Ana Schneider: la primera difusora del folclore argentino

ASÍ LA DESCRIBÍAN: “Espigada, rubia, erguida, bella y suave”.

Para las generaciones actuales, el nombre de la folclorista simoqueña puede ser desconocido, pero en sus tiempos fue considerada una destacada autoridad de la música nacional. Elogiada por Einstein.

29 Octubre 2023

Por José María Posse

Abogado, escritor, historiador

En memoria del doctor Michel Isas, simoqueño de pura cepa.

En una meticulosa investigación del profesor monterizo Arturo D. Zelaya, se destaca a Ana Schneider de Cabrera como una de las grandes intérpretes y difusora de la cultura nacional a través del folclore en sus expresiones de música, canto y danza.

Sus padres fueron los inmigrantes alemanes Germán Schneider y Catalina Svien, naturales de Hamburgo, más precisamente del Curato de Altona. Se afincaron en Simoca, en la década de 1880. 1 Fue bautizada el 1 de Enero de 1888 en la iglesia y vice parroquia de Mercedes, Simoca, por el cura don Bernardino de la Zerda. Su casa paterna se encontraba en la intersección de las actuales calles 9 de Julio y avenida Belgrano.

Desde muy niña demostró cualidades artísticas y lingüísticas especiales. Por una niñera de habla quechua, aprendió mucho del idioma y cultura ancestral de los pueblos aborígenes, lo que la cautivó.

La propia Ana Schneider, manifestaba años más tarde:

“Recuerdo que cuando realizaba mis sesiones de folklore en las escuelas, solía relatarles a los niños cómo llegó a despertarse en mí esta pasión por el arte tradicional. Concurría a la escuelita campesina donde aprendí las primeras letras y allí conocí a un viejo agricultor del lugar, don Manuel Suárez. Tenía a la sazón 103 años y, a pesar de eso, era aún ágil de cuerpo y de mente lúcida… Su visita era como un regalo para nosotros porque nos relataba acciones gloriosas de la epopeya libertadora de Belgrano…

Cuando no había lecciones de historia patria, era yo la peregrina que iba hacia el viejo maestro, y poniendo una guitarra entre sus manos obligaba a sus dedos entorpecidos por los años y el rudo trabajo, a recordar viejas tonadas que él aprendiera de sus mayores. Y ya fuera hablando de patria o haciendo escuchar viejos cantares y aires de danzas de la tierra, que son también trozos sagrados de historia, el viejo Suárez, con su estampa recia de aborigen, vive en mi memoria y en mi obra”.

El sacerdote Segundo Contreras, párroco de la iglesia de Simoca, en una nota del diario LA GACETA del 12 de junio de 1947, recordaba a propósito que don Manuel Suárez, que era en efecto el último soldado sobreviviente del Ejército de Belgrano que triunfó el 24 de septiembre, contra el ejército realista, para los actos patrios utilizaba su gastado uniforme, del que se encontraban prendidas las medallas otorgadas en Tucumán y Salta.

Ana Paula (su nombre de bautismo), era adolescente cuando su familia se trasladó a Córdoba, por motivos de salud de su madre. Allí estuvo gravemente enferma y, durante tres años, privada de la vista, hecho que marcó su vida y agudizó su sentido auditivo, al punto de hacer que cada nota de su guitarra fuera especialmente afinado. Pasó luego a Buenos Aires. Empezó a estudiar guitarra con Hilarión Leloup y Ernesto de la Guardia, y se perfeccionó con el célebre Andrés Segovia.

Era, además, una estudiosa del folclore, al punto tal que Estanislao S. Zeballos la invitó a disertar en el Instituto Popular de Conferencias, desde donde convocó a preservar ese patrimonio.

Al mismo tiempo, empezaba su carrera artística integrando la compañía “Arte en América” -que dirigió con Alfredo Guido y Manuel Gómez Carrillo- quienes deleitaron al país con conciertos y recitales, y lograron enorme popularidad

El gran Albert Einstein, de visita en Argentina, asistió a una de sus presentaciones y le envió una carta llena de elogios.

Ya gozando de merecida fama, se presentó por primera vez en su Tucumán natal el 7 diciembre de 1921 en el teatro Alberdi. La expectativa era grande, Schneider venía precedida del reconocimiento nacional por sus virtudes para la guitarra.

El diario LA GACETA anotaba: “tanto la prensa porteña como la de provincias, testifican que se trata de una artista perfecta, lo que hace que exista mucho interés en conocer a nuestra comprovinciana... las vidalas y zambas, chacareras y bailecitos viven en su canto, con rumor de ternura y aromas de leyenda. Cultivadora del alma nativa, que vibra y se renueva en sus armoniosos cantos, ha sabido conquistarse una merecida fama que ha de rodearla de lauros en su carrera artística”.

En 1926, el gobierno nacional la comisionó para divulgar nuestra música en Europa. Dio aclamados conciertos en las principales capitales, que incluyeron grabaciones didácticas en La Sorbona. Participó, por encargo de la Liga de las Naciones, en la organización del Congreso de Artes Populares, que se reuniría en Praga.

