Luis De Bairos Moura: “Me gustaría que mi obra pudiera abrazar a todas las sensibilidades”

El destacado artista visual tucumano reflexiona sobre el arte actual. Recuerdos de Timoteo Navarro y Ezequiel Linares, sus maestros.

PINTANDO Y ACTIVO A LOS 80 AÑOS. “Me faltan ciertas cuestiones que han tenido que ver con estar conectado con artistas que yo admiro”. PINTANDO Y ACTIVO A LOS 80 AÑOS. “Me faltan ciertas cuestiones que han tenido que ver con estar conectado con artistas que yo admiro”.

Cuerpos que se desdoblan. Dentro de sí mismos. Se multiplican como sombras en el espacio. Se desarticulan. Rompecabezas de cabezas. Manos. Piernas. Rostros. Seres que deforman su existencia en ciudades ocultas. Fantasmas. El Familiar acecha. Máquinas de hacer corderos. Rojos. Amarillos. Fervor colorido desparramado en cuerpos. Claroscuros detenidos en el tiempo. Esos vértices del alma ruedan por sus pinceles. Murmullos de azores se alborotan en algún rincón de su sangre. Archipiélago de ecos insubordinan el pulso de la herencia portuguesa. Algo de eso sucede en las telas de Luis De Bairos Moura, uno de los pintores más notables que ha dado Tucumán, que vive desde hace más de cinco décadas en Buenos Aires. “Me gustaría que mi obra pudiera, de alguna manera, abrazar a todas aquellas sensibilidades que puedan incorporarlas como un aporte para sus vidas. Me encantaría que pudiera modificar, de algún modo, a favor de procesos políticos sociales, que reivindiquen todos los derechos del hombre, los derechos humanos. Creo el arte puede ser -no digo que es- transformador de la realidad, la actitud de un artista con su obra no es la misma si está enterrado en una sociedad pintando sus cosas, en el fondo de un taller, a si de alguna manera sale y se integra al medio, con su obra. Con mi libro, la idea es documentar mucha obra que no tengo documentada y tal vez, ciertos pensamientos de gente amiga que ha podido valorizar de distintas maneras mi obra y llevarlas a la palabra de una manera más efectiva de lo que puedo hacer”, señala el artista visual que está en trámites para publicar un libro que refleje una parte de su vasta producción.

- Reconocés a Timoteo Navarro y a Ezequiel Linares como tus principales maestros, ¿cómo era tu relación con ellos?

- La llegada de Linares a Tucumán ha sido muy revolucionaria. Acá había un pensamiento muy respetuoso, de cierta forma de ver y proceder y articular, la forma, las técnicas en arte. Él había venido en fechas cercanas a cuando vino también Alberto Balietti un escultor que daba clases en lo que era el Instituto de Arte. Era un hombre de una mirada limitada. Como profesor, te ponía una flor de lis y arreglate con tus contenidos; en algún momento, tuve discusiones muy serias con él porque mi intención era ir a otro lugar, ir más allá de lo que es era esa cuestión de la flor de lis. Yo venía de trabajar con Timoteo Navarro, un artista que fue como un padre para mí y me dio mucho, todo, y que era de un conocimiento y un sentido del arte muy amplio. Un día llego a su casa a visitarlo y veo una obra que era una superficie violácea, tirando a magenta con unos puntos amarillos y unas pajitas ahí y le digo: “Maestro, se me está volviendo abstracto, está en el constructivismo”. Me dice: “No, llovía y pinté el charco desde arriba, mirándolo de arriba”. Esto refleja la capacidad de un individuo de acomodar todo su espíritu a la realidad que vive. Miró el charco de arriba, estaban las pajitas esas, con unas florcitas amarillas y el charco medio rosáceo, que era el magenta del cuadro, reflejando el cielo que estaba ligeramente lluvioso. En ese entonces, él mismo me decía que tenía que ir a otra mirada en el arte y ahí voy a hablar con Linares que me pregunta dónde vivía. Yo estaba a cuatro cuadras y me dice: “Si querés te visito para ver tu obra en tu casa”. Esto generó entre él y yo una fuerte amistad. Linares me dio lo mejor de sí. Así lo sentí siempre un tipo franco, honesto, frontal y cubrió esa necesidad fuerte que yo tenía de afianzarme con la mirada de alguien, de un maestro que respetara. Si bien algo de esto ya me había sucedido con Timoteo Navarro, Linares tenía una manera de expresarse, tanto como docente, como lo que te transmitía en su propia obra, diferente. Era como una gran apertura.

