09 Agosto 2013
La sequía y el déficit hídrico han comenzado a poner serios los rostros. Las últimas mediciones indican que el líquido elemento esencial para la vida escaseará no sólo para la producción y riego, sino también para el consumo, lo cual es más preocupante aún. Según el secretario provincial de Medio Ambiente, los caudales se hallan en un 50% del nivel normal de la época, lo cual representa la mitad de los recursos. El organismo informó que el dique Celestino Gelsi tendrá hasta fin de año una reserva disponible de 105 hectómetros cúbicos (hm³), con aportes incluidos. Se necesitarán 175 hm³ para agua potable, industria, riego y ganadería; es decir, habrá un déficit de 70 hm³. Una suerte parecida corre el embalse de Escaba: en los próximos cinco meses su reserva disponible será de 67 hm³ y que se necesitarán hasta fines de año 91 hm³, es decir que el déficit será de 24 hm³.
Esta situación no es nueva y tampoco desconocida. En 2003 y 2004, hubo períodos de sequía y se restringió el consumo del agua en el campo y en las industrias. Había entonces que 120.000 hectáreas destinadas a cultivos y se calculaba que el volumen diario que consumían los habitantes del Gran San Miguel de Tucumán ascendía a 3.000 litros por segundo. En octubre de 2009, nuestro diario titulaba: "Tucumán soporta la peor sequía de los últimos años. Se registra un pico histórico. Las lluvias llegarán a mediados de noviembre".
En marzo de 2006, en el informe de Naciones Unidas se indicaba que la calidad del agua estaba disminuyendo en muchas regiones del mundo. Las cifras ponían en evidencia el rápido deterioro de la diversidad de los ecosistemas y las especies vegetales y animales de agua dulce, con frecuencia a un ritmo más acelerado que en el caso de los ecosistemas terrestres y marinos. El trabajo señalaba que en muchos lugares del mundo se despilfarraba un porcentaje colosal de agua -entre 30 % y 40 %-, debido a escapes de tuberías, pérdidas en canalizaciones y empalmes ilegales.
En junio pasado, dos expertos pintaron un panorama poco alentador para Tucumán. El director del Laboratorio Climatológico Sudamericano pronosticó un largo período de sequía, mientras que un doctor en Ciencias Biológicas, afirmó que se potenciará la disminución de los cauces de ríos y arroyos; se afectará la recarga de las aguas subterráneas; la atmósfera contendrá más partículas contaminantes, ya que no se producirán lluvias suficientes para "lavar" el ambiente; habrá un cambio de las condiciones bioclimáticas: la combinación de temperaturas altas y baja disponibilidad de agua generará altos niveles de estrés en las personas.
En contrapartida, el derroche de agua potable sigue siendo constante, por ejemplo, en pérdidas constantes en muchas calles, en los lavaderos clandestinos o en apagar los cañaverales y pastizales que se queman impunemente.
Hace una década que se sabía que esto iba a ocurrir. ¿Por qué no se diseñó una política ambiental prioritaria? Si no se sabía qué hacer con el agua, ¿por qué no se consultó, por ejemplo, a expertos de Mendoza, una provincia que recibe sólo 200 ml al año y que tiene una histórica experiencia en la racionalización del agua? ¿Por qué no se emprendió la construcción de nuevos embalses? ¿Por qué esperamos que el problema se presente para salir corriendo a buscar cualquier salida o parche? ¿Acaso debemos esperar que se agote el agua para valorarla?
Esta situación no es nueva y tampoco desconocida. En 2003 y 2004, hubo períodos de sequía y se restringió el consumo del agua en el campo y en las industrias. Había entonces que 120.000 hectáreas destinadas a cultivos y se calculaba que el volumen diario que consumían los habitantes del Gran San Miguel de Tucumán ascendía a 3.000 litros por segundo. En octubre de 2009, nuestro diario titulaba: "Tucumán soporta la peor sequía de los últimos años. Se registra un pico histórico. Las lluvias llegarán a mediados de noviembre".
En marzo de 2006, en el informe de Naciones Unidas se indicaba que la calidad del agua estaba disminuyendo en muchas regiones del mundo. Las cifras ponían en evidencia el rápido deterioro de la diversidad de los ecosistemas y las especies vegetales y animales de agua dulce, con frecuencia a un ritmo más acelerado que en el caso de los ecosistemas terrestres y marinos. El trabajo señalaba que en muchos lugares del mundo se despilfarraba un porcentaje colosal de agua -entre 30 % y 40 %-, debido a escapes de tuberías, pérdidas en canalizaciones y empalmes ilegales.
En junio pasado, dos expertos pintaron un panorama poco alentador para Tucumán. El director del Laboratorio Climatológico Sudamericano pronosticó un largo período de sequía, mientras que un doctor en Ciencias Biológicas, afirmó que se potenciará la disminución de los cauces de ríos y arroyos; se afectará la recarga de las aguas subterráneas; la atmósfera contendrá más partículas contaminantes, ya que no se producirán lluvias suficientes para "lavar" el ambiente; habrá un cambio de las condiciones bioclimáticas: la combinación de temperaturas altas y baja disponibilidad de agua generará altos niveles de estrés en las personas.
En contrapartida, el derroche de agua potable sigue siendo constante, por ejemplo, en pérdidas constantes en muchas calles, en los lavaderos clandestinos o en apagar los cañaverales y pastizales que se queman impunemente.
Hace una década que se sabía que esto iba a ocurrir. ¿Por qué no se diseñó una política ambiental prioritaria? Si no se sabía qué hacer con el agua, ¿por qué no se consultó, por ejemplo, a expertos de Mendoza, una provincia que recibe sólo 200 ml al año y que tiene una histórica experiencia en la racionalización del agua? ¿Por qué no se emprendió la construcción de nuevos embalses? ¿Por qué esperamos que el problema se presente para salir corriendo a buscar cualquier salida o parche? ¿Acaso debemos esperar que se agote el agua para valorarla?
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