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En el fútbol, Matías Camisay aprendió a moverse rápido, a leer el juego antes de que suceda. Fuera de la cancha, ese instinto lo llevo a construir su futuro con la misma agilidad. Aunque asegura que su socio “la tiene más clara”, ya empieza a desentrañar los secretos de la profesión que abrazará cuando deje de patear la pelota. “¿Sabés que no cobramos caro?”, dice con naturalidad, como si promocionar su lavadero fuera parte de un contragolpe bien pensado. “Los autos entre cinco y seis mil pesos; las camionetas entre seis y ocho. El interior sí –aclara, marcando el aumento– cuesta entre 20 y 25... asiento, techo y todas esas cosas”, explica con precisión casi quirúrgica, dejando en claro que cada detalle importa.
Rápido y pícaro, como en el campo de juego, autopromociona su lavadero de vehículos con palabras clave. Decir que en “BJ Lavadero” el trabajo es barato puede sonar mal. A veces, el adjetivo tiene una carga peyorativa, aunque no sea esencialmente negativa. ¿Alguien querría que su auto, camioneta o moto reciba un servicio así? Definitivamente, no.
“Todavía no se me da en la cabeza dejar de jugar. Pero creo que será mi último año y después veré qué pasa”, contó Camisay, quien en la última Liga Tucumana de Fútbol se puso la casaca de Deportivo Aguilares. Desea que el final sea en su tierra, en su club. Aunque fue en el que menos jugó durante su carrera, es el que más ama. “Quisiera terminar en San Lorenzo”, dijo el nacido en Santa Ana. “Quiero que nos vaya un poco mejor en el lavadero, pero el fútbol siempre estará”, anticipó sobre su futuro después del retiro.
Es imposible pensar lo contrario. El hombre de 38 años nació a dos cuadras de donde vive actualmente y tiene el lavadero frente a una cancha de fútbol. Mientras lava, rara vez pasa un instante sin que algún sonido futbolístico se mezcle con la hidrolavadora o las aspiradoras. Los gritos de gol, a veces, lo hacen “cogotear”, como se dice vulgarmente en cualquier vereda de barrio. La curiosidad de futbolista lo lleva a estirar el cuello, sin soltar la rejilla, igual que cuando juega y se lleva la pelota. Tiene la habilidad suficiente para levantar la mirada, algo que en el lavadero supone una distracción, pero en la cancha es sinónimo de concentración.
“Soy hincha de River, además de San Lorenzo, claro, y mi referente era ‘Lucho’ González”, explicó Camisay. Como el mediocampista “millonario”, el tucumano tiene mucho manejo del balón. Se siente cómodo tanto como volante como lateral por derecha. También tiene llegada al gol, aunque su fuerte está en la distribución eficaz. Esta habilidad no solo se debe a su velocidad, sino también a la destreza para cambiar el ritmo y confundir a los rivales.
Todo eso tiene para aportar en el último tramo de su carrera como futbolista. El torneo liguista, habitualmente, comienza en abril. “Ya no lo voy a hacer profesionalmente porque no voy a poder vivir de lo que me pague un club de la Liga. Graneros y algún otro, puede ser”, detalló Camisay. Sin embargo, su gran deseo es colgar los botines en San Lorenzo de Santa Ana, el lugar donde su tío José Ferreira lo llevó, confiando en lo que le decían sobre el hijo de su hermana.
“Debuté en Concepción FC a los 16 años”, recordó Camisay. Por cuestiones económicas, el club santanense prescindió rápidamente de su talento. Luego, jugó en Atlético Concepción de La Banda del Río Salí, Ñuñorco, Central Norte de Salta y Mitre de Santiago del Estero. “Yo soy un agradecido con el fútbol. Pude conocer gente muy buena”, destacó, valorando lo humano por encima de lo deportivo.
Su paso por Santiago del Estero
No tiene dudas: Mitre fue donde mejor la pasó. El reconocimiento tan específico de Camisay no le genera temor alguno con respecto a las demás instituciones. En todas se entregó plenamente, y los recuerdos que dejó son positivos. Sin embargo, su mejor recompensa como futbolista llegó con los santiagueños. “Fueron seis años y medio en el club. Ganamos cinco torneos de la liga local y ascendimos a la B Nacional en 2017”, detalló sobre sus logros con el “aurinegro”. En esa temporada, marcó un hito: fue el primer jugador del club en competir en el Torneo Federal A y B, y en la B Nacional. “Gracias a cómo me fue en Santiago, pude hacer mi casa”, agradeció.
“Estoy en el barrio donde me crié, donde vive mi madre y mis hermanos. Pude comprar un par de terrenos a la vuelta, en el Barrio Jardín”, relató Camisay, quien además explicó que su emprendimiento se llama “BJ Lavadero”, precisamente por las iniciales del nombre del barrio. Junto a su amigo José María Juárez, a quien describe como alguien que entiende el negocio, tiene un horizonte prometedor. “Nos está yendo bien en este tiempo que llevamos abiertos. Durante el fin de semana es cuando más trabajamos: lavamos unos 20 vehículos. En días de semana, unos cinco”, afirmó.
Mientras aguarda la reanudación de la actividad liguista y el comienzo del scouting de los clubes, siempre con prioridad para San Lorenzo, Camisay y su socio siguen enfocados en el emprendimiento. “La idea es que se expanda. Empezamos con máquinas pequeñas, pero necesitamos unas más grandes para que todo sea más rápido”, analizó.
Los planes de vida de Camisay siempre tuvieron como eje la localidad del suroeste tucumano. Es de los que nació en su “lugar en el mundo”, una fortuna que no muchos tienen. “Siempre he tratado de buscar la manera de vivir en Santa Ana. A mis amigos les digo que me tocó vivir en Resistencia, hermoso, y en Santiago, extraordinario. Pero tenía dos días libres y agarraba el auto para venir a Santa Ana desde Chaco. ¡Eran 10 horas!”, recordó, sorprendiéndose de lo que era capaz de hacer hace unos años.
Hoy sería casi imposible hacer eso, con casi cuatro décadas a cuestas. “Era joven y, por el entusiasmo de jugar, no sentía el desgaste en ese momento”, confesó. Esa energía, sin embargo, ya no está, y es algo que lo alerta. “La Liga de Tucumán está muy competitiva. Me he enfrentado con clubes donde hay chicos jóvenes que están muy bien”, reflexionó, consciente de lo que le espera en los próximos meses. “Es difícil dejar el fútbol. Soy un apasionado”, admitió, aunque también reconoció su terquedad. “Es duro el viejo, no quiere dejar”, dijo entre risas.