas -aparte del castellano- también en quichua y aymará, a los cuatro puntos cardinales de los antiguos territorios virreynales.
La jura
La jornada fijada para la jura de la independencia fue el 21 de julio. Rememora “El redactor” que concurrieron a la sala de sesiones el gobernador Aráoz, el general en jefe del Ejército, Manuel Belgrano, el segundo jefe, Francisco Fernández de la Cruz, el cuerpo municipal -es decir, los integrantes del Cabildo de San Miguel de Tucumán-, sacerdotes del clero secular, miembros de las distintas órdenes religiosas de la ciudad y público en general.
Todos concurrieron con alegría y entusiasmo en el rostro, atento al importante acontecimiento que iban a protagonizar, el que “se verificó con toda la gravedad, decoro y circunspección, que a su naturaleza corresponde el juramento cívico de la independencia del país en los términos siguientes”, destacó “El redactor”.
La fórmula
Fray Cayetano Rodríguez nos proporciona la fórmula bajo la cual juraron, por primera vez, la independencia argentina, en San Miguel de Tucumán, aquel día. También bajo esta fórmula debían jurarla todos los habitantes de las Provincias Unidas: “¿Juráis por Dios N. Señor y esta señal de †, promover y defender la libertad de las Provincias Unidas en Sud América y su Independencia del rey de España, Fernando VII, sus sucesores y metrópoli, y toda otra dominación extranjera? ¿Juráis á Dios N. Señor y prometéis á la Patria el sostén de estos derechos, hasta con la vida y haberes y fama? Si así lo hiciéreis, Dios os ayude, y si no, Él y la Patria os hagan cargo”.
Después de haber prestado juramento los congresales, las autoridades y el público presentes - narra “El redactor” -periódico oficial del Congreso- quedó concluido este acto en todas sus partes. De ese modo, los ciudadanos de las nacientes Provincias Unidas en Sudamérica juraban, al igual que los congresales, defender la independencia recientemente declarada “hasta con la vida y haberes y fama”, al igual que lo hicieron los congresales, al declararla, 12 días antes.
Festejos
La jura fue celebrada con un baile que, de acuerdo con las memorias de uno de los asistentes, el general Gregorio Aráoz de La Madrid, se ofreció en la misma casa de los Laguna. Seis décadas más tarde, Paul Groussac requirió datos de la fiesta a quienes fueron testigos. De tantas referencias superpuestas, decía Ángel Arcadio Talavera: “sólo conservo en la imaginación un tumulto y revoltijo de luces y armonías, guirnaldas de flores y emblemas patrióticos, manchas brillantes y oscuras de uniformes y casacas, faldas y faldones en pleno vuelo, vagas visiones de parejas enlazadas, en un alegre bullicio de voces, risas, jirones de frases perdidas que cubrían la delgada orquesta de fortepiano y violín”.
Pero las crónicas concordaban en “proclamar reina y corona de la fiesta” a la “deliciosa Lucía Aráoz, alegre y dorada como un rayo de sol”. Todos quisieron bailar con la reina, que al final de tantas discusiones y propuestas monárquicas fracasadas en el congreso, fue la única que logró, con su belleza y encanto juvenil, poner de acuerdo a monárquicos y republicanos en proclamar, aunque sea por una noche, a alguien con un título real.
El pueblo llenó la plaza y entre fuegos de artificio, música y danza, se preparó un banquete en el que todos participaron. Esa noche, ricos y pobres celebraron por igual,
Maltrecho presupuesto
La acción y la diligencia del primer gobernador Aráoz resultaron de importancia clave para la normal realización del Congreso de la Independencia en nuestra ciudad, en 1816. El historiador Ramón Leoni Pinto la rescató, en sus investigaciones de los años 1970.
El maltrecho presupuesto de nuestra provincia soportó todo. Las otras alegaban su absoluta imposibilidad de contribuir. Además, Aráoz debía afrontar simultáneamente las enormes obligaciones derivadas del estado de guerra: atender los heridos venidos del Alto Perú primero, y luego a todo el Ejército del Norte, que llegó en retirada y se instaló en Tucumán el 24 de junio de 1816. En suma, bajo el mando de Aráoz, nuestra provincia llenó celosamente su deber. Fue un aporte más -generalmente olvidado- de los muchos que hizo Tucumán a la gestación de la patria.
