11 Agosto 2013
Entre las encuestas que proliferaron durante la última semana en todos los rincones del país en relación a candidatos de todo pelaje y color para ir orejeando el probable resultado de las PASO de este domingo, hubo una que tuvo apenas difusión porque no resultó ser un sondeo de opinión ni marcó preferencias electorales. Sin embargo, sus resultados contantes y sonantes dejaron expuesta la sensibilidad de mucha gente en uno de los temas que más preocupan: el empleo.
El relevamiento del que se habla fue un simple conteo casi artesanal efectuado en la cola de la Iglesia de San Cayetano, que determinó que 64% de quienes allí estaban no fueron a darle gracias al santo, sino a pedirle trabajo. Del 36% restante, 22% fue efectivamente a agradecer, mientras que el otro 14% dijo que fue a solicitar mejores empleos para salir del escalón de la subocupación. Se podrá decir que los que consiguieron trabajo son desagradecidos, pero el resultado dejó otros dos datos no menores: el punteo de casos de este año marcó 2% más de desocupados que el año anterior y determinó que los jóvenes son los que más sufren al respecto.
Aun con condicionamientos de todo tipo (informativos, culturales, educativos y hasta de dependencia económica de los gobiernos), todos los ciudadanos tienen una vez cada dos años la posibilidad de expresarse en las urnas y de arrimarle a la conducción el pensamiento colectivo sobre la situación en que viven. Es lo que la misma clase política que se beneficia con el asunto suele describir como "la fiesta de la democracia" que, como los chicos que salen a divertirse, tendrá en estas PASO una "previa" para ir calentando los motores de octubre.
El problema de la desocupación, la actual o la probable, resulta ser hacia el grueso de la población una parte grave del telón de fondo económico de estas elecciones, que se suma a otra cuestión de gran preocupación colectiva como es la inseguridad. Ambos efectos son casi la última ficha del dominó que viene cayendo cada vez más rápido, a partir de un entramado de problemas económicos que comenzaron como primer motor con los subsidios para mantener las tarifas del transporte y la energía a tiro del bolsillo de la gente, una política necesaria para salir de la crisis, aunque luego distorsionada por la demagogia y con "un poco de inflación", escondida al principio casi divertidamente por el Indec, proceso que luego fue distorsionando poco a poco toda la economía. Hoy los economistas opinan que con una tasa de inflación en franca aceleración es difícil que se pueda crecer a un ritmo sostenible. De las luces amarillas que se vienen encendiendo desde hace tiempo, se está pasando a una serie de luces rojas que han comenzado a titilar, debido a la dinámica que va adquiriendo la seguidilla de piezas que caen en cadena y allí hay que anotar todos los disloques que aportan las políticas seguidas en cuestiones cambiarias, monetarias y fiscales.
Estos tres elementos deteriorados al unísono han llevado a un creciente ahogo impositivo a muchas empresas y personas, que inclusive llegó de modo desmedido a afectar el salario de los trabajadores. Si a esto se le suma la pérdida de reservas, el cepo cambiario y las trabas a las importaciones, derivada a su vez del desmanejo energético que este año llevará la cuenta de pagos al exterior a un valor récord, junto al desprecio por el campo y toda la situación de la deuda impaga, el aislamiento argentino del mundo y la parálisis de inversiones, el panorama no resulta halagüeño para encarar la segunda mitad del período presidencial.
Todo este tan poco sabroso menú de situaciones conflictivas, combinadas con una buena dosis de mala praxis en su resolución, le ponen a las elecciones de ahora y a las de octubre un gran signo de interrogación sobre si se querrán o no resolver los problemas. Como lo ha dicho en más de una ocasión la presidenta de la Nación es "la política" la que guía las decisiones económicas y si bien ella ha hecho algunos gestos de querer poner algún parche más atinado, el Gobierno recurre siempre al mismo libreto de cierre de la economía y de ahogo al sector privado.
Sin ir más lejos, Cristina hizo el martes pasado en la ONU en Nueva York una revelación sobre la globalización que sorprendió: "Somos realmente un mundo global y debo confesarles algo. Desde mi concepción, desde mi cosmovisión, en un primer momento veía esa globalidad casi como una amenaza, pero hoy la veo como una inmensa virtud", señaló. La sorpresa parte de la ingenuidad que expresó a la hora de vincular la globalización con el desarrollo de las comunicaciones y pasar el plumero sobre las telarañas más de 20 años después de que comenzó el proceso: "Por eso creemos que esta universalidad, esta globalización, no es una amenaza", ratificó. En otros temas de técnica económica, que a veces desde el propio Gobierno se demuelen calificándolos peyorativamente de "ortodoxos", a veces hay espacios para el mismo pragmatismo que expresó Cristina, como subir algo las tasas de interés para ayudar a frenar el dólar o firmar el acuerdo que se firmó con Chevron.