Vuelta a la Argentina, continuaron sus exitosas actuaciones y conferencias: se presentó en el Teatro Colón, grabó discos, escribió. Actuó reiteradamente en Tucumán, y recorrió el continente estudiando su música, etapa que recogería en el libro “Rutas de América”. Publicó también “Danzas y canciones argentinas” y “Danzas y cantos del norte argentino”. En una de sus tantos escritos, volcaba sus impresiones: “Desearía llevaros, en viaje ideal por la amplísima meseta mexicana, tierra privilegiada de hermosura sin par, donde nuestro espinazo montañoso crea panoramas de ensueño. Haceros sentir, como me fue dable experimentar, la placidez de un “bohío” cubano, escuchando los murmullos de las palmeras y de la caña de azúcar; el encanto terrible de la selva tropical, donde el Amazonas es apenas un río niño y el indígena vive su primitivo ritmo. Caminar bajo el encanto de las estrellas que deslumbran y que parecen estar al alcance de las manos en la puna peruana, donde el silencio grávido de nostalgia es quebrado de pronto, por el quejido humilde y sollozante de la ‘quena’ milenaria. O sentir en el Titicaca la tempestad que amenaza abatir cerros titánicos cuando las barcas son juguetes del viento y de las olas del lago embravecido que quiere hacer comprender su temple de mar agitado a las alturas de las nubes. Y la blanca Arequipa al pie de sus volcanes, la tierra del amoroso “yaraví”, o el Cuzco arcaico, donde sobreviven junto a muros milenarios -testigos de acontecimientos trascendentales- los descendientes directos de los hombres cobrizos de ayer.

También la bahía de Paracas, cuna de una cultura indígena superior; Potosí con sus cerros de pura plata, o Quito, la ciudad diáfana y riente: el misterio obscuro del Tiahuanaco; los alegres y feraces valles chilenos, paisajes todos que yo he visto, valles y mares que he surcado, alturas que escalé, colinas a las que me he asomado, panoramas disímiles, pero en el fondo unidos por profunda influencia telúrica.

A menudo era harto ruda la jornada, pero mi afán de saber me daba impulso y renovado brío. Ahora traigo mi cosecha. Cosecha sonora con sabor a siglos, en ocasiones. Ritmos olvidados; palabras que ya no se murmuran, todo lo que alguna vez fueron culturas tan originales, en el arte plástico, en música, en organización social”.

En su trayectoria se cruzaron figuras de la talla de Andrés Chazarreta y Atahualpa Yupanqui. Fue figura iniciática de la radiofonía argentina y realizó grabaciones con el sello Odeón.

Volviendo a su Tucumán natal, la reconocida folclorista fue la primera gran figura que presentó en su cartelera la flamante radio Aconquija. Su primera actuación se produjo en la noche del 16 de noviembre de 1937, apenas 48 horas después de la inauguración de L.V.12 el domingo 14. LA GACETA informaba: “los radioescuchas de Tucumán y las provincias vecinas captaron las ondas de la emisora con el anhelo de oír a la folclorista, que ha llegado a su terruño después de algunos años de ausencia, tiempo que ha empleado en surcar mares y ascender montañas captando las bellezas emotivas de la música popular indoamericana”.

El cronista expresaba: “no es una folclorista de laboratorio. Ha viajado mucho por tierras de Europa y de América observando, estudiando y captando las bellezas que solo se encuentran en la música popular”.

La guitarrista señaló por entonces: “la canción de nuestra tierra es un factor emotivo que entra en juego en el desarrollo de nuestras facultades intelectuales y morales; es emoción que fecunda nuestra vida con su aliento cálido y pleno de ternura”.

Además el comentarista expresaba: “con su voz dulce y suave canta con ternura las vidalas argentinas, los caluyos bolivianos, los yaravís peruanos y toda la música indoamericana que ella siente como pocas a pesar de su ascendencia europea”.

También destacaba que nunca había olvidado sus raíces ni su ciudad natal, Simoca. “Es una tucumana de ley”, remarcaba. La describía: “espigada, rubia, erguida, bella y suave”. Y agregaba que cantaba con la expresión más pura del arte nativo. Ponía de relieve que en los escenarios europeos, en las tribunas de las universidades americanas y ante los micrófonos de las estaciones de radio ha recordado siempre con emoción y cariño al Tucumán de los azahares, los tarcos y los lapachos.

La concertista también actuó en la porteña L.R.1 radio El Mundo. A su regreso al país tras algunos años de ausencia, ya viuda de Cabrera, se casó en segundas nupcias con el conocido hombre de prensa Octavio Palazzolo, y juntos redactaron el Estatuto del Periodista.

Falleció en Buenos Aires, el 15 de mayo de 1970. En 1989, sus cenizas fueron trasladadas a Simoca, donde se depositaron en el jardín de entrada de la Casa de la Cultura Ángel Leiva. Una calle de esa ciudad recuerda su nombre.

Comentarios