República de Babel

“De donde se le dio a esta el nombre de Babel porque allí fue confundido el lenguaje de toda la tierra…” (La Biblia, libro del Génesis, capítulo 11, versículo 9)

El ministro de Economía, Luis Caputo, comunicó que se instruyó a la AFIP para que prorrogue hasta el 31 de julio los embargos y las ejecuciones fiscales contra Pymes. La medida es consecuencia directa del desguace del proyecto de ley de “Bases y punto de partida para la Libertad de los Argentinos”. El oficialismo debió retirar el paquete de medidas fiscales. Con posterioridad, advirtieron que se quedaban sin moratoria para los emprendedores del país de la actividad económica estancada y la alta inflación. No quedó otra alternativa más que la del “parche”.

La suerte de esta propuesta que originalmente tenía 664 artículos, y que ya perdió más de la mitad de ellos, es un ejemplo sobre la improvisación del Gobierno libertario. Rayano con la mala praxis política. La “Ley Ómnibus” dejó en el camino, también, todo un capítulo de reforma del Código Civil y Comercial de la Nación. Bastó una sola visita de la jurista Aída Kemelmajer para dejar en claro que ese digesto es “un sistema” y, como tal, sus modificaciones deben realizarse a partir de estudios sistémicos. A lo que agregó que nada tenía que ver con la inflación ni el déficit.

El argumento de Kemelmajer se proyecta como un diagnóstico integral del proyecto de ley. Aparecen mezcladas los cambios del régimen de hidrocarburos con la delegación de facultades del Congreso en favor del Ejecutivo. La declaración de 37 empresas y sociedades del Estado “sujetas a privatizaciones” convive con las reformas del Código Penal referidas a organizar manifestaciones públicas. El capítulo referido a la legítima defensa y las condiciones que la validan comparte el mismo texto legal que las nuevas pautas de financiamiento estatal para la cultura. Los nuevos porcentajes para el corte de biocombustibles figuran cerca de la agilización del proceso de divorcio.

El resultado es que, aunque se trata del mismo proyecto de “Ley Ómnibus”, nadie habla de lo mismo. Ni siquiera los libertarios cuando dialogan con sus aliados.

Una primera lectura radica en los libertarios no son “políticos tradicionales”. Pero una cosa es desconocer el lenguaje de la política y otra es ignorar los procesos de toma de decisiones políticas. Un ejemplo es un traspié de Néstor Kirchner. Él hablaba el mismo idioma que buena parte de los líderes de América Latina durante su presidencia. Pero creyendo que la región era un club de amigos, en 2006 envió una carta a Fidel Castro para pedirle “una pronta y positiva respuesta” a la posibilidad de que la médica Hilda Molina pudiera salir de Cuba para venir a conocer a sus nietos. Ella, que había roto con el régimen, había sido separada de su hijo, residente en la Argentina, desde hacía más de una década. La respuesta fue que La Habana invitaba al hijo de Hilda Molina y a su familia a visitar Cuba. ¿Nadie había llamado antes a Fidel para saber qué iba a contestar?

¿Nadie en el gobierno libertario siquiera tanteó en el Congreso la suerte que correría la quimera de enviar un proyecto de la naturaleza de la “Ley de Bases”? ¿Nadie le dijo al Presidente que, dada su franca minoría en Diputados y en el Senado, el único camino posible era negociar? ¿Y que quienes lo apoyaran, dado que no forman parte de su proyecto político, también lo condicionarían?

Hay una confusión típica de Babel: ganar una elección no es lo mismo que gobernar. Más aún: el gobierno parece no poder traducir que el mismo pueblo que eligió a Milei como Presidente de los argentinos es el que votó a los diputados y a los senadores como sus representantes en el Congreso.

Más aún: el mensaje de la sociedad en las urnas fue extinguir las mayorías parlamentarias. Léase: el camino es el consenso. Pero los libertarios no lo entendieron así y respondieron con el DNU 70.

Por supuesto, en esta república de políticos con lenguas incomprensibles, el kirchnerismo es poliglota. Hablan sin sonrojarse de los derechos de los jubilados, a quienes perjudicaron con la nueva fórmula previsional, peor a la que sancionó el macrismo, esa vez en que apedrearon el Congreso.

Despotrican contra el FMI, aunque el acuerdo aún vigente fue el celebrado por el ex ministro de Economía, Martín Guzmán. Reniegan de la pobreza, aunque durante dos décadas la financiaron con planes sociales. Lejos de combatirla, la aumentaron. El macrismo dejó en un índice de pobreza del 35,5%. El cuarto gobierno “K” la llevó al 40,1%. Se alarman del ajuste y la suba de precios, cuando la inflación de 2023, año en que gobernaron hasta el 10 de diciembre, fue del 211%. Eso es un ajuste: licuaron la capacidad adquisitiva de los argentinos, aunque sin justicia social. A ese desplome no lo vive de igual manera quien gana una jubilación mínima en comparación con las abogadas exitosas con doble pensión presidencial millonaria. Ni la sobrelleva en idénticas condiciones el feriante de “La Salada” en comparación con el marinero Martín Insaurralde, patrono de la hipocresía populista.

Ese kirchnerismo, que hoy toma a las apuradas un curso de sistema republicano de Gobierno, no revisó ni uno de los 170 DNU de Alberto Fernández, el primer ex presidente de la democracia que se mudó al extranjero porque prefirió abandonar a sus perros a quedarse en el país que nos legó.

