Cuando se habla de pobreza, la mayoría suele pensar inmediatamente en la comida: el pobre no come o, en todo caso, se alimenta mal, porque el escaso dinero con el que cuenta no le alcanza para abarcar en su dieta la pirámide nutricional. Pero la pobreza abarca una multiplicidad de otros aspectos, muchos de los cuales no se advierten sino hasta que aparecen sus consecuencias, a futuro. Entre otros, la falta de vivienda y el hacinamiento, la mala calidad de salud y la insuficiente o nula educación. En particular, las últimas dos impactan con más fuerza cuanto más joven es la persona que sufre la pobreza. En ese sentido, la Argentina, en general, y Tucumán, en particular, ostentan un panorama desolador y sombrío para las próximas décadas.
De acuerdo con las últimas mediciones de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH), del Instituto Nacional de Estadística y Censos -mayo del año que se despide- el Gran Tucumán y Tafí Viejo es el conglomerado en el cual más creció la pobreza infantil, durante el último lustro, en todo el país. El concepto engloba personas de cero a 14 años; es decir, niños y adolescentes que, debido a su edad, deberían transitar las primeras etapas de la escolaridad.
En efecto, siempre de acuerdo a los porcentajes de la EPH, tras el segundo semestre de 2017 -cuando el ex presidente Mauricio Macri cumplía la mitad de su mandato-, la pobreza infantil alcanzaba un 30,5%. Al iniciar este año que se despide -el epílogo de la gestión de Alberto Fernández-, este porcentaje llegaba al 60,2%. Es decir, un crecimiento de un 29,78% en cinco años; el mayor que se haya registrado en un conglomerado urbano de la Argentina durante ese lapso.
El ranking de incremento de pobreza infantil lo lidera Tucumán, con ese casi 30%. Le siguen conglomerados de La Rioja, con un avance de un 28,25%; Jujuy (23,95%), Río Gallegos (23,38%), Gran San Luis (23,08%) y Ushuaia-Río Grande (23%).
Allende la fuertísima evolución negativa de la pobreza infantil entre diciembre de 2017 y el mismo mes de 2022, el porcentaje final de ese período resulta aplastante al ánimo: seis de cada 10 niños o adolescentes son pobres. No alcanzan a satisfacer sus necesidades básicas. No se alimentan como corresponde para que se desarrollen de manera plena, física e intelectualmente; no cuentan con un estado sanitario ideal; no pueden aprehender conocimientos.
Pero si se lo proyecta a futuro resulta aun más grave: aunque las cifras se reviertan ya mismo, este 60% de personas de cero a 14 años verá menguado su futuro: muy probablemente no se gradúe de una carrera profesional; no podrá conseguir un empleo de calidad, y no alcanzará la máxima expectativa de vida.
Según un informe elaborado por Guillermina Tiramonti, de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, y por Eugenia Orlicki y Martín Nistal, del observatorio Argentinos por la Educación, más de seis de cada 10 alumnos pobres no alcanzan el nivel básico de lectura. El informe analiza los resultados del Estudio Regional Comparativo y Explicativo (ERCE) 2019 de lectura en tercer grado de la Argentina, en comparación con el resto de los países latinoamericanos, y por nivel socioeconómico.
Según un estudio elaborado por el Observatorio de la Deuda Social Argentina (ODSA) publicado por La Nación a fines de mayo, el 62,4% de los niños más pobres vive en hogares que sufren inseguridad alimentaria -es decir, en el último año debieron reducir la cantidad y la calidad de alimentos-. La malnutrición pone en riesgo el crecimiento físico e intelectual de los niños; en especial, durante las edades más tempranas.
“En los barrios populares las personas se mueren de lo mismo que la gente de las clases medias, pero 15 años antes. La malnutrición está fuertemente asociada a bajas en las defensas, con más propensión a infecciones graves, a problemas respiratorios y a enfermedades crónicas como la hipertensión arterial, la diabetes, el colesterol alto y patologías cardiovasculares, los principales problemas de salud pública hoy”, explica el médico Marcos Caviglia, citado por La Nación.
De mal en peor
Pero este gravísimo cuadro no solo no se revertirá en el corto plazo -y, casi con seguridad, tampoco en el mediano-, sino que, por el contrario, empeorará. La pobreza es hija de la inflación; y lamentablemente, este año se desbocó la variación del Índice de Precios al Consumidor (IPC). De hecho, en noviembre la inflación mensual alcanzó un 12,8%, lo que implicó un acumulado interanual de casi un 161%.
A fines de septiembre, el Indec había publicado las cifras de la pobreza para el primer semestre del año que se cierra. Si bien no figura el desglosado por conglomerados para la franja etaria que va de los cero a los 14 años, en todo el país la pobreza infantil creció dos puntos durante el lapso analizado, respecto del semestre anterior: del 54,2% medido para fines de 2022 al 56,2% para el período enero-junio del año que finaliza hoy.
Incluso, según un informe elaborado por técnicos de la ODSA, durante el segundo trimestre de 2023 la pobreza en la Argentina alcanzó a un 44,7% de personas: el peor registro desde 2005. El documento, elaborado sobre la base de 5.799 encuestas realizadas en hogares de diferentes centros urbanos del país, da cuenta de un crecimiento de más de un 3,5%, respecto de la medición que había difundido el Indec para el primer semestre.
Peores números muestra el informe de la ODSA para el segmento infantil y adolescente: entre los menores de 17 años, la indigencia llega a un 16,2% -tres puntos porcentuales más que el año pasado, y el peor registro desde 2005-. La pobreza para esta franja etaria, según el documento, roza el 63% en el país.
Y esta foto muestra el escenario previo a la fuerte devaluación del peso -del orden del 120%-, y a las medidas que anunció -o que ya tomó- el presidente, Javier Milei, que producirán aumento en las tarifas de los servicios,y del boleto de ómnibus, además de subas en alimentos de la canasta básica. Nada hace pensar en que los porcentajes de pobreza infantil se reducirán a niveles alentadores.