- ¿Qué vivencia recordás con Timoteo?

- Un día, yo no tenía ganas de trabajar, estaba entre mi militancia política, el trabajo con la facultad, trabajar para vivir y estudiar; todo esto me era mucho, entonces a veces no tenía ganas de trabajar. Entonces viene Timoteo Navarro y me dice: “¿Qué te pasa que no trabajas? - Nada, maestro, estoy sin ganas”. Entonces teníamos dos modelos en el taller, una era la Margarita y la otra que no me acuerdo cómo se llamaba, que eran dos chicas treintañeras, pulposas. Entonces él se pone al lado mío, me empieza a hablar de Margarita. Yo era un pibe de 17 años, me hablaba en una actitud de compinche, que está hablando de minas en un boliche. Entonces me dice: “Qué buena que está la Margarita”. Entonces yo le digo un maestro: “Pare, porque voy a ir y la voy a abrazar en este mismo momento, en medio de la sala”. “Bueno, eso pintalo, dibujalo”. Y me salió un flor de trabajo. Ahí entendí que la obra se resuelve cuando vos dejas de hacer de la gente meros objetos, y empezás a armar, a articular una historia de todo aquello que hacés o proponés en tu hacer.

- ¿Y con Linares que te sucedió?

- Un día, llego a su taller y lo veo poniendo láminas de oro en un cuadro, purpurina, y hasta ese momento yo todavía tenía una mirada limitada, con respecto a los procedimientos técnicos en la obra, hasta dónde irme más allá de los permisos del arte bonito. Entonces, cuando vi la obra de Linares me despertó todo un gozo, un asombro más por la obra en sí, que estaba medio hacer, por aquello que él se permitía de una manera docente, mostrarme en su taller, en su lugar de trabajo, donde él armaba su mundo para expresarlo en esas obras y me lo ofrecía con una generosidad absoluta. Linares me permitió una mirada mucho más abierta a todo lo que era el paisaje plástico en Tucumán, más cercano a algunas cosas que uno veía en reproducciones o en obras, cuando viajaba a Buenos Aires o en cosas que venían de Bacon y estos pintores extraordinarios de la Europa y que nos influenciaban y nos motivaban para ir hacia adelante.

- El arte refleja la sociedad de su tiempo, ¿qué es lo que refleja el arte visual en este momento?

- Creo que hay cierta tendencia en el llamado arte contemporáneo - como si lo que yo hago no fuera contemporáneo- a limitar el sentido social y revulsivo de una obra de arte o de una propuesta artística. Hace cinco años atrás, fui a una muestra en Arteba. Siempre me interesó la vinculación con los jóvenes; fuimos con Marta, mi mujer al lugar, que se llamaba Espacio Joven y veo montones de cintitas colgando del techo y un texto que trataba de explicar eso como una ruptura. Me pareció tan barato, tan poco jugado, tan limitado en lo que te expresa, en lo que te comunicas, en el sentido de lo que uno pretende que te dé una obra, que nos fuimos preguntándonos qué quisieron decir esos jóvenes. Y te das cuenta que esto sucede en distintos lugares del mundo también.

- ¿Y eso qué te dice a vos?

- Me dice que hay una crisis a nivel del conocimiento, de lo cultural, manejada por grandes corporaciones que a través de esto deben estar probablemente blanqueando guita, no lo sé, sinceramente, pero con toda seguridad no hay un espacio cierto para quienes proponen un arte con concepto, con compromiso humano…

- ¿Porque la sociedad no le está dando cabida?

- La sociedad, en realidad, está cada vez más limitada y termina siendo parte de ese juego, a pesar de que señalan eso como algo que es incomprensible, aunque esto fue siempre con respecto al arte o grandes limitaciones ya, en la época de Picasso etcétera… Hay un artista, cuyo nombre no recuerdo, que expuso hace poco una banana con un parche, esa era la obra y decís a dónde vamos. Creo que tiene un sentido: dispersarte a vos de tu entorno, del análisis, de la propiedad que vos tenés como conquista sensible de lo que es tu vida, la vida de todos los que te rodean para proyectar una obra desde ese lugar.

- ¿Cuál es el sentido del arte?

