Por Gustavo Cobos
30 Abril 2014
En los casi 40 días que estuvieron en Argentina, Lahoucine y Zohra Moumni, los padres de Houria, aprendieron a saludar en castellano. Siempre de perfil bajo, casi tímidos, se animaron a cruzar un “hola” con las personas que veían al llegar a la Ciudad Judicial, al comienzo de las audiencias. De origen musulmán, el matrimonio nunca fue demostrativo de su cariño. Incluso cuando Zohra lloró en varias etapas del juicio, ni Lahoucine ni sus hijos Fadil y Majid la abrazaron. Estos dos llegaron a Salta por segunda vez. La primera había sido en agosto de 2011, cuando tuvieron que reconocer el cuerpo vejado de su hermana. “Su cultura es distinta”, explican algunos para justificar su forma de ser. En contrapartida los Bouvier (que se quedarán hasta que haya sentencia), son más enérgicos y demostrativos. Se enojan, ríen y parecieran estar más metidos con el expediente. Pero nunca dejan la educación de lado. O los gestos, como acercarle un pañuelo a un testigo que está llorando. O la mirada fija, durante horas y casi sin parpadear, de la madre de Cassandre a los acusados, tratando de que alguno de ellos se quiebre y le diga, si lo sabe, qué pasó con su hija. A su manera, cada familia busca justicia por Houria y por Cassandre.