Mayar Sherif. Prensa oficial/ Butti Fotos.
Camina sin prisa, con el bolso de tenis al hombre y una sonrisa que desarma cualquier formalidad. Mayar Sherif recorre las sendas del Lawn Tennis, sede del WTA 125 de Tucumán. No necesita asistentes ni cámaras: su presencia es suficiente. Observa las canchas, saluda con amabilidad y agradece cada gesto, cada palabra. Habla un español claro, aprendido entre entrenamientos en Elche y giras por el mundo.
“Estoy muy contenta de estar aquí. Mercedes (Paz) nos está tratando muy bien. Me siento, la verdad, casi como en casa. Estoy muy cómoda en las pistas, con las condiciones… Estoy disfrutando la comida, la gente”, dice.
Mayar nació en El Cairo, en una familia donde el tenis era parte del aire cotidiano. Su madre Amal, su padre Sherif y sus tres hermanas- Rawan, Dalya y Rana, también jugadora profesional- fueron quienes la introdujeron al deporte cuando tenía cuatro años. Desde entonces, el juego se volvió destino.
A los 16 años, conoció al entrenador español Justo González Martínez, quien la acompaña hasta hoy. Su base está en Elche, en el sureste de España, donde entrena y vive desde hace años. Allí formó una rutina hecha de repeticiones, silencios y perseverancia. Esa constancia, casi artesanal, la llevó a convertirse en la primera mujer egipcia en disputar el cuadro principal de un Grand Slam. Lo consiguió en el Australian Open 2021, y aunque todavía no ha debutado en Wimbledon, su historia ya cambió el mapa del tenis africano.
Desarraigo
En 2023, Sherif encadenó dos semanas perfectas: ganó títulos WTA 125 consecutivos en Makarska y Valencia. En Croacia salvó seis puntos de campeonato ante Jasmine Paolini, y en España derrotó a Bassols Ribera. Esa racha la llevó a su mejor ranking histórico: el puesto 31 del mundo, en junio de ese año, y en consecuencia ser la mejor egipcia dentro del tenis.
Pero detrás de los números hay una historia de resistencia. “Es muy difícil, mentalmente muy difícil -confiesa-. Estoy siempre sola, lejos de mi familia. Solo los veo dos semanas al año. Amo a mis hermanas y a mis padres, pero con los años aprendí a manejarlo. Ya tengo mi vida en España, mi familia allá. Eso me da equilibrio”.
Lejos del Cairo, ha tejido una vida nueva, con raíces dispersas y un hogar móvil. Habla inglés, árabe, francés y español; estudió en la Universidad de Pepperdine, en Malibú, donde se graduó en Ciencias de la Medicina Deportiva; y cuando no compite, le gusta escuchar baterías.
Ideas claras
Su debut en Tucumán fue una muestra de carácter: venció a Polona Hercog por un 7-6 y 7-6, en un partido que exigió concentración y templanza.
“Muy complicado –admite-. Polona es muy peligrosa, tiene experiencia, fue top 40. Con el calor, la pelota picaba mucho y era difícil controlar el bote. Pero pude mantenerme concentrada. Eso fue clave”.
Más allá de la dificultad técnica, Mayar disfruta la atmósfera del torneo. “Me gusta que sea un evento más pequeño, con un trato personal. Vivo en España, en una ciudad parecida, tranquila. Me encanta esa sensación”, explica. En su tono se percibe algo más que cortesía: un genuino agradecimiento por la calma que encuentra aquí, lejos del bullicio de los grandes escenarios.
De Egipto al mundo
Su historia es también la de un país que empieza a creer en el tenis. “Claro que es difícil –dice-. En Egipto no tenemos torneos WTA ni Challenger. Nunca hubo una jugadora dentro del top 100. Espero que con mi imagen, la gente allá y en todo el mundo árabe vea que se puede. Tenemos clubes, tenemos pasión, pero no un sistema que forme jugadoras. Ojalá sirva de ejemplo para las niñas que sueñan con salir adelante”.
Por eso cada paso suyo, cada torneo, cada saludo en un idioma distinto, lleva algo de misión. No la de salvar, sino la de inspirar.
Tiene la serenidad de quien se sabe pionera, pero sin dramatismos. Tal vez por eso, cuando alguien le menciona a Mohamed Salah, sonríe otra vez. “Somos amigos, pero hace mucho que no hablo con él, no quiero molestarlo. Es una persona adorable y un atleta increíble. Él es mucho más referente que yo, pero su imagen es maravillosa, una inspiración para todos”, dijo.
Pies en la tierra
Lejos de pensar en rankings o récords, Mayar vive el presente con una simpleza que desarma. “Ahora mismo quiero recuperar mi nivel, estar en buena forma y ganar el siguiente partido. Esas son mis expectativas. Quiero concentrarme en este momento. Así rindo mejor”, concluye.
Luego procede a retirarse. Y mientras su figura se aleja, queda la certeza de que el tenis no siempre se mide en títulos ni rankings. A veces se mide en la forma de mirar el mundo sin miedo, con la misma sonrisa con la que Mayar Sherif lo atraviesa.




















