Por Jorge Estrella *
En la primavera de 1976 Borges vino a Chile y recibió el grado de Doctor honoris causa de la Universidad de Chile. Luego de la ceremonia pública un grupo reducido fue invitado por el rector a compartir con el escritor. Conversé entonces largamente con él.
Años más tarde, revisando en vacaciones papeles que se acumulan innecesariamente, encontré unas páginas descoloridas escritas ese año 1976 en las que recogía las impresiones de aquella conversación. Las ofrezco como homenaje al maestro Borges, que ya no está.
- ¿Se notó que no soy comunista?, me pregunta sonriente mientras se apoya en mi brazo. Le contesto que aquí muchos intelectuales no le perdonarán su anticomunismo. -Aquí y en todas partes -me dice. Y agrega: -Sabe que hace unos meses recibí dos invitaciones. Una para México, la otra para Chile. Supe que si iba a México y decía allí algunas frivolidades que ellos esperaban, el Nobel de este año sería para mí. Escogí venir a Chile. Y, aunque parezca monótono, volver sobre lo que digo siempre.
Seguíamos caminando bajo el enorme patio cerrado, cuando detuvo ese andar incierto de ciego que tiene y me preguntó: -¿Usted hace apuestas? -No -le contesto perplejo. -Es una lástima porque le hubiera propuesto una: diez a uno que el Nobel que se está decidiendo estos días no es para mí. Y que el motivo es la defensa que acabo de hacer de Chile. -¿No exagera, Borges? -Si cree que exagero, acepte mi apuesta. -El azar no es mi fuerte. -Tampoco el mío, por eso quiero apostarle. -Borges, usted parece andar buscando que no le den ese famoso premio.
Vuelve su rostro hacia mí y amaga esa sonrisa entre burlona y amable que tiene.
Conversar con Borges puede parecerse bastante a leer sus escritos. Será porque a uno lo persiguen sus temas y la charla deriva hacia ellos. Será porque Borges está habitado por esos temas y puede hacerlos crecer encontrando imprevistas relaciones entre sus criaturas.
Cuando entiende que soy el mismo tucumano con el que habló otras veces en la Biblioteca Nacional, recuerda a Groussac, a Pablo Rojas Paz y con esa precisión tan suya comienza a reconstruir un Tucumán que no vio. Habla en presente tanto del Aconquija como de amigos que ya no están. Habla en presente como asumiendo que el tiempo es ilusorio.
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* Doctor en Filosofía, ex profesor
de la Universidad de Chile.
Me tenía que decir si existía Dios
Por Franco Vaccarini *
El teléfono de Borges estaba en la guía, así que lo llamé de caradura y por admiración, yo acababa de terminar la secundaria, iba y venía de Lincoln a Buenos Aires porque esperaba el llamado de la colimba. Era lunes, me atendió Fanny, el ama de llaves, que me pidió que llamara el miércoles. Llamé a las nueve y me citaron para las once. El problema es que no tenía grabador, pensé que me darían la entrevista para otro día. Fui corriendo a lo de un amigo, que me prestó un grabador gigantesco. Llegué a lo de Borges quince minutos más tarde, una vergüenza, y pensaba "por qué me meteré en estos líos, qué necesidad…". El departamento era muy sobrio, frente a Plaza San Martín. Fanny me hizo pasar y esperé a Borges cinco minutos, en la sala, en un sillón de color verde. Cuando apareció con su traje gris, frágil, y pidiéndome perdón por la espera, casi me desmayo. Yo estaba obsesionado observando los botones del grabador, porque si no lo grababa nadie me iba a creer que había estado con él, y Borges me dice: "así que usted es de Lincoln, yo tengo un pariente que…" y empezó a hablarme del abuelo Borges, de la batalla de Junín, de los indios maloneros y los indios mansos. De pronto me dice: "Mire este bastón, me lo regalaron en un viaje, es africano" y extiende su brazo con el bastón hacia mí. Cometí el error de sacárselo; él solo quería que lo mirara de cerca. Muy nervioso, al sacarle el bastón, moví alguna cosa de la botonera del grabador, que hizo un ruido tremendo, una especie de trueno. Borges tembló como un chico asustado. Pensé: "lo maté, yo me mato". Y él dijo "¿qué pasó? ¿Dónde está el bastón...?". Le expliqué lo del ruido, le devolví el bastón, superé el mal momento y comenzó, por fin, la charla. Yo había preparado nueve preguntas, que suponía iban a resolver mi vida. La primera: si existía Dios. ¡Borges me tenía que decir si existía Dios! Obviamente, respondió lo mismo que decía en todos los reportajes, que no creía en un dios personal, etc. Sensibilizado por la pobreza, me comentaba que en los países cálidos se sufría menos la miseria, porque el frío mataba gente. Entonces dijo: "¿usted sabe que en Bolivia la gente caga en la calle?". Me sorprendió que Borges usara el verbo cagar. Lo tenía tan idealizado que, a decir verdad, también me hubiera sorprendido que Borges cagara.