-El sentido del arte en este momento es aquel que la misma sociedad le da. El mío, en principio, es formar parte de un discurso revulsivo que tienda a generar un espacio de cambio, de todas aquellas cosas que yo cuestiono.

- ¿Cómo te sentís vos cuando ves estas cosas y vos estás perseverando en el dibujo, el compromiso, la pintura, y de pronto, te das con esta realidad vacía, superficial? ¿Sentís que has equivocado el camino?

- No. Ni yo ni la sociedad estamos equivocados, simplemente es parte de un juego donde uno sobrevive con las herramientas, con lo que es, con lo que puede y con aquellos que coinciden con tu discurso. Además, ponerse en otro lugar es suicida. Esquivar una realidad que se expresa de una determinada manera, no podés tener o estar buscando la posibilidad de insertarte en esta sociedad, en este medio con tu obra a como dé. Para eso hay más espacio de lo que uno mismo a veces presupone.

- Si vos supieras que te quedan pocos días de vida, qué pintarías.

- Sí, esa es una pregunta que no tiene respuesta.

- ¿Pintás para decirte cosas a vos mismo?

- Sí, las obras son de alguna manera parte de mí. Creo que seguiría insistiendo en las mismas utopías por las cuales he llegado a donde estoy.

- ¿Pintarías la muerte, la vida…?

- No, pintaría la vida, si uno como artista no puede aferrarse a la vida, le quitas gran parte el poder que tiene el arte, ese poder transformador, modificador de cuestiones esenciales, que te hace ir hacia un lugar, un lugar que vos elegís.

- A tus 80 años, ¿dirías como Neruda: “confieso que he vivido”?

- No, siempre te falta vivir. Me faltan ciertas cuestiones que han tenido que ver con hacer espacios para viajar más, estar conectado más con ciertas corrientes del arte del siglo pasado, de artistas que yo admiro. Siempre decía que el día que viera una obra de Cézanne a menos de un metro, me podía llegar a morir. Esto lo conseguí hacer, pero en algún punto te diría casi tardíamente y es probable que el conocimiento de estos grandes del arte, a lo mejor hubiera modificado, no hacia dónde voy con la obra, sino ciertas cuestiones de orden técnico en la obra, que uno admira estos grandes maestros.

- Alejo Carpentier escribió un viaje a la semilla, ¿el arte es un viaje a la semilla, a la identidad?

- No estoy seguro. Creo que uno es con el arte algo que no puede prevenir, de lo cual no está prevenido. Es como que uno va hacia adelante y que no podés retroceder, mirar tu pasado, tu historia. Puede gustarte o no, pero no necesariamente te hace un lugar hacia adelante.

 - Pero ese viaje a la semilla es un viaje hacia uno mismo, que de algún modo, es el viaje a lo que vendrá.

- Claro, pero no es algo que sucede porque estás revisando esa condición identitaria tuya. Caminar te hace seguir aún sin pensarlo hacia un lugar, y ese lugar no siempre uno lo tiene claro. También con la obra sucede, por eso yo te hablaba de ciertos espejos, que yo tengo con la obra, donde en la medida en que estoy trabajando con ella, la obra, me va devolviendo a mí ciertas cuestiones que son impensadas, es decir que una hora antes o el día anterior, yo no estaba en ese estado anímico ni en esa propuesta de obra.

- ¿Te sentís reconocido en Tucumán?

- Sí, por alguna gente, siempre hay alguna gente con la cual tenés cierta hostilidad. A veces esto tiene que ver con la ideología de vida, también en estas cuestiones que hablábamos de ciertas tendencias, donde te aceptan más o menos, según en qué tendencia estás corriendo la carrera. Uno tiene que proponerse ser abierto porque el otro, aun cuando se disponga hacer un arte muy cerrado, conceptual o lo que fuera, y que no tiene que ver con lo que es mi obra, puede también decirme cosas valiosas para que yo pueda reelaborar, pensar o proyectar.

- ¿Cómo se sale de la grieta en el arte?

- Esto es difícil porque tiene que ver con la lucha de poder. Hay un poder a nivel mundial que creo yo de que, de alguna manera, nos modifica, porque permanentemente está generando, en distintos lugares del mundo, condiciones a distintas sociedades, a nuestros pueblos, que no son aquellas que necesitamos propiamente para sobrevivir con dignidad con decoro y para esto, hace falta mucha valentía.

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