Boca eliminó a Argentinos, se metió en semifinales del Clausura y quedó como la última esperanza de River para jugar la Libertadores

El equipo de Claudio Úbeda sostuvo la ventaja desde el inicio, resistió en un cierre dramático y avanzó sustentado en su solidez defensiva. Con Marchesín firme y Costa decisivo, el “Xeneize” atraviesa su mejor momento en la temporada.

GOL QUE VALE ORO. Boca celebra el tanto que abrió el duelo y encaminó la clasificación en una Bombonera encendida. GOL QUE VALE ORO. Boca celebra el tanto que abrió el duelo y encaminó la clasificación en una Bombonera encendida. ./X @BocaJrsOficial

Boca eligió este tramo del año para estar vivo. Mientras River mastica su propio derrumbe y mira el calendario rezando, el equipo de Claudio Úbeda se mueve en el extremo opuesto de la cuerda. Está clasificado a la Copa Libertadores por la tabla anual, terminó primero en su grupo del Clausura, estuvo firme en los octavos ante Talleres y ahora es semifinalista tras dejar en el camino a Argentinos Juniors.

En La Bombonera, el 1-0 tuvo la firma de Ayrton Costa al amanecer del partido, y el resultado fue apenas la punta visible de un equipo que aprendió a ganar nuevamente, que se siente cómodo en la incomodidad y que encontró en la solidez defensiva su manera de imponerse.

Gol temprano, partido largo

El partido se rompió antes de que Argentinos pudiera acomodarse. A los cinco minutos, un córner de Leandro Paredes encontró a Miguel Merentiel en el segundo palo, el remate del uruguayo exigió a Gonzalo Siri y el rebote quedó flotando en el área para que Ayrton Costa llegara a empujar la pelota a la red.

Con el 1-0 en el bolsillo desde tan temprano, Boca jugó el primer tiempo como quería. Argentinos tomó la pelota, la hizo circular, se instaló en campo rival y construyó una sensación tan propia de “equipo que juega bien”, pero le faltó lo que diferencia a los proyectos vistosos de los que ganan: profundidad. La posesión fue, casi siempre, un dibujo elegante lejos del arco de Agustín Marchesín.

Boca, al revés, se movió con decisión. Encontró espacios, lastimó cada vez que aceleró y estuvo a centímetros de sentenciar la historia antes del descanso con un derechazo de Carlos Palacios que explotó en el travesaño y, más tarde, con Siri tapando de manera extraordinaria un cabezazo a quemarropa de Milton Giménez.

La sensación al final del primer tiempo era la que luego pondría en palabras el propio Costa. “Fuimos muy superiores de entrada. En el primer tiempo merecimos hacer mínimo tres goles. Ellos por momentos tenían la pelota, pero fuimos superiores. Ahora a pensar en el próximo rival, no importa quién sea, estamos preparados para lo que sea. Estoy contento” dijo.

El problema, para Boca, fue que el marcador nunca reflejó esa diferencia.

El segundo tiempo cambió el paisaje. Argentinos ajustó, fue más punzante, se animó a rematar de media distancia con Alan Lescano, buscó por arriba con centros al área, apretó las salidas y obligó al “Xeneize” a replegarse. Ahí apareció la cara más cruda del resultado corto. El partido dejó de parecer sencillo y se volvió, de a poco, un desafió.

Úbeda entendió que la tarde pedía menos vuelo y más resistencia. Movió el banco para ensanchar la cancha, darle aire al equipo y encontrar piernas frescas para la contra. De todas formas, el corazón del plan no se tocó. Había que sostener el cero.

“En la solidez defensiva se genera la chance de ganar los partidos, eso les inculco a los chicos. Me pone contento por Marchesín, es positivo para el grupo y se merece este momento” subrayó el entrenador al finalizar el partido.

Cuatro partidos seguidos sin recibir goles no son un accidente. Costa y Lautaro Blanco firmes atrás, los centrales respondiendo, los volantes cerrando espacios y un arquero que, cuando le tocan la puerta, contesta. Esa estructura, más que cualquier lucimiento individual, es la que está sosteniendo a este Boca.

El tramo final fue durísimo para el local. Un remate de Lescano obligó a Marchesín a enviarla al córner, luego un centro exacto del mismo volante para el cabezazo apenas desviado de Tomás Molina y un mano a mano que Diego Porcel no consiguió resolver. Cada aproximación de Argentinos fue una advertencia de lo que pudo haber sido y no fue.

