Foto de María Sofía Lucena/ENVIADA ESPECIAL PARA LA GACETA.
No hay geografía que discipline este sentimiento. En la costanera de Puerto Madryn, las banderas viajan enrolladas y las camisetas se llevan en la piel como señal de orgullo. Es la Patagonia roja y blanca que se reconoce al primer cruce de miradas, son hinchas que se fueron lejos para armar otra vida y que, sin embargo, vuelven cada vez que San Martín los llama.
Leopoldo Pedraza tiene 51 años y desde los cinco va a la cancha. Hoy comparte la ansiedad con Santino, su hijo. Viven en Cipolletti y son parte de “Cirujas del Valle”, la filial que une Río Negro con Neuquén. “Es una emoción muy grande que San Martín juegue en Puerto Madryn y poder ir a verlo”, dice, corto y al hueso. Se fue al sur en 2001, buscando trabajo, nuevos horizontes, otra oportunidad. Allá, junto a su hermano Hugo y a Martín Sandoval, armaron la filial. No fue de un día para el otro: primero las camisetas solitarias en la calle, después los saludos tímidos, más tarde la certeza de que había que organizarse. “Lo más loco es hacer esta filial a más de 1.500 kilómetros de Tucumán y representar nuestros colores”, resume.
La Patagonia te abraza y te prueba. “Hay más posibilidades para progresar, pero se sufre la diferencia de costumbres”, admite Leopoldo. Habla de mesas más frías y de ritmos distintos. Y cuenta su antídoto: empanadas, sánguches de milanesa, locro. Recetas como pasaporte de regreso. “Contagiamos todo eso”, dice y se le nota el orgullo. También se le nota el mapa: Madryn no está “cerca” si salís desde Neuquén. “De Neuquén estamos a 700 kilómetros. Es un montón”, marca.
Foto de María Sofía Lucena/ENVIADA ESPECIAL PARA LA GACETA.
Viajar cuesta. En plata y en cuerpo. “Para vivir cada partido nos cuesta mucho. Es un gasto grande de 150 o 200 mil entre pasaje y estadía”, explica. Lo dice sin victimizarse, al fin y al cabo es un dato de la realidad. Por eso, cada beneficio vale oro. “San Martín nos agasaja, siempre que tengamos la cuota al día. Podemos entrar como neutrales”, cuenta. La excepción confirma la regla: cuando no hay lugar para visitantes, toca el silencio. “No podemos llevar nada. Ojalá vuelvan 100% los visitantes. El trago amargo es no poder expresarnos”, confiesa. Queda la garganta llena de gritos que no pueden salir.
El sur es un territorio ancho, con distancias que se miden en horas y en paciencia. “La Patagonia es gigante”, suelta Leopoldo. Y enseguida pone ejemplos: gente de la filial que fue a Santiago del Estero y gastó más de 400 mil pesos para viajar más de 25 horas en colectivo. Regresaron, sin desarmar el bolso, para venir a Madryn. La ruta ya es un ritual y, en el frío patagonico, el rojo y blanco funciona como abrigo.
No están solos. “Acá conocimos a chicos de Madryn, Trelew, Rawson, que nos recibieron de hermosa manera”, cuenta. Esa red invisible crece con nombres propios. En la zona este de la Patagonia, Francisco Condori, que vive en Puerto Madryn, está armando la filial que viene: “Cirujas de Madryn-Viedma”, junto a Santiago Maldonado, de Viedma. “Pancho” lo explica con una simpleza que golpea. “Estoy disfrutando un día memorable. Cuando uno está tan lejos se disfruta el doble”, admite. Llegó al sur hace 15 años. Antes, los seguía por tele; a veces, en Buenos Aires. Ver al equipo en su ciudad es otra cosa. “Tenerlos acá es un sueño”, dice.
“Pancho” aprendió a reconocer a los suyos incluso cuando las camisetas no pueden mostrarse. “En Madryn, gente de Guillermo Brown me ayudaba a ir a la cancha camuflado”, recuerda. Después, el radar tucumano hace lo suyo: pispea un fondo de pantalla con el escudo, algún detalle en rojo. “Con las miradas nos entendemos”, se ríe. Así fueron juntándose, así se enciende la filial en proceso que convoca a Trelew, Rawson, Viedma. Y más allá: Tierra del Fuego, Las Heras, Santa Cruz, Comodoro Rivadavia, Caleta Olivia, Perito Moreno. Una Patagonia entera que, de repente, canta la misma canción.
Foto de María Sofía Lucena/ENVIADA ESPECIAL PARA LA GACETA.
“Pancho” cuenta que la semana pasada se fue en colectivo a Santiago del Estero. “Son viajes relámpago, pero todo por el equipo”, dice. Cada tanto, alinea su trabajo con fechas en Buenos Aires para seguirlos de cerca. Y se permite un paréntesis futbolero. “A Mariano Campodónico lo veo muy bien. Una de las pocas veces que perdimos y me sentí contento fue con River en Santiago. Me enorgulleció ver al equipo así y me da esperanzas”. Hoy, agrega, ganar en Madryn sería “un punto de quiebre”.
Leopoldo piensa parecido. El cambio en el banco le mueve la aguja. “Este cambio de técnico nos da un plus y una pimienta para seguir adelante”, apunta. Habla de estadística y memoria. “Cuando ascendimos fue por cambio de técnico”, afirma. Y, sin decirlo, vuelve a Rosario, a la final que todavía duele. Fueron hasta allá en combis, porque en zona petrolera todo es más caro y no había colectivos. “Estamos cerrando esa cicatriz de a poco”, admite. El fútbol enseña a perder y a volver a levantarse.
Comparten la pasión
La pasión también se hereda. “Pancho” cuenta que comparte el fanatismo con su nieto de seis años. “Se llama Kalel. Nació en Madryn, le muestro todo para contagiarle mi pasión”, dice. Le habla de estadios, de banderas, de viajes que todavía no hizo. Canta las canciones y sueña en grande. “Además de ascender, sueño con San Martín en la Libertadores. Ir con mi bandera a Brasil, Perú, Colombia”, se imagina.
Entre asados y planes, las filiales se ordenan. La del Valle ya es presente: Neuquén y Río Negro, unidos por una misma camiseta. La de Madryn-Viedma está naciendo en una mesa larga que los convoca, que suma nombres y que promete encuentros para ver los partidos juntos. “Todo es corazón, para sentirnos cerca estando lejos”, dice Pancho. Leopoldo asiente. Lo que empezó como un saludo en una calle patagónica hoy es familia: comidas, cervezas, abrazos, historias que vuelven a Tucumán sin salir de la Patagonia.
Cuando el equipo salga a la cancha, el viento hará lo suyo. Quizás las banderas no entren, quizás toque otra vez la prudencia del “neutral”. Pero nadie puede prohibir un amor. En Puerto Madryn, el sur entero grita por San Martín. Y a veces, con eso alcanza para sentirse de nuevo en casa.




















