El día que los ingleses corrieron

El nombre de Marcelo Anadón es ejemplo de valentía y destreza. Comando célebre, integró una avanzada que puso en retirada a las tropas británicas. Su relato en primera persona de las acciones.

1
El día que los ingleses corrieron
06 Abril 2025

Por José María Posse

Abogado - Escritor - Historiador

Las fuerzas de comandos están adiestradas para operar detrás de las líneas enemigas; es muy difícil que soldados con esas aptitudes se enfrenten entre ellos. Pero en la Guerra de Malvinas esto ocurrió, y en la primera vez que los mejores hombres del Ejército Británico se enfrentaron con los mejores del Ejército nacional, triunfaron los argentinos.

Los comandos son la élite de los ejércitos en el mundo. En Malvinas, las dos compañías de comandos, 601 y 602, acometieron proezas que se inscriben en la historia y leyenda bélica de nuestra patria. Caminaban entre nosotros tres de aquellos bravos: el entonces mayor Oscar Jaimet y los por entonces tenientes Jorge Visozo Posse (fallecido el año pasado) y Marcelo Anadón. Hoy conoceremos acerca de un fragmento de la vida de éste último, de raíz tucumana y familia militar, en un adelanto de su diario de guerra aún inédito, que gentilmente nos ha prestado para escribir esta nota para LA GACETA.

Durante los años que dediqué a la recopilación y estudio de la actuación de los soldados tucumanos que pelearon en Malvinas, un nombre era recurrente: el coronel Anadón es un cuadro legendario, respetado por sus camaradas y también por el enemigo. Su liderazgo, inteligencia y gallardía son recordadas en las fuerzas especiales como un modelo a seguir. Desciende de oficiales españoles que alcanzaron las más altas condecoraciones del Ejército Español, durante las guerras napoleónicas. Con tales antecedentes y su innato don de mando, sumado a condiciones atléticas formidables y siendo hijo, sobrino y hermano de militares en actividad, Anadón no podía rehuir a su designio familiar. Dejemos que sea él quien nos cuente resumidamente sus primeros años.

“Apenas egresé como subteniente en octubre de 1978, hoy entiendo que tomé la mejor decisión de mi vida militar, hacer el Curso de Comandos. Esa ambiciosa meta la cumplí muy rápido y en diciembre de 1980 egresé como de un muy difícil curso en el que egresamos tan sólo un 7% de los postulantes (rendimos 290 y terminamos 22), con el mayor Aldo Rico como Jefe de Curso en el que tuvimos dos muertos, un oficial uruguayo y un suboficial argentino. Mi vida en la Compañía de Comandos 601 me permitió capacitarme en todas las aptitudes militares que después me acompañarían a lo largo de mi carrera. Me permitió ser buzo, instructor de esquí y de paracaidismo, hacer el curso de saltos especiales, ser instructor del Curso de Comandos durante varios años y el mayor orgullo, compartir la guerra y el resto de mi carrera con los mejores soldados que integraron el Ejército Argentino, la Armada y la Fuerza Aérea. Hablar de Seineldín, Rico, Castagneto, Brun, etc y compartir entrenamientos, cursos, cumbres, ejercicios e incluso la misma guerra fue para mí tocar el cielo con las manos”.

Abanderado

“El 2 de abril de 1982 me encontró en pleno curso de saltos de apertura manual (paracaidismo); era viernes e íbamos desde Belgrano a Campo de Mayo cuando nos enteramos que habíamos recuperado nuestras queridas islas. A partir de allí el jefe del equipo Halcón 8, mayor Mario Castagneto, comenzó a moverse para que seamos trasladados. El 27 de abril la compañía completa logró reunirse en Malvinas; al día siguiente, 28, el padre Piccinalli en una emotiva ceremonia, bendijo la bandera que nos acompañaría a partir de ese día en la guerra, habiendo sido yo designado abanderado. Aún recuerdo las palabras del Jefe de Compañía cuando me entregó en medio de la ceremonia la bandera ‘Teniente Anadón, le entrego esta bandera para que la haga flamear en la retaguardia del dispositivo enemigo’”.

