Ultracatólico, rígido y gris, el hombre que desató el terrorismo de Estado

CON SU ESPOSA. Videla y Raquel Hartridge tuvieron siete hijos. CON SU ESPOSA. Videla y Raquel Hartridge tuvieron siete hijos.
Comprender las conductas de Jorge Rafael Videla implica un desafío para el más entrenado de los psicólogos. Su historia, su discurso y sus actos encadenan una sucesión de contradicciones. ¿Cómo pudo el militar ultracatólico, ascético y apegado a las normas echarse sobre los hombros la maquinaria del terrorismo de Estado? La justificación de Videla es netamente religiosa. "Dios es el eje de mi vida -explicó-. Los que dicen que soy hipócrita, 'cómo puede comulgar' y esas cosas... Puedo asegurar que no hay contradicción en mí, no hay dualidad en absoluto (...). La cuestión fue cumplir con los deberes que el Estado me mandó cumplir. Para mí no hay guerras sucias, hay guerras crueles. Y hay guerras justas e injustas. Y para mí esta fue una guerra justa. Se me pregunta por mis convicciones cristianas, y el cristianismo acepta las guerras justas".

Videla se aferró al catolicismo desde niño y esa tabla de salvación lo mantuvo a flote hasta el último día. La religiosidad fue uno de sus rasgos distintivos. El otro, la vida militar.

La carrera de las armas era un destino ineludible, porque el padre de Videla -Rafael Eugenio- era el jefe del Regimiento 6, en la localidad bonaerense de Mercedes. Y don Rafael Eugenio (que nunca llegó a general) no se sacaba el uniforme ni para sentarse a la mesa. Lo curioso es que el rígido teniente coronel anhelaba que su hijo mayor estudiara Medicina. Pero Jorge no le dio con el gusto.

El uniforme, para Videla, era un destino. Tal vez la manera de lustrar los blasones. Los Videla habían integrado una familia terrateniente -y antirrosista- en el San Luis del siglo XIX. Pero la fortuna se licuó. El teniente coronel Rafael Eugenio unió su apellido al de una prestigiosa familia de Mercedes, los Ojea Quintana. Es la herencia materna del futuro dictador.

Los compañeros de armas de Videla coinciden en el análisis: era pulcro, frío, impecable en las formas, carente de opiniones comprometidas. Apunta Vicente Muleiro, uno de sus biógrafos: "hasta que arribó a la comandancia del Ejército, en 1975, Videla no recibió premios ni condecoraciones, no le fueron asignadas tareas especiales ni figura ninguna publicación a su nombre; estricto, religioso, austero y reglamentarista, su único mérito descollante fue la medianía apegada a los usos y costumbres: un militar paradigmático".

En ese sentido, hay una anécdota relatada por el ex dictador Alejandro Lanusse que lo pinta de cuerpo entero. Videla dirigía el Colegio Militar y Lanusse, en su carácter de Comandante en Jefe del Ejército, concluyó su visita y se marchó en helicóptero. Videla quedó en tierra haciendo el clásico saludo. El helicóptero subía y Videla no se movía. "Pero, qué pelotudo -exclamó Lanusse-. ¡Vamos a llegar hasta las nubes y va a seguir haciendo la venia...!

Del matrimonio con Raquel Hartridge nacieron siete hijos. Uno de ellos -Alejandro- murió a causa de un mal genético. La conformación de ese hogar era imprescindible para reafirmar los valores que cultivaba Videla. Fue la mujer de su vida, porque no se le conocieron otras relaciones. Sus compañeros de adolescencia y juventud lo retratan desinteresado de la vida social y de relacionarse con chicas.

La identificación con el bando de los "colorados" -tibia, pero identificación al fin- durante la interna castrense de los 60 estuvo a punto de sacar a Videla de la cancha. Pero salió a flote, tal vez porque los "azules" que seguían a Juan Carlos Onganía no veían en Videla un adversario de fuste.

No hubo zigzagueo ideológico a medida que se consolidaba la formación de Videla. Tal vez porque su catecismo excluyente fueron el Nuevo Testamento y los códigos y reglamentos militares. Las inquietudes intelectuales -si las tuvo- quedaron subsumidas por esa ética de sacristía y de cuartel. Que habría quedado en anécdota si el personaje no hubiera hecho lo que hizo.

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