Úbeda prefirió traducir ese tramo sin épica, pero con intención. “Los equipos serios tienen que aprender a no pasarla bien… Entendimos cómo teníamos que contrarrestar a un equipo que tiene la virtud de la posesión de pelota. Nuestro juego, cuando podemos jugar, lo hacemos; y cuando no, sabemos defender”, explicó.

Boca eligió la trinchera y la sostuvo hasta el pitazo final.

Argentinos, la eterna promesa

Lo de Argentinos tiene algo tragicómico. Cada temporada aparece en la misma zona del mapa. El equipo que juega bien, que “siempre compite”, que queda bien posicionado, que se mete en finales, en playoffs, en conversaciones importantes. Pero cuando el torneo se define, la historia se repite. Le falta ese golpe final que separa al protagonista del partenaire.

Se construyó, alrededor del “Bicho”, una fama de equipo serio, con buenos jugadores, buenas ideas, buen técnico, buena estructura. Todo “buen”. Pero cuando hay algo concreto en juego, ese “buen” se deshace en la hora señalada. El último título fue el Clausura 2010. Después, si se quiere, el ascenso de 2017. Mucho tiempo para un club al que siempre se lo menciona como modelo de proyecto, pero que termina, como ahora, estorbando el camino de otros sin escribir el propio final feliz.

En La Bombonera volvió a ocupar ese papel. Dominó la pelota, empujó, rozó el empate, pero se fue con las manos vacías. Boca, en cambio, hizo “un poquito mejor las cosas en función del resultado”, como dijo Úbeda, y eso bastó para quedarse con el pase a semifinales.

La consecuencia del triunfo abre una segunda trama, menos visible en el césped pero igual de potente en el tablero del fútbol argentino. Boca ya tiene asegurado su boleto a la Copa Libertadores 2026 por haber terminado segundo en la tabla anual. El Clausura, para el “Xeneize”, es una oportunidad de sumar un título. Pero para River, eliminado de todo y cuarto en esa tabla anual, el Clausura se volvió su última esperanza.

Hasta hace unos días, el equipo de Marcelo Gallardo tenía varias vías para meterse en la Libertadores: que Rosario Central, Argentinos o el propio Boca fueran campeón del Clausura, o que Lanús, campeón de la Sudamericana, abriera un lugar extra. La competencia fue cerrando puertas. Hoy, a menos de dos semanas de la definición, el único camino que sigue abierto es el más incómodo para el hincha “millonario”  que Boca salga campeón.

El formato del torneo, caprichoso y perfecto para estos cruces, dispone que si Boca se consagra en el Clausura, libera el cupo anual. Ese cupo iría para quien quedó inmediatamente detrás en la tabla, es decir, River.

Es fácil imaginar la escena sin necesidad de exagerarla. Habrá hinchas de River mirando de reojo los partidos de Boca, jurando en público que no les importa y, por dentro, haciendo cuentas silenciosas. El fútbol argentino se regodea en esas paradojas. Mientras la mitad azul y amarilla de la ciudad celebra el paso a semifinales, la mitad roja y blanca, a su manera, también tiene motivos para seguir el camino del equipo de Úbeda.

Boca sale de este cruce confirmando un momento. Un equipo que se siente entero, que según su entrenador tiene “nafta suficiente” para dar pelea, que se sabe 100% compenetrado en un objetivo común y que entiende que, cuando pierde la pelota, todos deben defender y recuperarla.

No hubo brillo desbordante. Hubo un gol temprano de Costa, un primer tiempo que pudo haber sido definitivo, un segundo tiempo de resistencia, un arquero cada vez más decisivo y una estructura que se sostiene en el cero propio tanto como en la furia de La Bombonera.

Al final, cuando el partido ya era pura tensión, Boca eligió ser el equipo serio que no está obligado a disfrutar para ganar. Argentinos repitió su guion conocido. River, desde afuera, quedó atrapado en una ironía que late en cada pelota parada.

El Clausura entra en su tramo final con un dato indiscutible. En un torneo en el que muchos se desinflan, Boca sigue de pie. Y, por ahora, eso alcanza para que todos (propios y ajenos) tengan que seguir mirándolo.

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