“El 6 de junio al mediodía -después de una muy linda misa- hubo una austera comida, estuvo el Turco Seineldín (un excelente Comando jefe del Regimiento 25), las dos compañías de Comandos, gente de gendarmería, de prefectura. Esta noche salimos a una misión (para mí bastante importante). A las 22.30 recibimos la orden de operaciones y a las 0 salimos en tres Land Rover y dos motos, antes de llegar al final de la aproximación lejana se queda una moto. Al dejar los vehículos en la base del cerro Dos Hermanas para iniciar la infiltración a pie, el capitán Figueroa y el teniente primero García Pinasco subieron al puesto comando del mayor Jaimet, oficial de operaciones del Regimiento 6 de Infantería, para que les actualice la situación de la actividad de los ingleses. A partir de ese momento yo era punta de infantería con dos suboficiales, el sargento Guillen (Chueco) y sargento primero Vergara (Ñato), además navegante. Hicimos toda la aproximación cercana hasta que nos encontramos con el arroyo que buscábamos para el golpe de mano a eso de las 4 pero por la fuerte corriente no convenía cruzarlo (después entendimos que efectivamente estábamos protegidos por Dios y la Virgen ya que si hubiésemos cruzado, la punta -Anadón, Guillen y Vergara- hubiera chocado de frente con la posición inglesa, sin posibilidad alguna como veremos más adelante). A eso de las 5.45 divisé los postes de teléfono por lo que paré y di la novedad de la proximidad del puente pero me dijeron que siga. Unos 90 metros antes del puente volví a parar y ví como un poncho, algo que flameaba al frente, a no más de 30 metros mío, lo llamé al Sargento Guillen quién me seguía a unos 50/100 metros y le pregunté que veía, me dijo que nada; ví con el visor nocturno y tampoco divisé nada. A tan solo 30/40 metros estaban 12 ingleses apuntándonos con su armamento; quiso Dios que no los veamos ni con el visor porque hubiésemos muerto por el fuego en forma instantánea. Cuando preguntamos por qué no nos tiraron, indudablemente fue por nuestra disciplina de marcha, al llevarnos tanta distancia entre cada uno, ellos no sabían si éramos 15 o 500, podía ser la punta de un Regimiento. Cómo se habrán arrepentido de no tirarnos cuando vieron que éramos un número similar al de ellos”.

Ingleses en fuga

“Lo llamé al teniente primero García Pinasco para reconocer el lugar de emboscada luego de montar la seguridad, cosa que hicimos. El capitán Figueroa puso cuatro hombres cruzando el puente y luego de apostarlos (6.25) me dijo a mí que quede a cargo de ellos (sargento primero Quinteros, sargento primero Suárez y dos gendarmes). Cuando cruzaba el puente para ocupar mi posición le dije al sargento primero Vergara que se repliegue y en ese preciso instante, estando ambos hablando arriba del puente, nos emboscaron tirándonos con MAG, FAL y lanzacohetes en forma intensa (en ese momento pensé en la muerte y sinceramente no me asustó) busqué una cubierta arrastrándome por el barro y contesté el fuego”.

Anadón se había especializado con el tiro de la granada antitanque antipersonal PDE-F 40, proyectil de unos 30 centímetros de largo y de unos 40 milímetros de diámetro que tiene un doble efecto fragmentario, que se tira desde la boca del fusil. Parapetado en un pequeño desnivel del terreno, recibiendo una lluvia de fuego que rebotaba a sus costados, comenzó a dispararles con esos proyectiles, vaciando además unos ocho cargadores de su fusil en dirección el enemigo. “Tiré cinco PDE-F40 haciendo blanco con varios de ellos por lo que mis hombres me entregaron los que tenían para que yo los tire”. Fue tan certera la puntería del tucumano que de a poco los ingleses dejaron de disparar.

“Cabe destacar que no tuvimos bajas (era imposible que no mueran los cuatro o cinco que estábamos en el puente), gracias a la inmediata intervención del sargento Guillen, quién al ocupar su posición en unas piedras altas próximas se encontraba apuntando al puente practicando para cuando aparezcan los ingleses a la mañana siguiente; cuando abrieron fuego sobre el puente él les tiró en automático un cargador que los hizo desviar el fuego a su posición, aliviando la presión sobre nosotros y permitiéndonos alcanzar una protección. Me preocupó mucho no ver ninguno de mis hombres y que no me conteste por radio el teniente primero. Pero una vez más la Virgen estaba con nosotros ya que lo que a mí me pareció imposible -que no mueran hombres nuestros- fue real”.

Escenario humeante

“Uno a uno fueron apareciendo mis hombres y la radio, al arrastrarme, se había cambiado de canal, por eso no me escuchaban. Me contacté y confirmé que mis hombres estaban bien pidiendo permiso para envolverlos por el flanco pero no me autorizaron a moverme hasta que amanezca. A las 7 aproximadamente apareció el capitán Figueroa y el teniente primero García Pinasco, me dijeron que prepare gente que contraatacaríamos. Lo hicimos apoyados por el resto de las armas. Subimos la altura a la carrera disparando y gritando con furia para darnos coraje, pero al coronar el objetivo vimos que se habían escapado dejando todo (dos equipos de radio, claves, IEC e IFC, documentación, cartografía y todo el equipo). Agarramos lo que pudimos y tomamos una posición 500 metros atrás donde permanecimos hasta las 17 observando. Apenas ví la radio (al llegar a la altura que contraatacamos) informé a la base la frecuencia para que hagan escucha. Escucharon que pedían un helicóptero porque tenían muchas bajas y no podían cargarlos para replegarlos a pie pese haber dejado todo el equipo (evidentemente se llevaron una radio y el armamento). Minutos más tarde escuchamos ruido de helicóptero, vimos una bengala blanca y el ruido alejándose. Durante el día adelantamos tres hombres (el teniente primero Tumini y yo) a buscar los heridos pero no vimos ninguno y trajimos el resto del material. El saldo fue solo un herido nuestro en la pierna pero gracias a Dios sin novedad ni gravedad y varias bajas inglesas”.

