Tomar conciencia del cambio climático

21 Enero 2024

Ríos de tinta se vienen escribiendo, desde hace muchísimos años, acerca de la necesidad de que la sociedad en su conjunto tome consciencia del cambio climático. En particular, este llamamiento le cabe más a la dirigencia política, sobre cuyos hombros descansan las responsabilidades de que cejen aquellas prácticas que dañan el ambiente y de que se ejecuten las políticas que deben reparar lo dañado. Pero la perseverancia sobre este asunto se justifica en el hecho de que el cambio climático acaso sea la mayor crisis que enfrenta la humanidad en este siglo, del cual ya se transitó casi un cuarto.

De hecho, la frecuencia y la intensidad con la que se vienen registrando distintos meteoros en cualquier lugar del mundo dan cuenta de que los cambios necesarios se van haciendo, en el mejor de los casos, con suma displicencia.

Nuestro país está dejando atrás tres años de “Niña”, el fenómeno que provocó una sequía récord, con el consecuente impacto en la agricultura, en la ganadería, en los bolsillos de los particulares y en las arcas del Estado. En muchos casos, las consecuencias de la seca resultan irreversibles o su reparación demora varios años.

Pese a los pronunciamientos de referentes a nivel global, como los ex presidentes de Estados Unidos Donald Trump -en carrera por retornar a ese espacio de poder- y de Brasil Jair Bolsonaro, a los cuales suscribe el mandatario de nuestro país, Javier Milei, el aumento de la temperatura en la Tierra resulta innegable, y sus consecuencias no se tapan con un dedo.

La Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio (NASA, por las siglas en inglés de National Aeronautics and Space Administration) comunicó que 2023 fue el año más caluroso de la historia, desde que se comenzó a medir la temperatura en el ámbito global, en 1880.

En los últimos días fueron noticias tanto las heladas récord que se registran en varias de las principales ciudades de Estados Unidos, como el infernal calor que padece Río de Janeiro.

Trascendió que más de 85.000 hogares y empresas estadounidenses -mayormente, de Oregon- quedaron sin electricidad días atrás. La firma Portland General Electric, de hecho, advirtió que la amenaza de lluvia helada iba, incluso, a retrasar los trabajos de restauración del servicio. En Chicago, casi en el otro extremo del país, el termómetro marca -20° C. Varias personas habrían muerto por hipotermia.

La otra cara de la moneda se da en una de las principales ciudades del “Gigante sudamericano”. Días atrás resultó literalmente insoportable el calor en Río de Janeiro. Sucedió algunas jornadas después de que se habían registrado torrenciales lluvias, que desbordaron los canales, lo que ensució varias playas. Aun así, los cariocas rebalsaron esos espacios, en pos de hallar un poco de alivio en el mar.

Pero el cambio climático no se trata sólo de frío o de calor extremos; no se trata de sequías abrasantes o de tormentas que tornan ríos calles y avenidas. Sobre todo, se trata de las consecuencias de estos fenómenos. Verbigracia, los mosquitos proliferan a partir de los estancamientos de agua donde ponen sus huevos -estancamientos que abundan debido a la abundancia de lluvias-; y actualmente, en nuestro país, este insecto es vector de dengue, de chikungunya y de encefalomielitis equina. Algunos pocos años atrás, estas enfermedades no eran noticia; pero la multiplicación de plagas guarda directa relación con el cambio climático. Y a esto se suma el impacto económico, del cual algo se sugiere renglones arriba.

Durante su discurso en el marco del Foro Económico Mundial de Davos, en un segmento dedicado al cambio climático, Milei planteó una verdad, aunque con una conclusión de mínima polémica. Dijo: “Lo más cruel de la agenda ambiental es que los países ricos, que se hicieron ricos explotando legítimamente sus recursos naturales, ahora pretenden expiar sus culpas castigando a los países más pobres e impidiéndoles desarrollar sus economías por un presunto crimen que no cometieron”. En efecto, parte de la riqueza del mundo se acumuló a partir del deterioro del ambiente. Pero ello no implica que los países pobres deban recorrer el mismo camino de degradación de sus recursos naturales, en pos de salir de esa pobreza. Baste pensar en la metáfora del mundo como una única nave en la que viaja la humanidad entera: si uno atenta contra esa nave, las consecuencias afectarán a todos.

Nadie puede negar que, urbi et orbe, la acción frente al cambio climático se dio en forma lenta y fragmentada. Esto se debe a que todavía priman intereses sobre la necesidad de preservar el planeta. Resulta imperativo que se superen las barreras políticas y económicas y que se aborde el problema en toda su crítica magnitud.

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