Arquímedes, sí, el griego ese que gritó “¡Eureka!” en la bañadera hace más de 2300 años. El buen “todólogo” griego (dícese de la ciencia de saber de todo) estaba enfrascado en un problema que le había encomendado el rey Hierón segundo. Tenía que determinar si la corona real era de oro puro o si el orfebre había hecho trampa.
La presión era mucha, y Arquímedes no daba con la solución. Y el orfebre estaría contando sus días, ja. Un día, decidió dejar de lado el problema y relajarse con un buen baño. Y ahí, mientras se sumergía en el agua caliente, ¡zas!: la solución le llegó como una revelación. La densidad del agua era la clave. ¡Eureka! Arquímedes salió corriendo en termiles por las calles de Siracusa, gritando su descubrimiento.
A veces, la mejor manera de resolver un problema es dejar de pensar en él. ¿O acaso te creés que Newton descubrió la ley de la gravedad mientras hacía malabares con la agenda del trabajo?
En esta sociedad obsesionada con la productividad, nos hemos olvidado del placer de lo “inútil”. Es hora de reivindicar el derecho a la “vagancia creativa”, a la contemplación, al disfrute sin culpa. ¡A la m* la eficiencia! (Perdón por la palabrota, mamá). Para la creatividad y el disfrute de la vida no hay indicadores claves, OKR, PKIs y todos las siglas raras que usamos en la gestión de las empresas. Y eso que yo soy un obsesivo de los datos en mi rol como consultor de negocios y equipos.
Productividad tóxica
Vivimos en una sociedad que nos exige estar siempre “on” (lo contrario a “Ommm), siempre produciendo, siempre optimizando. Nuestro valor se mide por lo que hacemos o tenemos, no por lo que somos. Por el “tener” antes del “ser”.
“Burnout!” (“¡Toy quemao!”, dicho en nuestra lengua natal tucumana) es la enfermedad de nuestro tiempo, una epidemia silenciosa que nos consume por dentro. Las estadísticas son alarmantes: según la Organización Mundial de la Salud, el estrés laboral le cuesta a la economía global billones de dólares al año, sin mencionar el costo humano.
Y la ironía es que la IA, que prometía liberarnos del trabajo, a menudo nos empuja a una hiperproductividad, a estar disponibles 24/7, a competir con algoritmos que nunca duermen. Nos hemos convertido en esclavos de la eficiencia, olvidando que la vida es mucho más que un “to-do list” interminable.
La presión por tener un “side hustle”, traducido del inglés “una changa aparte, es un síntoma de esta enfermedad, aunque en muchos casos es una necesidad económica imperiosa. “Si no tengo dos laburos, no comemos”. Para algunos, una realidad que no podemos ignorar.
Sin embargo, a menudo se nos vende la idea de que, si no estamos monetizando cada hora de nuestro día, estamos perdiendo el tiempo, una falsa promesa de libertad financiera que ignora las desigualdades estructurales y la precariedad laboral. Y lo peor de todo es que muchos, incluso aquellos que no lo necesitan, se sienten obligados a sumarse a esta carrera sin fin, sacrificando su tiempo libre y su bienestar en el altar de la productividad.
El Homo Ludens
¿Qué pasaría si te dijera que “ser inútil”, en el sentido de dedicarse al juego y al ocio, es en realidad esencial para nuestro desarrollo? Johan Huizinga, en su obra “Homo Ludens” (1938), defiende la idea de que el juego es fundamental para la cultura y la creatividad humana. “La cultura humana brota del juego y en él se desarrolla”, escribe Huizinga.
No somos sólo seres racionales (Homo Sapiens) o constructores (Homo Faber), sino también jugadores (Homo Ludens). El juego, según Huizinga, es una actividad libre, desinteresada, limitada en el tiempo y el espacio, que se rige por reglas y genera un sentimiento de tensión y alegría. En el juego, nuestra mente se libera, conectamos con nuestra curiosidad y surgen las ideas más originales.
Volvamos a Newton. Ahí estaba, bajo un manzano, dejando que el tiempo corriera sin apuro, cuando la caída de uno de “sus frutos dio fruto” (¡cuac!) a la ley de la gravedad. O el despistado Alexander Fleming, que dejó sin querer un cultivo bacteriano olvidado mientras se tomaba unos días de descanso. Cuando regresó, descubrió que un hongo lo había contaminado y, en lugar de tirar todo, prestó atención. Así nació la penicilina.
¿Coincidencias? No lo sé. Pero, estos son ejemplos del poder del ocio, ese “tiempo perdido bien ganado.” Que tiene el potencial de convertirse en el espacio perfecto para la creatividad y el descubrimiento.
Y ojo, porque la ciencia respalda esta idea. La neurociencia moderna confirma lo que los filósofos vienen diciendo hace siglos: desconectar y dejar que la mente divague es esencial para la creatividad y la salud mental.
El juego, por otro lado, es otra de esas herramientas subestimadas. Lo pensamos como cosa de niños, pero es una de las formas más puras de aprender y experimentar. Jugar es explorar, equivocarse sin miedo y encontrar nuevas perspectivas. Así que, amigo, pregúntate: ¿cuándo fue la última vez que te diste permiso para perder el tiempo jugando o pensando? Quizás, en ese rato libre, encontrés tu propia chispa de genialidad.
Inutilidad como motor
No me malinterpretes, no te estoy sugiriendo que tires la toalla y te dediques a la dolce vita (aunque un poco de eso nunca viene mal. Llegó diciembre y tu cuerpo lo sabe, ja). Lo que digo es que debemos reivindicar el valor de la “inutilidad” como motor de la innovación. Sí, esas cosas que parecen no servir para nada: soñar despierto, garabatear en una servilleta, pasear sin rumbo, mirar las nubes. Eso que muchos tachan de “pérdida de tiempo” es, en realidad, el terreno fértil donde germinan las mejores ideas.