Finalmente la contraemboscada sobre el arroyo Mourrell se conoció como “el día que los ingleses corrieron”, nunca tan exacto el nombre de la operación.

En operaciones

“Al replegarnos fuimos a una casa a descansar. Al llegar a la casa rezamos un Rosario (como todos los días) comimos algo y nos acostamos a dormir. Me levanté a las 12 30, tomé un café con leche, comí un poco de fideos viejos y varias tortas fritas. A partir de allí todo se aceleró, hubo diferentes combates de las distintas secciones de Comandos de las dos Compañías en diferentes lugares de las Islas Malvinas (murió el sargento Mario Perro Cisnero y sufrió serias heridas el también comando Jorge Manuel Vizoso Posse; y el capitán del SAS Hamilton, comando inglés muerto en combate a manos de comandos argentinos de la Compañía 601 en la gran Malvina), hasta que finalmente, al estar diezmadas las compañías comandos, continuamos trabajando juntas hasta el último día. La noche del 13, el mayor Rico, quién por ser el más antiguo se hizo cargo de lo que quedaba de las dos Compañías, cumpliendo las órdenes del General Menéndez (Gobernador Militar de Malvinas) nos condujo al frente de Puerto Argentino, cruzando la bahía, para tratar de llegar por ese lugar a Mooby Brook, algo realmente imposible porque ya estaba ocupado por las Fuerzas Inglesas. Así llegamos al 14 de junio, día del final de la guerra y transcribo exactamente como lo puse ese mismo día de 1982 en el diario de guerra que escribí mientras estuve en Malvinas”.

- “14 junio 1982: Durante toda la noche vimos el tiroteo constante y no hubo novedad en proximidad de nosotros. A las 7 iniciamos un avance las dos compañías de Comandos hacia Mody Brook que era el avance inglés y unos 400 metros antes tuvimos que parar para observar (9.30), pero empezaron a cañonearnos a nosotros y a la ciudad. Recé dos Rosarios y al segundo no lo pude terminar cuando tuvimos que abrirnos y replegar unos metros. En el trayecto un proyectil le pegó a un grupo de cuatro soldados que se replegaban arrancándole la cabeza a uno, matando a otro e hiriendo a los otros dos (a uno lo auxilió el capitán Llanos, pero no era grave). A las 10.10 terminó todo. Desde que amaneció se empezó a ver las columnas replegándose de todas las alturas en dirección a la ciudad”.

“Luego de esto quedan los días como prisionero de guerra en San Carlos y en el St Edmond, con el que regresamos al continente el 14 de Julio de 1982”.

Hasta allí los fragmentos más sustanciosos de su lucha en Malvinas. Luego vino el regreso al continente y el proceso de desmalvinización posterior, del que también fue víctima. Recibió la distinción del Ejército al esfuerzo y abnegación en combate y la medalla del Congreso. Tuvo tan sólo dos semanas de licencia después de la guerra, los que ocupó regresando a Tucumán para abrazar a sus familiares y amigos. Al poco tiempo estuvo 108 días instruyendo a un grupo de aspirantes a comandos; lo que él considera que fue una terapia extraordinaria, ya que evitó el efecto postraumático por el que pasan la mayoría de veteranos de guerra al regreso de las operaciones de combate. Luego estuvo tres años como instructor de la Compañía de Comandos 601, para después desarrollar una larga como distinguida carrera militar. Se retiró con el grado de Coronel; son muchos los camaradas que apostaban a su generalato. Cosas de la política de entonces privaron a la Patria de quien la hubiera honrado como general de alguna de sus unidades. Pero para quienes sirvieron bajo sus órdenes, el nombre de Marcelo Anadón será siempre un sinónimo de excelencia, dedicación y valor; ejemplo de soldado y de ser humano.

Fuente Documental: Coronel Marcelo Anadón; autobiografía inédita.

Tamaño texto
Comentarios
Informate de verdad Aprovechá esta oferta especial
$11,990 $3,590/mes
Suscribite ahoraPodés cancelar cuando quieras
Comentarios
Cargando...