Carlos Páez de la Torre (h), un historiador que buscaba la vida en los detalles

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BANCO DE DATOS. En libretas y cuadernos registraba las impresiones para desarrollar luego sus investigaciones. BANCO DE DATOS. En libretas y cuadernos registraba las impresiones para desarrollar luego sus investigaciones.

La oficina de Carlos Páez de la Torre (h) era un tesoro de libros, cuadernos y objetos como de coleccionista. De ella salía a veces con algún cuaderno donde había anotaciones con letra pequeña, clara y minuciosa, con pequeños títulos acompañados de fechas o referencias. También podía llevar algún archivo de datos primarios en pequeñas libretas de teléfonos, cuyas páginas blancas estaban saturadas de referencias y tachones de datos ya se habían usado. Quizá eran demasiado personales para comprender los molinos del pensamiento del historiador y periodista, ávido de detalles que le diesen carnadura y sentido a las historias, pero guías para entender su oficio. Félix Luna había señalado esa característica en la obra “Historia de Tucumán”, de Páez de la Torre: “no son meros nombres, casi todos tienen vida, ofrecen al lector su rostro, sus características personales, sus manías, sus excentricidades”.

A Carlos le había llamado la atención el hábito de Manuel Mujica Lainez de escribir en libros del tipo de caja contable, que permitían elaborar un texto y agregar detalles al margen, con lapiceras fuente de calidad. Él hizo algo parecido. Acaso allí se desarrollaban los primeros esbozos de los textos serios, destinados a la imprenta. La base eran esos detalles esbozados en libretas y cuadernos, el primer contacto con los datos. “El pasado siempre es atractivo, y si se trata de chismes, mejor”, escribió a  propósito de un libro de historias de la historia. Y citaba la frase de Chesterton: “lo divertido es lo contrario de aburrido y no de serio”.

En esas libretas había mezclas que evidenciaban la pasión que perseguía hasta los detalles más nimios. Fotos, ubicación, publicación, fecha; direcciones, datos de libros, esbozos de búsquedas ya sea personales o bibliográficas. Por ejemplo: “Cuadro de Teófilo Castillo… lo tienen en xxxx”. O: “Apenas: Ver Motín Cárcel 28/6/13 LG y LO”; o “Sillones históricos, 29/4/19 ¿EO o LG?” (se refería a los diarios “El Orden” y LA GACETA).

¿Hay historias importantes no contadas? Tal vez. En un cuaderno rojo tenía un dato tomado al azar sobre secretos en la Casa de Gobierno pero Páez de la Torre no pudo, al menos en ese caso, corroborar el chisme y lo anotó para, quizá, aclararlo en el futuro. “No he conseguido ese detalle”, dijo.

MINUCIOSIDAD. Los cuadernos, gran ayuda memoria para Páez de la Torre. MINUCIOSIDAD. Los cuadernos, gran ayuda memoria para Páez de la Torre.

El caso de Gabriel Iturri muestra la avidez de Carlos por los detalles. Singular personaje mencionado por Paul Groussac en “El viaje intelectual”,  amante del conde Robert de Montesquiou, Iturri fue incluido por Marcel Proust en su obra “En busca del tiempo perdido”. Páez de la Torre se interesó en él a fines de los años 60  a partir de dos cartas y comenzó a indagar. Al final de su texto de 1973 -”Gabriel Iturri: de Yerba Buena al mundo de Marcel Proust”- se lamentaba porque “dicen que (Montesquiou) alguna vez envió a la Argentina el retrato de su secretario, obra de un gran pintor. No lo hemos hallado”. Y decía: “parece mentira que el tucumanillo de Grousssac terminara figurando nada menos que en un monumento literario de todos los tiempos, a pesar de su insignificancia esencial. Es que acaso no fuera tan insignificante”. Después de varios artículos sobre Iturri, Páez de la Torre publicó “El canciller de las flores” (1992) y años después volvió sobre el tema en otro libro, “El argentino de oro”, porque, dijo, habían surgido nuevas revelaciones con la publicación de la correspondencia de famosos de la “Belle Époque”. El pasado se reescribía.

Hay detalles que jalonaron vidas, como la diablura de 1882 de un Ernesto Padilla de 9 años, que motivó que Paul Groussac lo expulsara de la Escuela Normal. Páez de la Torre investigó el asunto por las cartas a lo largo de los años de Padilla.

Hay detalles que marcaron escándalos. Así lo contó en la nota sobre la “visita de pesadilla” del músico Camille Saint Saëns a Tucumán en 1916 (publicada el 12/5/85) y celebró que se hubiera ocupado de esos entretelones el periodista Julio Alberto Castillo. “En las provincias siempre hay -por lo menos- dos versiones de los acontecimientos más serios -escribió Páez de la Torre-. Una es la que queda en los papeles oficiales, en las crónicas periodísticas, en las fotografías. La otra -nada fácil de documentar seriamente- pervive en la memoria colectiva, y suele caracterizarla, entre otras cosas, una esencial irreverencia. Los acontecimientos aparecen allí despojados de toda solemnidad, y los protagonistas ya no se definen por sus funciones o su prestigio, sino por datos más domésticos, caseros: si era bajo o alto, o gordo, qué manías o tics tenía, qué había de ridículo o de extravagante en sus modales y su vestimenta. Se podría así, en el interior de la Argentina, escribir todo un libro de esta historia paralela, por cierto mucho más amena que la oficial cristalizada en textos respetables. Lástima que estas versiones, por lo general, no se registren y se vayan esfumando con el tiempo”.

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