A 47 años del cierre, el ingenio Santa Ana todavía guarda secretos bajo tierra

Un ex operario cuenta cómo soportaron el desalojo. Mediante túneles, burlaban a Gendarmería y hacían llegar comida

EL SAQUEO. Un ex obrero cuenta que el cierre acarreó el desguace: se hicieron ricos con los hierros, asegura.  EL SAQUEO. Un ex obrero cuenta que el cierre acarreó el desguace: "se hicieron ricos con los hierros", asegura.
21 Agosto 2013
Un sueño obstinado martilla la memoria del jubilado Orlando Véliz, de 78 años. El recuerdo lo transporta sin pedirle permiso a ese día nefasto en que se dispuso el cierre definitivo del ingenio Santa Ana. Fue el 22 de agosto de 1966. Un papel escrito a máquina cambiaría para siempre la vida de Véliz, endulzada desde muy joven entre los trapiches de ese gigante que se alimentaba de caña de azúcar. Mediante la Ley 16.926, el entonces presidente de facto Juan Carlos Onganía, había puesto el punto final a su trabajo.

La decadencia de la planta fabril, una de las más grandes de Sudamérica, había comenzado varios años atrás. El llanto lastimero de las sirenas sorprendió a Orlando en el amanecer de un frío día posterior a la firma del decreto presidencial de cierre. En este entonces tenía 31 años y había cumplido 13 de servicio en la fábrica, donde se desempeñó como electricista.

Esa mañana las sirenas no convocaban al trabajo: "se las hizo sonar para alertar a todo el personal y al pueblo de que llegaban los gendarmes a desalojar el ingenio" recuerda Véliz. Los uniformados descendieron con fusiles en mano desde varios camiones, y enseguida rodearon la planta. Recios y con voz firme "invitaron" a los asalariados a abandonar las instalaciones. La intervención, sin embargo, no iba a resultar fácil.

Nadie estaba dispuesto a resignar su fuente de trabajo. La resistencia de obreros y empleados ya se había preparado. "Había muchos trabajadores afuera que, de una u otra manera, fueron ingresando y sumándose a la resistencia. Algunos carpinteros se habían ingeniado e hicieron escopetas de juguete con madera. Tenían el tamaño real y con eso salían de ronda de noche. Era para intimidar un poco", cuenta el jubilado, mientras sus ojos reviven la amargura de esos días.

Un enorme vagón ferroviario había sido atravesado en el portón del acceso principal. Desde el principio, las fuerzas de seguridad evitaron ir al choque con los trabajadores. Apostaron al desgaste del grupo que, aislado y sin alimento, no podía permanecer mucho tiempo dentro de la fábrica. Se pensó también en cortar la electricidad y el agua, pero se desistió en razón de que la medida iba afectar al hospital y la escuela de la zona.

Esperanza subterránea

Los días pasaron y los obreros en ningún momento se mostraron debilitados. ¿Cómo era posible esto? "La gente que vino sencillamente no sabía que el ingenio tenía túneles. A través de estos, con Arístides González y el "Polo" Santillán íbamos y veníamos de casa. Por esas cuevas nos abastecíamos de alimentos y agua" revela Véliz y recuerda que hasta una vaca lograron hacer pasar. "Nadie comprendía cómo era eso de que a veces comíamos asado y todo adentro", prosigue entre risas el hombre, ahora con las penas lavadas por la hazaña. El ingenio tenía túneles que salían desde el interior de la planta y que permitían evacuar los desechos líquidos y el hollín de las calderas. Otros se construyeron en el sector administrativo, conocido como "escritorio". Algunos vestigios de esos "túneles de la resistencia" aún hoy se pueden observar.

A zapatillazos

La resistencia se había hecho larga y Gendarmería anunció el desalojo por la fuerza. Fue entonces, según el relator de esta historia, que todas las esposas salieron a la calle a defender a sus maridos. Al frente de las movilizadas estaba la vecina Argentina Díaz. "Vinieron y quedaron cara a cara con los gendarmes. Se armó una refriega en el intento de hacerlas alejar del lugar. Recuerdo que algunas mujeres los atacaron a zapatillazos. Fue un revuelo tremendo, pero sin víctimas... Y varias regresaron a sus casas descalzas" apunta Véliz.

El cierre del ingenio se concretó irremediablemente. "Vino el arreglo y nos pagaron el 50% de la indemnización. El resto nunca lo vimos. Yo me fui a trabajar en Termas de Reyes, Jujuy. Al año mi suegra me llamó para integrar una sociedad que reflotaría el ingenio. Volvió a moler, pero sobrevivió sólo unos meses" se lamenta. De la estructura del enorme ingenio casi no queda nada. Fue virtualmente saqueado. "Con los hierros hay gente que se hizo millonaria. Y pensar que levantar la fábrica costó vidas..." reflexiona el jubilado.

Véliz asegura que en los sueños que lo atrapan aparecen sus compañeros de trabajo, en plena tarea. También lo transportan a las calles del pueblo en donde está el herrero, preparando las herraduras y los arneses para las mulas que acarreaban la caña. Y al talabartero que trabajaba con el cuero, y los carpinteros que hacían las ruedas de los sulkys, las puertas y ventanas de las casas de las colonias. En ese entonces Santa Ana tenía más de 30.000 habitantes y la mitad tuvo que emigrar al sur a buscar trabajo.

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