Salud mental es un término relativamente nuevo cuyo empleo ha tenido una rápida como amplia aceptación social. Puede ser escuchada tanto en un ámbito académico como en una conversación informal en Tucumán, en Argentina y en el resto del mundo, por lo que merece una breve consideración su origen, significado y alcance del mismo. Emergió como una necesidad de dar respuesta a nuevas problemáticas de la modernidad, consecuencia de la industrialización, las migraciones, el crecimiento urbano y las transformaciones socioeconómicas, culturales y tecnológicas. Una de las características de los trastornos mentales actuales -que no son nuevos, sino una expansión de sus fronteras- es su estrecha relación con la cultura y la vida social contemporáneas. Trastornos emocionales, alimentarios, adicciones, violencias en sus múltiples formas: todos muestran una conexión directa con valores dominantes como el individualismo, el consumo desmedido y la competencia constante. Su objetivo, en palabras de la especialista Alicia Stolkiner, es lograr “el máximo bienestar posible en cada momento histórico y en circunstancias determinadas, producto de la interacción permanente y de transformación recíproca entre el sujeto social y su realidad”. En consonancia con recomendaciones de organismos internacionales como la OMS y la OPS -de los cuales Argentina forma parte activa-, se propone un nuevo paradigma para el abordaje de los padecimientos mentales. Este modelo pone en el centro la inclusión social, la garantía de los derechos humanos y el trabajo interdisciplinario e intersectorial. Busca superar el viejo modelo asilar, priorizando la atención ambulatoria, la comunidad como entorno de cuidado y la integración social del sujeto. En Tucumán, este paradigma comienza a tomar forma. Conviven hoy hospitales psiquiátricos -en proceso de transformación en Centros de Atención y Rehabilitación en Salud Mental- con servicios de salud mental en hospitales generales, centros de atención primaria, hospitales de día, centro de rehabilitación para adicciones y equipos territoriales que trabajan en el propio lugar donde surgen las problemáticas. Todo esto permite vislumbrar la instalación progresiva de un nuevo modelo de salud mental, en donde: a) Se rompe con la hegemonía del hospital psiquiátrico y de los saberes únicos. b) Cambia el perfil de las problemáticas predominantes y también el imaginario social acerca de la locura. c) Se instala una mayor conciencia política que vincula la salud mental con la salud en general y ambas con el bienestar social. d) Se reconoce que los malestares actuales no son ajenos a la vida cotidiana y, por tanto, se los debe abordar desde múltiples dimensiones. La salud mental, entonces, es un derecho de todos, un desafío político y una responsabilidad compartida.
Osvaldo R. Llapur
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