
POR Walter Gallardo para LA GACETA
Cuando se emprende un largo viaje hacia la mentira, no es posible volver sin consecuencias, es decir, sin antes quedar desnudo y en el camino perderlo todo. O casi todo. Mientras tanto, resulta agobiante custodiar el espacio donde residen los hechos verdaderos, aquellos que no deben ver la luz; es una tarea que reclama un angustioso estado de alerta, una celosa vigilancia casi carcelaria; cualquier descuido puede dejar los secretos en libertad y humillar al impostor: un simple balbuceo en un sueño confiado, una copa demasiado cargada de alcohol o una aventura amorosa.
Le ocurrió a Jean-Claude Romand, un individuo gris, con inclinación a la tristeza, en Prévessin-Moëns, una localidad francesa a pocos kilómetros de Suiza. Se marchó a tanta distancia de sí mismo que nadie, ni siquiera él, podría explicar quién fue durante 18 años. En ese lapso eligió alejarse cada vez más de la verdad, engañando a todos con su aspecto tranquilo y sobrio, construyendo un edificio vertiginoso de mentiras, hasta comprobar que le resultaría denigrante asumir su vida real. En enero de 1993, asfixiado por su propia farsa, y ya sin coartadas, con una repulsiva frialdad resolvió eliminar a los testigos más inmediatos en un fin de semana: el sábado asesinó a golpes a su esposa, Florence, y a tiros de escopeta a sus hijos, Caroline de 7 años y Antoine de 5; fue a ver a sus padres, compartió con ellos el almuerzo y luego les disparó con la misma arma: a su padre por la espalda y a su madre, de frente, mirándola a los ojos; y, como si toda memoria incomodara, acribillaría a balazos también al perro, un cariñoso labrador; desde allí condujo hasta París para encontrarse con su amante, la que debía ser su sexta víctima, pero Corinne logró escapar. Y todavía no había acabado. Volvió a su casa el domingo y allí, rodeado de cadáveres, se pasó horas mirando televisión, cambiando incesantemente de canal, tal vez meditando el próximo paso. En la madrugada del lunes tomó unos barbitúricos ya vencidos con la supuesta intención de suicidarse y le prendió fuego a la vivienda.
Sobrevivió, aunque esa es sólo una manera de verlo. ¿Qué tipo de mundo le espera a alguien que asesina a toda su familia? Hay vidas que no son mejores que la muerte. Tal vez por esa razón, durante los días que estuvo en coma, su mejor amigo Luc Ladmiral y su esposa rezaron para que no recuperara el conocimiento. En tanto, la policía informaría a Luc de una nota encontrada en el automóvil de Romand en la que se declaraba autor de los crímenes y confesaba que todo lo relacionado con su carrera y trabajo había sido un engaño. A partir de allí, quienes lo frecuentaron no dejaban de preguntarse cómo habían podido vivir tanto tiempo al lado de este hombre sin sospechar de él.
Las rutinas de la impostura
Casi nada en su vida era verdad. Considerado entre sus conocidos un reputado médico, funcionario de la Organización Mundial de la Salud, en realidad nunca había trabajado en ese organismo. Ni siquiera había pasado del primer curso de Medicina. Aun así, curiosamente continuó matriculándose año a año en la carrera entre 1975 y 1986. Para simular una rutina, subía a su coche cada mañana y se iba a pasear por los bosques alpinos o a deambular por los bares de las ciudades de los alrededores. Por la noche regresaba a casa como cualquier trabajador esforzado, fingiendo haber tenido una dura jornada en la oficina.
En ocasiones ingresaba en el edificio de la OMS como visitante y se llevaba todo el material con membrete que pudiese para mostrarlo en casa. Incluso llegaba a comprar mapas de las ciudades que supuestamente visitaba por trabajo para luego poder dar detalles verosímiles o se encerraba en un hotel cercano al aeropuerto de Ginebra a estudiar las guías turísticas de sus destinos imaginarios. Aseguraba recorrer todos los continentes dando conferencias sobre una especialidad no menor: el tratamiento de la esclerosis arterial, algo que supuestamente le estaba haciendo ganar prestigio en el mundo. Pese a todo, o por eso mismo, mantenía un perfil bajo y reservado, a tal punto que su mujer bromeaba con que un día su marido le confesaría ser un espía ruso.
Cadena de estafas
¿De qué vivía? En un principio del dinero que le daban sus padres con regularidad y del que sacaba furtivamente de sus cuentas corrientes. Más adelante usó su falsa condición de funcionario de la OMS para asegurar a familiares y amigos que podía colocarles su dinero en bancos suizos en condiciones ventajosas. Muchos le confiaron sus ahorros sin exigirle un comprobante, incluido el padre de Florence, su esposa, fallecido en una sospechosa caída desde una escalera mientras conversaba a solas con Romand. Después de este episodio, su suegra vendió la casa para mudarse a una más pequeña y con la candidez de una persona honesta le dio a su yerno el dinero obtenido para que se lo invirtiese. Por supuesto, jamás volvería a verlo.
Otra fuente de ingresos provenía de la venta de medicamentos oncológicos que teóricamente estaban en etapa de experimentación. Decía que se trataba de pastillas elaboradas con células madre. Cobraba por cada una el equivalente a 2.000 euros de hoy. Obviamente, no eran más que placebos. Así, con todos estos malabarismos de embaucador, financiaba el alto tren de vida de su familia, que incluía colegios privados, viajes y un lujoso BMW.
Libros y cine
Jean-Claude Romand fue condenado a cadena perpetua en 1996. Desde entonces, sobre su caso se escribieron varios libros -el más conocido es El Adversario de Emmanuel Carrère- y se filmaron un par de películas. Aunque tenía derecho a pedir la libertad condicional desde 2015, no lo hizo hasta septiembre de 2018. Después de algunos reparos, finalmente se la concedieron en abril del año siguiente. ¿Adónde iría? El lugar elegido fue un monasterio benedictino del siglo XI en la región de Châteauroux (Indre). En la cárcel, los informes decían que había tenido un comportamiento ejemplar. Hoy, tan recluido como antes, nada se sabe de él. Sin embargo, sería oportuno preguntarse si ha sido capaz de completar el viaje de regreso a su vida real, subsanando aquel informe psiquiátrico de los años 90 en el que se pronosticaba que “para siempre le resultará imposible ser percibido como auténtico”. Se basaba en un testimonio del propio Romand, en el que admitía el temor de “(…) no saber jamás quién es”.
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Walter Gallardo – Periodista tucumano radicado en España.