AISLADO. El protagonista de “Muerde” fue abandonado por su padre en un taller de ataúdes.
René vive aislado en el taller familiar de ataúdes, donde su padre lo dejó encerrado cuando tenía 10 años, para casarse de nuevo y tener otros hijos que no tengan contacto con él. No sabe ni puede saber cuánto tiempo pasó desde entonces. Una jornada, se encuentra manchado de sangre y no entiende por qué. Intenta controlar sus pensamientos, pero las palabras aúllan, golpean y perforan, como un clavo a la madera o los dientes a la carne, mientras sus pensamientos se desatan sin vuelta atrás. Intentará averiguar de dónde vienen sus heridas; mientras Rosa, una presencia constante, y su pasado lo acechan en todo lo que calló.
Así se anuncia “Muerde”, el thriller que Luciano Cáceres presentará esta noche, a las 21.30 en el teatro municipal Rosita Ávila (Las Piedras 1.550), con texto y dirección de Francisco Lummerman, en una puesta donde el público va más allá del relato ficcional -aunque basado en un caso real- y se enfrenta a sus propios prejuicios ante un protagonista con retraso madurativo, que fue empujado a la exclusión. La trama expone, bajo la estructura del policial, un planteo dramático de connotaciones sociales.
“Lo primero que me apareció cuando me convocaron para esta obra fue una imagen -le dice Cáceres a LA GACETA sobre cómo construyó su personaje, mientras viene a Tucumán por ruta-; yo estaba filmando una película en España y recordé cuando de pequeño acompañaba a mi madre, que trabajó toda su vida en la asistencia social. Veía a pibes de mi misma edad, chiquitos, en los barrios carenciados y le preguntaba ¿por qué tienen mocos colgando? Y mi vieja me decía que ‘por eso se les dice mocosos’, y que yo no los tenía porque mi mamá estaba presente y todo el tiempo con el pañuelito limpiándome”. Así, de esa idea primigenia de la importancia del cuidado y la atención afectuosa, partió la elaboración de un monólogo premiado nacionalmente.
- Esa ausencia de afecto se transmite constantemente en la obra, con un montaje minimalista en el que René no tiene nada, lo que potencia su soledad y encierro...
- La apuesta minimalista tiene dos razones. Una, que desde el vamos queríamos era una obra para viajar; y la otra, que los elementos indispensables para poder retratar el taller de carpintería y sus elementos era la madera, el acerrín del que habla la obra y ese espacio que se va a ir transformando. Va a tener un adentro y un afuera en un territorio delimitado para generar lo opresivo del encierro.
- ¿El espacio diseñado fue determinante en la construcción de tu personaje?
- Junto con cómo construir el espacio, también nos planteamos en dónde sucedía todo: sabíamos que debía ser en un pueblo rural. Y ahí empezó a aparecer un acento del norte. Después, los comportamientos físicos de un chico crecido de golpe, con esa cosa de estar en un cuerpo de un adulto siendo un niño todavía y no saber cómo manejarlo, el ser torpe y algunas cuestiones de pausas al hablar, de tener que repensar dinámicas de velocidad en su forma de expresarse.
- ¿Qué refleja su aislamiento?
- De alguna manera, ser un pibe con un retraso hace que no lo quiera ver nadie. El padre, por rehacer su vida, lo deja encerrado en una carpintería de ataúdes, y por día le deja una caja con comida y nada más. Nadie lo ve y nadie se entera de él. Pasa mucho con la historia, con los distintos y los diferentes, con la gente que padece alguna enfermedad y demás. Aislarlo, no hablar de ellos, ocultarlos... La familia a veces ni los saca de su casa. Y eso lo expone a intentar querer insertarse en la sociedad que lo rodea desde su diferencia. Pero siempre va a ser marcado y en muchos casos también van aprovecharse de su inocencia, de su debilidad, de su capacidad diferente.
- ¿Esa inocencia termina siendo una tabla de salvación para él?
- Es muy duro lo que atraviesa René, pero al mismo tiempo lo vive con cierta simpatía porque no puede ver la maldad del mundo. Se quedó congelado en esos 10 años intelectualmente hablando y no puede ver ni está cargado de prejuicios.
- ¿Cómo se vincula tu personaje con la muerte que lo rodea?
- De alguna manera, las pérdidas nos tocan a todos. Hay seres más vulnerables que, si van perdiendo sus padres, nadie sabe quién se ocupa de ellos. Me hace acordar una obra de Julio Chávez, en la que había un chico con discapacidad y toda la obra hablaba de eso, de qué va a hacer cuando ya no estemos. Y este pibe es un superviviente en eso; después hay una cadena en la cual siempre hay uno más débil con quien descargar la violencia.
- ¿Estar a punto de estallar es una constante de este tiempo?
- No lo sé categóricamente, pero sí sé que estamos en un mundo cada vez más individualista y nos cuesta mucho aceptar las diferencias a los otros. Estamos muy mirándonos en el ombligo por supervivencia, por el tiempo que no tenemos. Hay que cumplir con todas las situaciones, laburar y estar ahí, siempre buscando el mango y cada vez somos más egoístas. Y eso también hace que la violencia esté a flor de piel, que esté súbita todo el tiempo.
- La obra se inspira en un hecho real...
- El motor de la obra tiene que ver con un caso que sucedió, en donde 30 personas mataron a palos a un pibe por afanar un celular; obviamente no estuvo bien robar, pero que entre todos lo maten refleja lo que está ahí, todo el tiempo a punto de detonar. Vivimos dentro de mucha impaciencia, mucha ansiedad... son marcas de los tiempos que corren.
- El texto obtuvo el segundo premio para obras inéditas del Fondo Nacional de las Artes en 2015, y en tu caso ganaste el Estrella de Mar al Mejor Unipersonal y el de la Escuela de Espectadores por su interpretación, aparte de otras nominaciones. ¿Qué responsabilidad conllevan los reconocimientos obtenidos?
- Uff, ¡qué pregunta! No tomo particularmente a los premios como una responsabilidad mayor o distinta a la que ya siempre tengo cuando elijo hacer una obra o una película, y la seriedad con la que encaro ese trabajo. Sobre todo, la responsabilidad está en defender el oficio, y en esta tarea que tenemos. En este caso particular, es la de poder darle voz a los que no suelen tener voz, como son los René que viven en cada ciudad.




















