CON SU "TRAPO". La familia Ibarraran, orgullosa, esperando para ver al "Millonario" LA GACETA / DIEGO ARAOZ
Por momentos parecía más una peña que una fila. El punto de retiro de entradas para los hinchas de River, en las afueras del estadio de Central Córdoba, en Santiago del Estero, daba la vuelta a la manzana. Algunos esperaban callados. Otros, no tantos, mataban el tiempo cantando o saludando a conocidos. Porque en ese rulo interminable de camisetas rojas y blancas, había muchas caras que ya se habían visto antes. En Córdoba, en Salta, en La Rioja, en Buenos Aires. En donde juegue River.
Las tonadas marcaban el mapa: santiagueños, tucumanos, porteños. Cada uno con su historia y su ritual. Todos por lo mismo.
Y a unos metros de ese movimiento constante, con el trámite ya resuelto y la entrada en la mano, estaba la familia Ibarrarán. Sentados, tranquilos. Marcelo y Cinthia, tucumanos, acompañados por su hijo y el ahijado de ella. Cuatro que se acomodaron en un rincón del club para ver pasar a los suyos. Los que, como ellos, se mueven donde su equipo va.
Viajan seguido. No solo cuando River juega contra Central Córdoba, aunque ese es un clásico personal. “Siempre que podemos, venimos. Más si es en el Interior. En Buenos Aires es más difícil conseguir entrada”, dice Cinthia.
No vienen solos. Desde 2018 los acompaña una bandera. La hicieron para una final que todavía sigue viva en cualquier charla entre hinchas: la Libertadores contra Boca. Tenían las entradas para esa final en el Monumental. Pero cuando el partido se suspendió y se trasladó a Madrid, no pudieron viajar. Se quedaron en Buenos Aires. La bandera tampoco cruzó el Atlántico. “Estábamos con la familia, lo vimos todos juntos. La bandera es porteña”, cuenta Marcelo. Es lo único que dice. Lo demás se le nota.
La charla va y viene entre anécdotas y sonrisas. Hoy River se enfrenta a San Martín de Tucumán, un cruce que muchos esperaban desde hace rato. Y para los del norte, tiene su condimento. “Yo soy de San Martín también”, admite Cinthia, entre risas. Marcelo no: “Él es de Concepción de la Banda”, aclara ella, como si eso explicara todo.
El partido está cerca. Marcelo se anima con una predicción: 3 a 1. Cinthia prefiere no decir números, pero sí certezas. “Gana River. River me genera todo”, dice. Se hizo hincha por su papá. Toda su familia es de River.
Marcelo también se crió con esa camiseta, aunque en un entorno más dividido. Su abuela fue quien lo metió en el mundo de River. “En mi casa, solo mi hermana y yo éramos de River. El resto, de Boca. Hace una pausa, respira, y se le escapa una sonrisa. “La anecdota con mi hermano fue graciosa. Le traje regalos en forma de gastada. Los ‘bosteros’ murieron en Madrid”, remata.
No lo dice con soberbia. Lo dice porque sabe que el fútbol, a veces, se mete en las historias más personales.
De Juan Fernando Quintero opinan los dos. “Vuelve diferente, pero bien”, dice Marcelo. “A Juanfer lo bancamos a muerte”, agrega Cinthia. Pero cuando hablan de ídolos, no hay dudas. “El nuestro es Enzo Pérez. De los dos, del nene, y de mi ahijado”, dice ella. Marcelo asiente. No hace falta más.
El regreso de Marcelo Gallardo también aparece en la conversación. Marcelo se acomoda en el banco, se pone serio. “Con la vuelta del Muñeco… no hay palabras. Es el mejor”, afirma.
Siguen hablando. Del plantel, de los viajes, de los partidos. “Cuando River juega bien, lo disfrutamos. Cuando juega mal, también lo bancamos”, dice Cinthia. Y entre tanta fidelidad, surge una historia más.
Su hermano mayor, también tucumano y también fanático, dejó su marca en sus tres hijos. Al primero lo llamó Enzo, por Francescoli. Al segundo quería ponerle Ramón, por Ramón Díaz. La mujer no aceptó, pero le dicen “Ramoncito”. Y al tercero, nacido en 2019, lo bautizaron Lucas Juanfer. Una apuesta definió el nombre: si River ganaba, él elegía. Ganó River. Y los goles, ese día, fueron de Pratto y de Quintero.
Así, de a pedacitos, se construyen estas historias. En una bandera que no voló a Madrid pero sigue presente. En una entrada guardada. En un viaje más. En una fila que da la vuelta a la esquina. En una familia que, cada vez que puede, vuelve a estar ahí.




