Ahora bien, este desastre de cuatro años no justifica que Milei enviara un DNU que modifica más de 300 leyes. Y, como agravante, sin justificar la “necesidad” (el Congreso está activo); y sin justificar la “urgencia” más que en “la crisis”. Argentina nunca salió de la crisis de 2008: los chicos que alcancen la edad para votar por primera vez el año que viene habrán vivido toda su vida en un país en crisis.

Precisamente, el DNU es, típicamente, un decreto de Babel. Conviven allí la derogación de la Ley 24.515 (crea el Inadi) con la eliminación del artículo 1° de la Ley 26.741, que prioriza el autoabastecimiento de hidrocarburos. El paquete de reformas laborales, frenado por cautelares judiciales, era contiguo a la eliminación de los registros del automotor. Otra vez: miles de personas pueden estar hablando del DNU 70 y, sin embargo, estarán refiriéndose a cuestiones diferentes.

“Costos” y “castas”

Como la realpolitik razona que si ocurre una vez es una casualidad, pero si sucede dos veces es una tendencia, tanto la “Ley Ómnibus” como el DNU 70 serían paredes distintas de una misma torre. Y ello conduce a otro interrogante: ¿cuál es, exactamente, la lengua política de los libertarios?

Por ejemplo, ¿de qué hablan cuando hablan de “liberalismo”? El concepto queda claro en el discurso del Presidente en el Foro de Davos, pero es perfectamente confuso en la práctica gubernamental. Desde que fue entronizado por la Revolución Norteamericana de 1776 y la Revolución Francesa de 1789, el liberalismo es el imperio de la ley y la vigencia de la república, con el parlamento en el centro de la escena, y la división de poderes como principio rector. En la emancipación de las “Colonias de Nueva Inglaterra” y en el derrocamiento de la monarquía francesa hay, sobre todo, una quiebre con la acumulación de poder. El liberalismo es, ante todo, una ideología. La libertad de mercado es sólo una de las libertades que postula esa concepción política.

Y lo que es no menos importante: ¿qué es, específicamente, “la casta”? Durante el proselitismo, la etiqueta era precisa: miembros de la partidocracia tradicional, que transitan por los cargos estatales desde hace décadas, que son responsables de la ruina económica y del decadentismo de la moral pública, y que por ello cargarán con el peso del ajuste en caso de un gobierno libertario. Pero ahora que designaron a Daniel Scioli en el gabinete, como secretario de Turismo, Ambiente y Deportes, cunde la confusión. Fue vicepresidente de Néstor Kirchner, gobernador de Buenos Aires, candidato a Presidente luego del segundo gobierno de Cristina Fernández y, hasta que el PJ le dio la espalda a mediados del año pasado, precandidato presidencial de Unión por la Patria. Quería enfrentar a Milei en las urnas, pero ahora milita en las filas libertarias. ¿No es de “la casta” Scioli?

Queda claro que Milei se percibe a sí mismo como una suerte de “río Jordán” de la dirigencia nacional: quien abreva en sus aguas deja “la casta” y pasa a ser “casto”: toda una epifanía política. El problema es que la cuestión no se reduce a la semántica: alguien “está pagando el ajuste”. Y son, en general, todos los ciudadanos argentinos que no ocupan un cargo público. ¿Qué es “la casta”, entonces? Y, más concretamente, ¿quiénes lo son? Los trabajadores contratados con menos de un año de antigüedad en la administración pública nacional eran “empleados militantes” y por tanto “casta”, así que no les renovaron sus designaciones. ¿Pero el funcionariado de la Aduana y de AYSA, tan confesamente simpatizantes de Sergio Massa y Malena Galmarini, están exentos? ¿No son de la casta las estructuras gerenciales de Aerolíneas Argentinas, tan de La Campora, pero sí los autónomos, los jubilados, los empleados públicos y los de comercio, los emprendedores y los que sostienen Pymes? ¿Y también los que pagan más caros el transporte, los combustibles, la luz, el gas, la comida, la educación propia o de los hijos, o los medicamentos?

Si no se sabe a ciencia cierta qué es “la casta” ni quién “paga el ajuste”, aquí, en la República de Babel, también reina la confusión respecto de un último vocablo de la lengua del oficialismo: los “costos”. Hay voces libertarias que reivindican que con apenas un puñado de diputados y senadores, están empujando a todo el Congreso y que lo que termine aprobándose supondrá la puesta en marcha de un cambio radical en la Argentina. Así que, aunque sólo queden hilachas de la ley de “Bases”, es un triunfo. Todo ello, aunque “el costo” sea dejar medio proyecto de la “Ley Ómnibus” en el camino. Pero “costos”, lo que se dice costos, son los que paga una sociedad para la que aún no hay ningún plan de corto plazo que morigere la estampida de -justamente- el costo de vida.

Sin embargo, si los costos de la política se miden en incisos y no en condiciones socioeconómicas de la población, ¿qué significará, exactamente, “triunfar”?

“En ese entonces se hablaba un solo idioma en toda la tierra. Al emigrar al oriente, la gente encontró una llanura en la región de Sinar y allí se establecieron”, dicen los dos primeros versículos del capítulo 11 del Génesis. “Sinar”, no hay confusión al respecto, es Babilonia. La duda es si, en realidad, en lugar de hacerlo hacia el oriente, no estaban migrando hacia otras australidades…

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