Nuestro cerebro tiene algo llamado “red neuronal por defecto”, que se activa cuando no estamos enfocados en una tarea concreta. Y es ahí, en esos momentos de mente errante, cuando las piezas se reacomodan, las conexiones inesperadas surgen y aparecen esas ideas brillantes que jamás llegarían con una agenda apretada y sin respiros.
La historia está repleta de ejemplos. El velcro, por ejemplo, nació del paseo despreocupado de un ingeniero que notó cómo las semillas de cardo se pegaban a su ropa. ¿Y los post-its? Fueron el resultado de un pegamento “fallido” que no cumplió su propósito inicial. Incluso el microondas fue descubierto porque alguien notó que un chocolate en su bolsillo se derretía mientras trabajaba con ondas de radar. “Inutilidades” que transformaron el mundo.
Por supuesto, la innovación no es solo soñar despierto. Hace falta disciplina, esfuerzo y planificación. Pero, sin esos momentos de exploración y juego, sin ese tiempo para que las ideas “incuben”, la creatividad simplemente se seca. Así que, amigo lector, date el permiso de ser “inútil” de vez en cuando. Quién sabe, tal vez ahí encuentres la chispa que estabas buscando.
Hay un famoso dicho en inglés “Time is Money” y yo le agrego “But money is not time”. El tiempo es dinero pero el dinero no es tiempo. Aquí es donde entra la inteligencia artificial, la paradoja hecha tecnología. La misma herramienta que nos impulsa a la hiperproductividad tiene el potencial de liberarnos de ella. La automatización puede hacerse cargo de las tareas repetitivas, aburridas y mecánicas, esas que nos quitan tiempo y energía, permitiéndonos enfocarnos en lo que realmente importa: la creatividad, el aprendizaje, las relaciones humanas, el ocio.
La IA tiene el potencial de ahorrarnos el 90% de tareas repetitivas y automatizables. No es una frase linda, es algo que venimos haciendo hoy en equipos que me toca la suerte de colaborar. Ahora, esa ganancia de tiempo no es la que más me gusta. Sino el aumento en la calidad de lo que hacemos. Y menos tiempo + mayor calidad = tiempo para hacer otras cosas. Y esa es una de las cosas espectaculares de esta era que le llamo de la humanidad aumentada.
Imaginemos un futuro donde la IA se encargue de la logística, la administración, la producción. ¿Qué haríamos entonces con nuestras horas recuperadas? Este es el verdadero desafío: ¿utilizaremos ese tiempo libre para consumir más, para trabajar más (en otras cosas, claro) o para cultivar nuestra humanidad? La pregunta no es trivial, y pensadores como Yuval Noah Harari ya están encendiendo las alarmas: la automatización podría ser el motor de una nueva sociedad, pero su dirección dependerá de nuestras prioridades.
Este es el momento para redefinir lo que significa “trabajar”. Podríamos construir un mundo donde el valor no esté solo en producir, sino en explorar, en cuidar, en crear. Donde podamos dedicar tiempo a la ciencia, al arte, a la educación, al cuidado de otros, o simplemente a disfrutar del placer de existir. Pero también está el riesgo: llenar cada minuto con nuevas “tareas productivas”, esclavizarnos a la necesidad de sentirnos útiles.
El futuro de la automatización no está escrito. Depende de nosotros abrazar esta oportunidad y transformar nuestras prioridades colectivas. Tal vez la IA no sea el fin del trabajo, sino el principio de algo más grande: una sociedad más justa, equitativa y, por qué no, más divertida. Así que, querido lector, te pregunto: ¿qué harías con tu tiempo liberado? Porque al final, esa respuesta definirá no solo tu vida, sino el mundo que construiremos juntos.
“Huevear” con sentido
Pará un momento y pensá. Te estoy imitando a “huevear” este domingo. ¿Cuánto de tu día lo dedicás a esas cosas que parecen “inútiles” pero que te llenan el alma? Hablo de actividades que no buscan resultados concretos, pero que te hacen vibrar: escuchar a un hijo, soñar despierto, mirar las nubes, bailar sin motivo, reír por estupideces. ¿Cuándo fue la última vez que dejaste la lista de pendientes de lado para simplemente disfrutar de estar vivo?
Y ahora vayamos un paso más allá. Imaginemos juntos una sociedad donde el ocio no sea un lujo para unos pocos, sino un derecho universal. Donde la creatividad tenga espacio para florecer, y la tecnología no nos esclavice. Sino que nos libere para ser lo que realmente somos: humanos. ¿Cómo construimos ese mundo? Esa es la pregunta que nos toca responder.
Entonces, querido lector, cuando la IA se encargue de lo “productivo”, ¿qué vas a hacer con tu tiempo? ¿Lo vas a llenar con más tareas, o te vas a animar a ser un poco más “inútil”? Quizás ahí, en esa “inutilidad”, encuentres la chispa de tu mejor versión. Porque al final, no se trata solo de liberar el tiempo, sino de aprender a disfrutarlo.
La vida es un instante, disfrutalo. Incluso hasta de los momentos oscuros y difíciles. Sin sal, no disfrutaríamos de lo dulce.
La decisión es tuya. ¿Te animás? Te leo.
Fuentes
La OMS reconoce el síndrome de burnout como enfermedad profesional
Johan_Huizinga https://es.wikipedia.org/wiki/Johan_Huizinga
Homo Ludens: https://es.wikipedia.org/wiki/Homo_ludens