En Davos, Javier Milei pudo haber desarrollado lo mismo que planteó sin adoptar una pose de catedrático cuando, sin mérito alguno (aún), pretendió decir al mundo exitoso cómo hacer las cosas. Pero se perdió en lo admonitorio, al mejor estilo de Alberto Fernández. De todos modos, hay muchos puntos de su discurso a resaltar para entender cómo mira el mundo y tienen que ver con el enfoque de la Escuela Austríaca de Economía.
Uno de ellos, al que le achaca servir de excusa a las ansias intervencionistas de los políticos tradicionales, son las fallas de mercado. Milei sostuvo que no existen. Pero no porque los mercados no tengan fallas sino por lo contrario, porque los mercados perfectos no existen.
En la enseñanza neoclásica (funcional a los socialistas, diría Milei) una herramienta es el modelo de competencia perfecta. Una abstracción de la realidad, no una copia de ella. Ningún economista neoclásico sostiene que lo expuesto en el modelo existe. Es sólo una simplificación para entender lo básico de las relaciones económicas. Más o menos como cuando al estudiar los movimientos en física se comienza con objetos en el vacío y ausencia de la influencia de la gravedad y sólo más tarde se introducen atmósferas, rozamientos y gravedad para entender la realidad desde la simplificación.
Un austríaco diría que las metáforas mecanicistas desvirtúan la ciencia económica pues alientan mirar la economía como ciencia natural cuando es una ciencia social, pero bueno, fue sólo un ejemplo. Tal vez los libertarios no se den cuenta de que ir más allá es dar sustento a la tesis del lenguaje inclusivo (que, por otra parte, merece ser criticado).
Como fuere, cuando no se presentan las condiciones que hacen a un mercado de competencia perfecta se habla de fallas de mercado. Por ejemplo, que ningún agente, ni oferente ni demandante, sea tan importante como para que su conducta aislada influya en las cantidades totales y así en los precios. Si lo hace tiene poder de mercado y hay una falla de mercado. Lo mismo si no hubiera conocimiento perfecto, infinita capacidad de cálculo, ausencia de costos para realizar contratos, homogeneidad de los bienes transados y otras.
¿Cuál es el problema? Que algunos economistas y muchos políticos concluyen que si hay una falla hay que repararla y como el mercado es el que falla el Estado es la solución. Y como los mercados perfectos no existen la comparación del modelo con la realidad siempre mostrará fallas y por lo tanto siempre el Estado tendrá algo que hacer en todos los mercados.
Según los austríacos la propia dinámica de los mercados, en permanente evolución, irá superando las supuestas fallas, que simplemente serían características de los mercados reales. Si alguien abusara de una posición dominante estaría creando el espacio para que aparezca un competidor y le quite poder sencillamente bajando precios y aceptando un margen de ganancias menor. Mediante ese proceso, mientras quede rentabilidad superior a la normal seguirán surgiendo competidores y el poder de mercado desaparecerá. El poder de mercado como problema sólo lo es por decisión del Estado, que otorga concesiones. Sin protección estatal no existe tal poder.
Pero eso olvida las barreras de entrada. Para ejemplificar con casos extremos, con seguridad una heladería no podría ser monopolista en Tucumán. Es relativamente barato instalar una y por eso no hay chances de abuso. No ocurre lo mismo con el servicio de agua potable y cloacas. No es fácil competir instalando redes paralelas de distribución de agua y de cloacas y diversas plantas potabilizadoras y de deshechos. Sí, hay métodos alternativos, pero los factibles hoy ya se usaron y son más caros o menos higiénicos (pozo ciego, acarreo de agua, migración) y lo que no implicaría congestión todavía no se inventó (teletransportación de agua y deshechos -¿cuánto tiempo darle al mercado para que lo haga?).
Claro que las innovaciones hacen avanzar a la humanidad y cada una es un monopolio, por lo que el punto no es combatirlo siempre. Pero no es lo único a considerar.
Por otra parte, muchas veces menos Estado ayudaría. Así, el Impuesto de Sellos castiga realizar contratos y en consecuencia eleva los costos de transacción y perjudica las interacciones de mercado, e Ingresos Brutos es anti-pyme al alentar la integración vertical (incentivaría la concentración de mercados).
Igualmente, es correcto impugnar que cada “falla de mercado” justifique la acción estatal. Sería como decir que la mera existencia del mundo justifica el intervencionismo. Es que las fallas del Estado también existen. Por ejemplo, hay información de la que los funcionarios carecen y es imposible que la tengan, el conocimiento idiosincrásico: el de cada circunstancia particular y la valoración que cada persona realiza de ella basada en su proyecto de vida y que sustenta lo que acepta o rechaza, los bienes que compra o no, los precios que paga o no, el esfuerzo que hace o no (por supuesto, considerando sus restricciones incluyendo las originadas en condiciones y experiencias de vida que no eligió). Entonces, un burócrata no puede decidir en lugar de un particular con la misma eficiencia.
Otro problema (entre varios más) es el alineamiento de incentivos. La acción del Estado es la de las personas que lo integran y éstas no ponen en juego sus propios recursos, lo que distorsiona la consideración de los costos de las decisiones. Además, el poder del Estado es una tentación para aplicarlo en pro de intereses sectoriales restringidos, no por equidad, solución de fallas del mercado o buenos deseos.
No es tan fácil como mercado o Estado. Ninguno de los dos existe en condiciones de perfección. En general los mercados imperfectos son mucho menos costosos que los Estados imperfectos, así como el Estado podría generar condiciones para que los mercados funcionen mejor en vez de intentar reemplazarlos. Pero si los costos del mercado fueran sustancialmente mayores que los del Estado debería considerarse la decisión pública en vez de la privada.