Pero cuando se verifican estos "desvíos", inmediatamente se imponen los sectores más duros del kirchnerismo quienes, en su propia ortodoxia, se hacen cruces, denuncian hacia adentro un giro pro-mercado y ratifican el rumbo anterior, el mismo que llevó a todas las distorsiones relatadas. Y como es vox populi que nada ocurre en el Gobierno sin la bendición presidencial, es entonces donde más se notan las contradicciones.
En este aspecto, es habitual que se carguen las tintas sobre algunos funcionarios en particular, Guillermo Moreno, es un blanco fácil. Lo que está claro es que si el funcionario tiene juego es porque se lo escucha y lamentablemente para él el hombre ha tenido poco tino en casi todo lo que encara: en su afán de ayudar a la Presidenta, la ha hundido más de una vez. Hay en los medios y en Internet decenas de epopeyas que ha encarado el pobre Moreno que le han salido de mal para muy mal, otras que están camino al fracaso y otras, como la Supercard, que corre serios riesgos de pincharse.
La más notoria es la del blanqueo, ya que si bien está en curso, es tal la desconfianza que hay en materia de reservas que ni los lavadores han querido traer sus dólares, aunque es verdad que pueden estar esperando a que pasen las primarias para decidirse. El temor es que si los entran al BCRA haya luego nuevas reglas que traben su retiro, debido a la evidente sequía de divisas que padece la economía.
Todo este ruido alrededor del nivel de reservas (caída de U$S 17.000 millones en dos años) hay que ligarlo con la extraordinaria emisión de pesos que se está generando (sube a un ritmo que se aceleró por las elecciones), con ratios cada vez más difíciles de sostener, como si no se tomara en cuenta los antecedentes nefastos que tiene la Argentina al respecto.
No es culpa de Moreno ni de nadie que el precio internacional de la soja se haya venido abajo y que Brasil se haya debilitado, con lo cual 2014 puede ser un año muy duro de transitar. No parece que haya al respecto un plan B, algo difícil de implementar si el plan A tiene tantas grietas y nunca fue explicitado como un todo.
El relevamiento del que se habla fue un simple conteo casi artesanal efectuado en la cola de la Iglesia de San Cayetano, que determinó que 64% de quienes allí estaban no fueron a darle gracias al santo, sino a pedirle trabajo. Del 36% restante, 22% fue efectivamente a agradecer, mientras que el otro 14% dijo que fue a solicitar mejores empleos para salir del escalón de la subocupación. Se podrá decir que los que consiguieron trabajo son desagradecidos, pero el resultado dejó otros dos datos no menores: el punteo de casos de este año marcó 2% más de desocupados que el año anterior y determinó que los jóvenes son los que más sufren al respecto.
Aun con condicionamientos de todo tipo (informativos, culturales, educativos y hasta de dependencia económica de los gobiernos), todos los ciudadanos tienen una vez cada dos años la posibilidad de expresarse en las urnas y de arrimarle a la conducción el pensamiento colectivo sobre la situación en que viven. Es lo que la misma clase política que se beneficia con el asunto suele describir como "la fiesta de la democracia" que, como los chicos que salen a divertirse, tendrá en estas PASO una "previa" para ir calentando los motores de octubre.
El problema de la desocupación, la actual o la probable, resulta ser hacia el grueso de la población una parte grave del telón de fondo económico de estas elecciones, que se suma a otra cuestión de gran preocupación colectiva como es la inseguridad. Ambos efectos son casi la última ficha del dominó que viene cayendo cada vez más rápido, a partir de un entramado de problemas económicos que comenzaron como primer motor con los subsidios para mantener las tarifas del transporte y la energía a tiro del bolsillo de la gente, una política necesaria para salir de la crisis, aunque luego distorsionada por la demagogia y con "un poco de inflación", escondida al principio casi divertidamente por el Indec, proceso que luego fue distorsionando poco a poco toda la economía. Hoy los economistas opinan que con una tasa de inflación en franca aceleración es difícil que se pueda crecer a un ritmo sostenible. De las luces amarillas que se vienen encendiendo desde hace tiempo, se está pasando a una serie de luces rojas que han comenzado a titilar, debido a la dinámica que va adquiriendo la seguidilla de piezas que caen en cadena y allí hay que anotar todos los disloques que aportan las políticas seguidas en cuestiones cambiarias, monetarias y fiscales.
