

En 1973, la protagonista de la novela “Miedo de volar”, de Erica Jong, reflexionaba: “aunque quieras a tu marido, llega el inevitable año en que coger con él se vuelve tan insulso como el queso Velveeta… sin sabor agridulce, sin peligro”. La polémica obra, que en parte contribuyó al desarrollo de la segunda ola feminista, supo resonar entre las mujeres que se sentían insatisfechas y atrapadas en sus matrimonios. Se convirtió en un best-seller y hoy -con más de 27 millones de ejemplares vendidos en todo el mundo- es considerada un clásico de culto.
Escrita en primera persona, la narradora es Isadora Wing, una poeta neoyorkina de 29 años quien, en un viaje a Viena con su segundo marido, decide dar rienda suelta a sus fantasías sexuales con otro hombre.
Ellas no quieren
Las amargas palabras de Isadora reflejan de alguna manera el hecho de que, luego del matrimonio (o de la convivencia), suele bajar la frecuencia sexual. Buscando ahondar en este tema, el prestigioso psicólogo social estadounidense Roy F. Baumeister lideró una investigación al respecto.
Para ello hizo un seguimiento de parejas -heterosexuales- recién casadas durante los primeros años de matrimonio. Los participantes respondieron cuestionarios sobre sus deseos sexuales, su satisfacción conyugal y otros factores, aproximadamente cada seis meses. Más allá de las particularidades, el patrón general quedó claro: “Durante los primeros cuatro o cinco años de matrimonio, el deseo sexual de la esposa disminuyó constantemente, mientras que el del esposo no mostró ningún cambio. El mismo patrón se encontró para las preguntas que exploraban el deseo específicamente de tener relaciones sexuales con el cónyuge y de tener relaciones sexuales con cualquier persona en general”.
Algo llamativo: encontraron que la satisfacción conyugal tanto para el marido como para la mujer se deterioró a la par que la pérdida del deseo sexual de la mujer (en cambio, el deseo sexual del esposo era irrelevante para la felicidad marital de cualquiera).
Es la evolución
Según Baumeister, una posible explicación es que el deseo sexual femenino aumenta durante la fase del amor apasionado, es decir, los primeros tiempos de la relación. Algo que la naturaleza puede haber dispuesto como una forma de animar al hombre a hacer un compromiso a largo plazo. “Los humanos evolucionaron de otros grandes simios, pero ninguno de los otros simios se toma en serio la paternidad, y mucho menos proporciona comida y refugio para la madre de sus hijos durante años”. De manera que la evolución tuvo que organizar algunos cambios serios para lograrlo. Así, el deseo sexual de los hombres “puede haber adquirido un carácter adictivo, por lo que los hombres se apegan y mantienen la esperanza de tener relaciones sexuales incluso cuando la producción de placer disminuye, como en algunas adicciones a las drogas”.
Mientras tanto, la naturaleza dispuso que el deseo de la mujer aumentara temporalmente durante el cortejo. De manera que las parejas en las que el deseo de la mujer aumentaba lo suficiente como para “enganchar” al hombre, producían más hijos que otras.
El psicólogo señaló que no es que el matrimonio sea malo para el deseo sexual de las mujeres, sino que más bien “la fase de amor apasionado lo potencia, y cuando ese tipo de amor desaparece, el deseo sexual vuelve a la línea de base”.
Afirmó que la psicología puede fortalecer los vínculos amorosos si ayuda a las personas a darse cuenta de que este es simplemente un patrón común, un problema estándar que ambos -si se sienten motivados, desde luego- pueden resolver creativamente, como pareja.