Aún pesa el legado de Irak

Taylor Luck, Pat Reber y Clare Byrne, columnistas de DPA.

09 Septiembre 2013
El legado de la Guerra de Irak, liderada por EEUU en 2003, pesa como una losa sobre los planes de Washington de lanzar un ataque punitivo contra Siria. Y ese peso se siente tanto fuera como dentro de casa. El presidente Obama puso empeño en diferenciar entre Irak y Siria para explicar por qué habría que castigar al régimen de Al Assad por "usar" armas químicas contra la población. En 2002, el Congreso respaldó al entonces presidente George W. Bush, alentado por las "pruebas" de que Hussein poseía un gran almacén de armas de destrucción masiva y por el clima de miedo tras el 11-S de 2001. Bush quería cambiar el régimen. 

Una vez más, se pide al Congreso su autorización para un acto de guerra. Pero Obama insiste en que el caso Siria es diferente. "No es un despliegue en tierra. Esto no es Irak", dijo. Esta vez, el objetivo no es un cambio de régimen, ni siquiera la protección de civiles. Sostiene que Washington se limitará a ataques misilísticos entre 30 y 60 días, para minar la capacidad de Al Assad de emplear armas químicas. Pese a lo cauto de la posición, los analistas advierten que Washington entraría en el conflicto sirio sin objetivos definidos ni un seguimiento político que asegure una rápida salida. Esto fue lo que empantanó a EEUU en Irak hace 10 años. 

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