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
Y yo sueño que soy yo
Y yo muero de odio
Porque me dicen lo que tengo que hacer...
El paisaje emocional de “Mary Poppins y el deshollinador”, canción de principios de los años 90, de Fabiana Cantilo y Fito Páez, está marcado por una sensación de urgencia y frustración. El/la protagonista no quiere ser lastimado/a ni amado/a. Al menos por hoy. Esto indica que tiene una necesidad de espacio, y de un descanso de las complejidades emocionales.
La película a la que hace referencia la canción, lanzada en 1964 y protagonizada por la inolvidable Julie Andrews, cuenta la historia de una niñera mágica que acude a la casa de una familia disfuncional en Londres, y utiliza su estilo único para mejorarles la vida a sus integrantes.
Entre la canción en cuestión, y la historia que despliega la película, hay puntos de conexión con Tucumán, su gente, sus maneras y sus necesidades.
Acudiendo a esas cuestiones de urgencia, frustración, descanso de las complejidades emocionales, necesidad de espacio y de mejora de nuestras vidas, uno puede llegar a pensar, tal vez con ligereza y falta de rigor, que los tucumanos estamos necesitando la aparición de una Mary Poppins y su influencia mágica y transformadora. Esto, bajo un ideal de libertad y autodeterminación, cuestiones en las que muchas veces nos vemos sometidos, fundamentalmente por influjo de ciertos sectores de la población que decidieron saltearse el orden establecido y sacar provecho a costa de los demás.
Todos sabemos que la magia es sólo una ilusión. Que la creencia de que, a través de rituales, hechizos y saberes arcanos pueden manipularse fuerzas sobrenaturales, para afectar (cambiar) la realidad a nuestro antojo, no es posible.
Entonces, no tenemos otra que hacer el esfuerzo, ponerle actitud y convencimiento en que la salida a nuestros propios problemas, y a los sociales con los que nos topamos, pasa por cada uno de nosotros.
Enumeración
En la lista tucumana de penurias, carencias, preocupaciones, inseguridades, necesidades y miserias, aparecen cuestiones sobre las cuales, como dice el refrán, “al que le quepa el sayo, que se lo ponga”. A saber: hay a quienes no les gusta que les digan qué hacer; los que tienden a imponer una idea; los maleducados y agresivos; los que tienen una tendencia clasista; los que maltratan. Sumemos: los que se molestan con las congestiones, el ruido, la contaminación del aire, la inseguridad, los impuestos, los servicios deficitarios, ¡la superpoblación! También están los que se ponen “de la cabeza” ante las infracciones de tránsito y las normativas de convivencia ciudadana. Hasta la naturaleza (mucho calor, frío, sequía, lluvias intensas) es destinataria de la mala onda tucumana. Somos en esencia un producto de estudio sociológico permanente.
Otro factor que contribuye a nuestro malestar es el de los espacios personales, porque vemos cómo este es invadido con mucha más frecuencia de la que pensamos. Está el caso, por ejemplo, de los espacios comunes y los usos egoístas que se hacen de ellos. Porque si bien hay gente que sabe vivir en sociedad, también están los otros. La imagen, por ejemplo, de un ciudadano que se mueve por la Mate de Luna, la Perón o por cualquier avenida, con su potente y gigantesca camioneta a toda velocidad, zigzagueando entre los vehículos de menor porte, es un ejemplo de inadaptación social. Y también entra en ese concepto que ese ciudadano decida ir a marcha lenta por los carriles rápidos, dando a entender que él tiene el poder y la impunidad para hacer lo que le plazca.
La conducta socialmente inadaptada o psicopática, es un trastorno del comportamiento. Los especialistas dicen que muchas veces se diagnostica en la infancia. La caracterizan los comportamientos antisociales que violan los derechos de los demás, además de las normas y reglas sociales apropiadas para la edad.
No obstante estos planteos, hay que admitir que todo lo enumerado no es más que una radiografía de los numerosos problemas que existen en la mayoría de los lugares urbanos. Que tendemos a percibir estas situaciones como exclusivas de nuestro “pago chico”. Con un agregado: esas cosas generalmente suceden cuando quienes deben hacer cumplir la ley, las ordenanzas o las normativas, son laxos en su ejecución. Citemos el caso de quienes tienen por costumbre vulnerar las normas en su ciudad de origen, y respetan las de otra que visita. Un demonio de Tasmania en casa, y un señorito lejos de ella. ¿Doble personalidad o entendimiento absoluto a lo que le puede pasar afuera si no respeta?
Volvemos al comportamiento puertas adentro: ¿nos comportamos igual en San Miguel de Tucumán que en Yerba Buena? ¿En Tafí Viejo que en Tafí del Valle? ¿En Concepción que en Banda del Río Salí? Sin dudas hay patrones comunes, pero también es cierto que interviene una serie de factores que puede modificar la manera en la que nos movemos en, por ejemplo, la vía pública. Porque queda claro que incide en el comportamiento social el lugar donde uno se mueva.
Un punto de vista
Un profesor de Ingeniería Civil de la University College London, Nick Tyler, sostiene que hay cinco grandes ejes que deben caracterizar a la ciudad “ideal” para que el ciudadano no se vea afectado: 1) ser amigable en pos del bienestar; 2) ser activa e inclusiva con el peatón; 3) que tenga espacio público abierto y verde; 4) ser vivible garantizando el bienestar del ambiente; 5) que tenga capacidad de evolución y de adaptación a los cambios.
¿Alguna de las nuestras cumple estos ejes, o está yendo hacia ello?
Tyler también hace hincapié en que el entorno tiene una interacción con las personas. Que esto es algo así como una conversación: las personas tienen sus sentidos, sus opiniones, sus preferencias, y el entorno tiene sus características. Hay gente en Tucumán que piensa en estas cosas, que actúa y proyecta, que sostiene la idea de que las ciudades son las personas y no los edificios.
Volvemos al planteo de Mary Poppins. No es la magia ni la fantasía que despliega este personaje la que necesitamos, sino más bien su actitud y su buena onda. Y con ello, la acción, el trabajo, la empatía y el pensamiento plural. Esa parece ser la perspectiva atinada, es decir, asumir que cada uno puede sumar a la causa ciudadana común. Ni Tucumán es el peor lugar del mundo para vivir, ni fuimos castigados por una maldición, ni estamos perdidos en un lugar sin retorno. Quizás el error esté en que hemos naturalizado lo que no está bien; en que nos rebelamos sin causa; en que hemos cruzado la línea que indica que comenzó el territorio de los demás (y no nos importa). En suma, la urgencia está, para evitar caer en la frustración, en que estamos necesitando entendernos. Y, claro está, cambiar.