Hace unos días, cuando el gobernador planteó lo del voto castigo para 2015, quizás no cometió un sincericidio. Si las encuestas que, se dice, envía Hugo Haime a la Casa de Gobierno midieron la imagen de los políticos, probablemente se hayan dado con que en el Gran San Miguel de Tucumán no son del gusto de la gente. El informe que realizó Poliarquía Consultores para LA GACETA muestra que ni el propio Alperovich, ni Cano ni Manzur alcanzan el 50% de imagen positiva entre los electores entrevistados en la Capital, Yerba Buena, Tafí Viejo y demás centros urbanos. O sea, el voto castigo no es un voto cautivo, porque en el principal distrito electoral prácticamente se duplica la cifra de imagen negativa respecto a la opinión de los ciudadanos del interior en su conjunto. ¿Y si trató de cazar a los desencantados?

Cuando se les pide a los tucumanos que mencionen qué dirigente local es de su agrado, el 17% responde ninguno.

Según los consultores, esta cifra es similar a la obtenida en la medición sobre el nivel de posicionamiento de los políticos nacionales. En estas tierras, sin embargo, ese porcentaje es superado por algunos pocos puntos.

El rechazo, explican los especialistas, puede tener origen en diferentes causas, como el desinterés por la cosa pública. No se deben descartar la falta de identificación hacia algún dirigente o movimiento partidario; ni el hartazgo que explotó en 2001. Porque, como dijo alguna vez en el recinto de la Legislatura el oficialista Sisto Terán Nougués -ex vicegobernador de Julio Miranda- en aquel entonces se decía que se vayan todos, pero al final no se fue nadie.

Según Poliarquía Consultores, después de Cano y de Alperovich, los tucumanos en condiciones de votar piensan en nadie como su representante. No les viene siquiera un nombre a la cabeza que les guste para votar. Más allá de las cifras estándar y de los motivos, la dirigencia debería preocuparse por estas expresiones democráticas. Y ocuparse de ellas.

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