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* Escritor. Entrevistó a Borges a los 18 años.
Una capacidad de improvisación sorprendente
Por Fernando Sorrentino *
Digamos que, para que se dieran las Siete conversaciones con Jorge Luis Borges, hubo una gran cuota de audacia en mí. Yo tenía nada más que 27, 28 años, cuando fui a verlo. Hacía muchos años que Borges ya era Borges. Al mismo tiempo, como yo tengo bastante confianza en mí mismo, fui allá (se refiere a la antigua Biblioteca Nacional, de la calle México 564, de la cual Borges era director), subí las escaleras, golpeé la puerta y Borges -sin hacerse rogar- me atendió al instante. Le expliqué lo que yo quería hacer. Y él aceptó en seguida. Grabé las conversaciones a lo largo de unos cuantos meses; el libro tuvo sus tropiezos para encontrar editor -en aquella época yo no conocía a nadie y nadie me conocía a mí- pero finalmente se publicó. Y con el andar del tiempo consiguió ediciones mejores que la primitiva. La primera edición se concretó en el año 1974 en Casa Pardo, y después se reeditó en El Ateneo, y ahora pertenece al catálogo de Losada. La experiencia de interrogar a Borges era estar frente a una persona de una inteligencia descomunal, con una capacidad de improvisación sorprendente. Pensemos que yo le formulaba una pregunta al azar -porque él no tenía la menor idea de lo que yo iba a preguntarle- y jamás contestaba algo que no fuera interesante. Yo creo que, si uno a Borges le preguntaba "¿Usted cree que puede llover mañana?", él sin duda iba a dar una respuesta ingeniosa e inteligente. Y otro detalle muy digno de destacarse: Borges hablaba con tanta perfección sintáctica, que, prácticamente (salvo uno que otro caso aislado), yo debía limitarme a desgrabar la cinta, sin modificar nada. El tropiezo sintáctico en que todos incurrimos en la lengua oral, y que la retórica denomina anacoluto, no pertenecía al habla de Borges. En fin, se lo analice por donde se quiera, Borges fue un genio total.
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* Escritor. Publicó Siete conversaciones con Borges, en 1974.
Una austeridad que conmovía
Por Gabriel Báñez *
He estado con Borges y le he hecho entrevistas, sí. De Borges, lo que me ha impresionado, es la humildad profunda. No impostada. Un tipo que vivía en condiciones muy austeras, de una austeridad que conmovía. Eso, de Borges, me impresionó siempre. Pude ver esa displicencia que mantenía Borges consigo mismo. Lo que le permitía cierta autoridad para la ironía, en lo que era un maestro. Era conmovedor verlo a él, estar en el departamento de la calle Maipú, ver cómo el gato se movía alrededor. Y él jamás se auto-referenciaba. Por ejemplo: te preguntaba el apellido, e inmediatamente establecía las raíces etimológicas de tu apellido, cosa que a mí me llamó muchísimo la atención la primera vez que fui. Y recordó al Conde de Bañares, y cómo Bañares viene de los bañados, y estableció toda una suerte de filología del apellido increíble.
* Fue director del suplemento cultural de El Día
de La Plata. Este es un fragmento de una entrevista de Hernán Carbonel, en el programa radial
Margaritas a los chanchos
, en mayo de 2009. Báñez se quitaría la vida un mes y medio después.