San Martín necesita que esta elección sea un quiebre, no otro comienzo en falso

MOMENTO DECISIVO. Un socio emite su voto en una elección que tuvo alta participación y que dejó definiciones cruciales para el futuro de San Martín. MOMENTO DECISIVO. Un socio emite su voto en una elección que tuvo alta participación y que dejó definiciones cruciales para el futuro de San Martín. Prensa CASM

San Martín no vive procesos políticos; atraviesa tempestades y sacudones constantes. Lo que ocurrió en las horas previas a las elecciones de este domingo no fue una excepción ni una rareza, sino un nuevo capítulo de un modo de conducir que se repite desde hace casi tres décadas. La baja de Samuel Semrik y de la lista N°1 “Identidad roja y blanca” fue algo más que eso. Fue un sismo que reconfiguró, en cuestión de minutos, un escenario que llevaba semanas enredado en dudas, silencios y movimientos en la sombra.

La elección dejó números que hablan por sí solos. De los 4.439 socios habilitados, votó el 61% del padrón, un porcentaje alto para la historia reciente y un indicio claro de que el hincha quiso hacerse escuchar.

Oscar Mirkin terminó imponiéndose con un margen cómodo sobre Augusto Rodríguez. El resultado no sólo lo deposita nuevamente en la presidencia (ya había conducido la institución entre 2014 y 2017) sino que también le otorga una legitimidad inicial importante en términos políticos. En un club acostumbrado a triunfos ajustados y escenarios fragmentados, ganar con claridad no es un detalle menor.

Pero más allá de los números que deja esta elección, la jornada será recordada por haber sido la culminación de un proceso electoral que, desde su inicio, exhibió la fragilidad institucional en la que vive el club. Una fragilidad que parece ser un modo de existir.

Durante semanas, en La Ciudadela transitaron un limbo político tan habitual como desgastante. Los socios se preguntaban quiénes iban a ser candidatos, y ni siquiera los propios protagonistas lo sabían. Hubo versiones que se inflaron, fórmulas que nacían al mediodía y se desarmaban a la noche, negociaciones a dos bandas y silencios que hablaban más que los comunicados.

El club llegó al tramo final con pocas certezas, sin orden y sin un horizonte claro. Hasta que, finalmente, tres listas lograron presentarse. Tres proyectos, tres estilos y tres miradas. O al menos eso parecía.

Porque lo que vino después fue un golpe inesperado. La baja de la lista que, hasta ese momento parecía tener chances concretas de ganar; y lo que se dijo oficialmente (que bajaban su candidatura por el clima adverso generado en las redes y por el temor a una deslegitimación) fue apenas una parte de la historia.

La otra, la que explica de verdad el derrumbe, no llegó en formato de comunicado sino en forma de confidencia.

Según trascendió, dos ex dirigentes que habían prometido una inyección económica fundamental para el inicio de la nueva gestión rompieron el acuerdo a último momento. Se habló de diferencias profundas, de una discusión interna; de esas que no se resuelven con un simple apretón de manos. Y sin ese respaldo, la estructura financiera de la lista dejó de existir en cuestión de segundos. “Si asumíamos en esas condiciones íbamos a terminar ‘chocando’ a los pocos meses. Lo más sensato era bajarnos”, confió, sin rodeos, uno de los integrantes del espacio.

La política es, a veces, una cuestión de principios. Pero en San Martín (y acá empieza el verdadero problema) la política suele ser, por sobre todas las cosas, una cuestión de billetera.

La baja de la lista de Semrik dejó al descubierto una verdad que incomoda. Que un club tan grande siga dependiendo de acuerdos económicos frágiles, de apoyos que se evaporan y de promesas que se caen antes de llegar a concretarse es un problema mayor. Por eso, el verdadero sismo no fue la renuncia, sino  lo que quedó expuesto.

Pero lo más incómodo es lo que San Martín lleva esquivando desde comienzos de los 2000. La elección confirmó que, hasta acá, parece no haber apellidos que cambien el fondo del problema, porque el problema parece ser la matriz de conducción.

Desde Rubén Ale hasta Rubén Moisello la historia se repitió una y otra vez: presidentes que llegan con un “garante”, figuras económicas que prometen estabilidad y condicionan todo, proyectos que se arman sobre la marcha, planteles que se construyen como si la urgencia fuera un plan y decisiones tomadas por uno o dos nombres mientras el resto de la comisión directiva mira desde la puerta.

Es una lógica que no discrimina gestiones, porque todos cayeron, en mayor o menor medida, en esa trampa. Y por eso las alegrías del club fueron siempre efímeras: ascensos inolvidables que no pudieron sostenerse, proyectos deportivos prometedores que quedaron en bocetos, promesas de orden que no sobrevivieron al primer temblor e ilusiones que murieron entre planillas en rojo y mercados de pases improvisados.

En Bolívar y Pellegrini casi nadie recuerda cuándo fue la última vez que una CD trabajó como tal. Hay quienes aseguran que fue a mediados de la década del 80; otros que señalan que fue a comienzos de los 90. Eso sí, todos concuerdan en que desde entonces, el “Santo” vivió en un loop constante. Se apaga un incendio mientras se enciende otro.

Y lo que sucedió en este proceso electoral no hizo más que reforzar esa idea. Si un acuerdo económico se rompe, el proyecto entero se desmorona. Y esa es la foto de un modelo que ya no da más.

El desafío para la nueva dirigencia

Por ese motivo, más allá del triunfo de Mirkin, en San Martín parece haber llegado el momento de cambiar de raíz lo que parece ser el foco del conflicto. El club no puede permitirse otra gestión sostenida en una billetera individual o en una espalda económica que condicione el proceso; porque San Martín necesita lo que no tiene desde hace tres décadas: una estructura de gestión profesional, una comisión que funcione como equipo, dirigentes que deleguen, escuchen y planifiquen, áreas técnicas independientes del humor político, un proyecto que sobreviva a un resultado adverso, y un club que piense en ciclos de trabajo y no en apagar incendios.

Lo que pasó en el último tiempo puede ser crucial, siempre y cuando la nueva dirigencia esté decidida a dar vuelta un método que se había vuelto una costumbre. Porque San Martín está esperando a que alguien se anime por primera vez en 30 años a cambiar la matriz; a hacer lo que nadie hizo: construir un proyecto y sostenerlo en el tiempo.

Comentarios