Cuando aparecen hechos de violencia en el deporte, nos preguntamos qué nos pasa. Buscamos saber por qué se multiplican sistemáticamente situaciones totalmente alejadas de la pretensión general de vivir en paz, en una sociedad que respeta, tolera y se relaciona con sus semejantes de una manera civilizada.
Año a año, en los distintos niveles de los torneos que organiza la Liga Tucumana de fútbol se generan hechos lamentables. La nueva “derrota por goleada con los violentos” como publicó LA GACETA, tiene que ver con los serios incidentes registrados en el estadio de Central Norte, al cabo de un partido entre Atlético Tucumán B y Sportivo Guzmán por los cuartos de final de Juveniles.
Esta vez, la violencia surgió entre los jóvenes, y terminó contagiando incluso a algunos padres presentes, que la alentaron. Según contaron testigos, burlas y festejos desmedidos fueron los que derivaron en una gresca generalizada. El resultado de este sinsentido fueron varios jugadores golpeados, un plantel (el de Atlético) encerrado en el vestuario esperando la llegada de policías y una vergüenza propia y ajena por algo que debió haberse evitado.
¿Hasta cuándo el deporte tucumano estará sujeto a este tipo de acontecimientos? ¿Por qué quienes están dedicados a la formación no trabajan, al igual que los aspectos físico y táctico, cuestiones como el respeto y la tolerancia? ¿Por qué los dirigentes no actúan como debe ser?
Es cierto que hay personas y clubes que entienden su rol en este satélite de la pirámide social que representa el deporte, hacen esfuerzos denodados para que en las canchas prime el juego y sus reglas, manteniendo la cordura. Pero muchas veces se ven desbordados por la realidad de violencia coyuntural que como sociedad vivimos, que nos asfixia y oprime.
A los padres de los jugadores se les pide cordura, responsabilidad, ubicación y contención emocional. No callar o ser cómplices de lo que pasa. Que sean guías y no parte del problema. Se sabe la presión que muchos ejercen sobre los chicos y jóvenes al entender que, por intermedio del fútbol, cualquiera de ellos puede convertirse en la salvación económica familiar. Pero esto es atentar contra el desarrollo natural. Es ponerles un peso cuando ni siquiera han iniciado un camino, es restarles posibilidades de un desarrollo integral.
A la dirigencia se le pide no desfallecer nunca en la lucha. Trabajar en capacitación y calidad de conducción. En la formación de los formadores. Y promover sanciones que sean ejemplo, llegado el caso.
Casi es una obviedad decir que se debe trabajar mucho para que los futbolistas sigan siendo las mismas personas dentro y fuera de la cancha. Aunque el fútbol es pasión en la Argentina, no es una cuestión de vida o muerte. Y cuando se habla de juveniles, debe ser aprendizaje, formación y disfrute, no competencia. A ellos hay que garantizarles un entorno saludable, seguro y adecuado. El desafío está abierto, debe ser permanente y tender siempre a brindar respuestas y no excusas.