El archivo de Páez de la Torre (h): un retrato íntimo de un intelectual y su comunidad

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SU OFICINA. Heredó el espacio de otro historiador, Ramón Leoni Pinto. Allí organizó su colección de libros, objetos e imágenes. SU OFICINA. Heredó el espacio de otro historiador, Ramón Leoni Pinto. Allí organizó su colección de libros, objetos e imágenes.

Mucho antes de caer enfermo, había decidido que esos miles de papeles, libros, carpetas y fotos, aquello que acumuló durante años, todo ese material que había estado en el origen de sus publicaciones, debía quedar a cargo de LA GACETA, el diario para el que escribió desde sus veinte años. Sólo esta empresa periodística podría salvaguardar el valioso corpus documental que lo fue rodeando a lo largo de su carrera de escritor y periodista. Su oficina era tanto un refugio como un mundo. Había conseguido transformar un lugar de trabajo en un universo de textos e imágenes en el que parecía flotar. Al final, no quería que ese nimbo se aleje de su querida provincia y, aunque había dirigido archivos estatales, sabía que el Estado nunca tenía dinero para ellos. Por otro lado, en manos familiares los archivos corrían el riesgo de desmembrarse cuando no de destruirse, con lo que dejaba sellado un pacto intelectual: LA GACETA se convertía en receptora y responsable de ese valioso legado.

Oficina

Lo que hoy llamamos Colección Páez de la Torre cuenta con dos bibliotecas, más de setenta cajas con imágenes, cajones con objetos, carpetas y sobres llenos de papeles y un largo etcétera. Se trata de una oficina -y más- que guarda papeles de piso a techo. Si tenemos que definir un tema es la historia, y si tenemos que delimitar un lugar es Tucumán, pero en realidad hay literatura, material de economía y sociología, libros de Catamarca, Salta o Córdoba.

A grandes rasgos podemos diferenciar el archivo de su propia producción de su archivo de consulta.

De lo escrito por él, contamos con libros, artículos, borradores, notas y fichas de sus investigaciones, de las que destaco las anotaciones y los papeles que recolectó para sus biografías de Groussac, Terán o Iturri; también contamos con originales de gran parte de sus conferencias, charlas y cartas personales. Su archivo de consulta es un tema aparte. Las bibliotecas son un ejemplo de orden, pero sus decenas de cajas, a veces ordenadas y clasificadas pormenorizadamente y otras amontonadas en una especie de work in progress circunstancial, representan un largo trabajo de clasificación. En ese cúmulo, encontramos manuscritos, cartas originales, primeras impresiones o simples fotocopias; las imágenes pueden ser albúminas del siglo XIX o fotos desenfocadas tomadas hace unos días. Todo junto y una cosa detrás de la otra. En su colección la calidad es secundaria a la intención de completar un universo de referencias históricas tucumanas.

Llegados a este punto LA GACETA debe agradecer la colaboración, por no decir la amorosa dedicación de su esposa, Flavia Allende, que ocupó todos estos años para organizarlos y clasificarlos. De ella partió el proyecto de digitalizar gran parte de su catálogo y hacerlo público a través de una página web.

ANOTACIONES. Así registraba sus apuntes, en este caso referidos al fotógrafo de LA GACETA  César Martínez Lanio. ANOTACIONES. Así registraba sus apuntes, en este caso referidos al fotógrafo de LA GACETA César Martínez Lanio.

Retrato

Sabemos que una colección empieza con el deseo de organizar un mundo autónomo y termina por dibujar un retrato de su hacedor, un mapa de sus intereses, una puerta de acceso a sus seguridades más férreas y también a sus dudas menos públicas. Siguiendo esta idea, la colección de Páez de la Torre lo muestra tanto en su polifacetismo como en su afeite elegante de dandi.

Sus cosas dibujan un proyecto cultural y el perfil de un intelectual, los perfiles de su clase social y los claroscuros de toda una comunidad. Entre tantos papeles se ilumina el deseo de apuntar a una historia orgánica, detallada, documentada y razonada para éste, su pequeño lugar en el mundo.

En su oficina, junto a la soberbia de una presencia que se extraña, sobrevuela en este espacio el mismo pudor que lo hacía repetir “No soy muy bueno escribiendo, pero corrigiendo soy el mejor”; un escritor, un coleccionista y un intelectual. Un elegante demodé, luciendo corbata y gemelos todo el día. No hay ni hubo muchos en Tucumán. Como el retrato de una persona, esta colección es una fisonomía, pero también, como todo retrato, es un paisaje interior, un misterio, un depósito de secretos.

Comunidad

Me acuerdo de que no solía importarle mucho la plata. Pagaba siempre y en billete. Trataba de pasar buenos honorarios para los trabajos que emprendía, pero a las cosas que tenía las presentaba más bien por lo que significaban en su universo intelectual que por lo que podían llegar a costar. Diría que casi nada de lo que encontramos en su colección estaba tasado, porque su lógica y su pretensión era reunir fuentes para que sean estudiadas y no reliquias para ser vendidas.

Si en la oficina metía la mano en una caja, podía sacar un daguerrotipo anónimo o una foto de Paganelli, una carta firmada por Javier López o la Guía de Colombres de 1901. En su casa había un retrato de Ambrosio Funes, otro de Soldati, una pequeña cabeza de Lola Mora, un casco de bomberos de los 20, y así aparecían nombres e historias que se hilvanaban unas con otras mientras volvían a la vida.

Como un mago pero también como un guardián, su voz podía encantar o intimidar pero buscaba siempre estimular la curiosidad y multiplicar las historias. Lo que queda de esa voz y lo que tanto ayudó a templarla quedó aquí, en su Colección.

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