Estos tres elementos deteriorados al unísono han llevado a un creciente ahogo impositivo a muchas empresas y personas, que inclusive llegó de modo desmedido a afectar el salario de los trabajadores. Si a esto se le suma la pérdida de reservas, el cepo cambiario y las trabas a las importaciones, derivada a su vez del desmanejo energético que este año llevará la cuenta de pagos al exterior a un valor récord, junto al desprecio por el campo y toda la situación de la deuda impaga, el aislamiento argentino del mundo y la parálisis de inversiones, el panorama no resulta halagüeño para encarar la segunda mitad del período presidencial.
Todo este tan poco sabroso menú de situaciones conflictivas, combinadas con una buena dosis de mala praxis en su resolución, le ponen a las elecciones de ahora y a las de octubre un gran signo de interrogación sobre si se querrán o no resolver los problemas. Como lo ha dicho en más de una ocasión la presidenta de la Nación es "la política" la que guía las decisiones económicas y si bien ella ha hecho algunos gestos de querer poner algún parche más atinado, el Gobierno recurre siempre al mismo libreto de cierre de la economía y de ahogo al sector privado.
Sin ir más lejos, Cristina hizo el martes pasado en la ONU en Nueva York una revelación sobre la globalización que sorprendió: "Somos realmente un mundo global y debo confesarles algo. Desde mi concepción, desde mi cosmovisión, en un primer momento veía esa globalidad casi como una amenaza, pero hoy la veo como una inmensa virtud", señaló. La sorpresa parte de la ingenuidad que expresó a la hora de vincular la globalización con el desarrollo de las comunicaciones y pasar el plumero sobre las telarañas más de 20 años después de que comenzó el proceso: "Por eso creemos que esta universalidad, esta globalización, no es una amenaza", ratificó. En otros temas de técnica económica, que a veces desde el propio Gobierno se demuelen calificándolos peyorativamente de "ortodoxos", a veces hay espacios para el mismo pragmatismo que expresó Cristina, como subir algo las tasas de interés para ayudar a frenar el dólar o firmar el acuerdo que se firmó con Chevron.
Pero cuando se verifican estos "desvíos", inmediatamente se imponen los sectores más duros del kirchnerismo quienes, en su propia ortodoxia, se hacen cruces, denuncian hacia adentro un giro pro-mercado y ratifican el rumbo anterior, el mismo que llevó a todas las distorsiones relatadas. Y como es vox populi que nada ocurre en el Gobierno sin la bendición presidencial, es entonces donde más se notan las contradicciones.
En este aspecto, es habitual que se carguen las tintas sobre algunos funcionarios en particular, Guillermo Moreno, es un blanco fácil. Lo que está claro es que si el funcionario tiene juego es porque se lo escucha y lamentablemente para él el hombre ha tenido poco tino en casi todo lo que encara: en su afán de ayudar a la Presidenta, la ha hundido más de una vez. Hay en los medios y en Internet decenas de epopeyas que ha encarado el pobre Moreno que le han salido de mal para muy mal, otras que están camino al fracaso y otras, como la Supercard, que corre serios riesgos de pincharse.
La más notoria es la del blanqueo, ya que si bien está en curso, es tal la desconfianza que hay en materia de reservas que ni los lavadores han querido traer sus dólares, aunque es verdad que pueden estar esperando a que pasen las primarias para decidirse. El temor es que si los entran al BCRA haya luego nuevas reglas que traben su retiro, debido a la evidente sequía de divisas que padece la economía.
Todo este ruido alrededor del nivel de reservas (caída de U$S 17.000 millones en dos años) hay que ligarlo con la extraordinaria emisión de pesos que se está generando (sube a un ritmo que se aceleró por las elecciones), con ratios cada vez más difíciles de sostener, como si no se tomara en cuenta los antecedentes nefastos que tiene la Argentina al respecto.
No es culpa de Moreno ni de nadie que el precio internacional de la soja se haya venido abajo y que Brasil se haya debilitado, con lo cual 2014 puede ser un año muy duro de transitar. No parece que haya al respecto un plan B, algo difícil de implementar si el plan A tiene tantas grietas y nunca fue explicitado como un todo.
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