El pueblo jura
El Congreso declaró la independencia el 9 de julio de 1816, el 21 fue el turno de las autoridades de jurarla y el 25 lo hizo el pueblo en el Campo de las Carreras. Allí habló Aráoz para recordar con entusiasmo y gratitud a los caídos en la crucial batalla librada cuatro años atrás.
Según los cronistas, unos 5.000 milicianos se presentaron en el Campo de las Carreras, donde cuatro años antes se había librado la más gaucha de todas las batallas en territorio argentino. Se presentaron a caballo, armados de lanza, sable y algunos con fusiles, todos con las armas originarias del país, lazos y boleadoras…
El británico Jean Adam Graner, testigo de esos días, escribió: “las lágrimas de alegría, los transportes de entusiasmo que se advertían en todas partes, dieron a esa ceremonia un carácter de solemnidad que se intensificó por la feliz idea que tuvieron de reunir al pueblo sobre el mismo campo de batalla donde cuatro años antes, las tropas del general español Pío Tristán, fueron derrotadas por los patriotas. Allí juraron ahora, sobre la tumba misma de sus compañeros de armas, defender con su sangre, con su fortuna y con todo lo que fuera para ellos más precioso, la independencia de la patria”.
Tumbas gloriosas
En el discurso de esa ceremonia, Bernabé Aráoz se dirigió a las almas de los héroes que yacían en dicho campo con el siguiente discurso:
“Valeroso Regimiento de Tucumán: a vosotros tan sólo se dirige hoy el corazón de Vuestro jefe y Gobernador. La majestad augusta de las Provincias ha decretado que somos una Nación libre e independiente. ¡Voz sublime, feliz y deliciosa! Su eco majestuoso ha despertado el hábito degradante de colonos, con que fuimos cubiertos y envilecidos por la horrenda mano peninsular. Los torrentes de sangre preciosa derramados por nuestros dignos hermanos en este glorioso campo, recuerdan que Tucumán y su campaña merecen el nombre de libres; su voz, aunque exhalada de entre yertas cenizas, os dice: Nosotros abandonamos nuestros padres, nuestros hijos, nuestras esposas, nuestros amigos y nuestro reposo: arrostramos peligros sin cuento: sufrimos penurias, hambres y calamidades de todo género; y al fin rendimos el último aliento, cubiertos de heridas, y teñidos enemiga y propia, dejándonos al morir el sagrado depósito de los derechos que acabáis jurar sostener, y a las aras del Eterno devotos consagráis. Sí, sombras queridas: amados compatriotas, que yacéis en éste campo de honor por puro amor a la Patria, descansad, que cuando una inmensa población ateste la felicidad de estas Provincias; cuando un grandioso y activo comercio desenvuelva los senos todos de su industria, y los llene de opulencia; cuando nuestro suelo sea el habitáculo de Minerva, y el mundo entero pregunte quién le causó tantos bienes, vuestros compatriotas, y compañeros de armas serán los primeros en contestar que a vosotros se debió. Entonces la gratitud general empeñará sus esfuerzos en corresponder vuestros sacrificios, respetando vuestras cenizas, socorriendo a vuestras esposas, amparando a vuestros hijos, e inmortalizando vuestro nombre. En nuestras glorias presidirá vuestra memoria: en nuestros contrastes servirá de ejemplo vuestra energía; y de las ventajas del país gozarán tranquilos vuestros sucesores. Y vosotros, carísimos compatriotas, bendecid la diestra mano que os conduce: corresponded con vuestra confianza a los desvelos infatigables que por vuestra dicha sacrifican gustosos los individuos que componen el Soberano Cuerpo Nacional. Reconoced, respetad su alta dignidad: deferid en todo a sus augustas resoluciones, que seguramente os conducirán al término suspirado de igualdad e independencia. Viva la Patria, Viva el Soberano Congreso”.