Los hijos del rigor son mayoría

“No vaya a ser que nos equivoquemos (al votar) y que se acaben las obras; se acaben las pensiones y las jubilaciones; la Asignación Universal por Hijo; falten los remedios en los hospitales o empiecen a faltar las cooperativas en las comunas”, amenazó sin tapujos el gobernador José Alperovich, micrófono en mano, durante un acto realizado el 29 de septiembre en Monteros.

La advertencia se conoció recién este miércoles, cuando un ciudadano subió a YouTube el video del episodio y luego lo publicó LA GACETA.com.

Las declaraciones de Alperovich, que además fueron ratificadas ayer por él ante la prensa, tuvieron inmediata y explosiva repercusión nacional, empujadas en parte por el escándalo que un par de días antes había protagonizado Alex Freyre.

El militante de derechos humanos porteño, portador de VIH, había sostenido que si en 2015 no ganaba el kirchnerismo podía morir gente por falta de medicamentos contra el sida.

Freyre recibió el repudio generalizado de una sociedad asqueada de las amenazas y las confrontaciones, salvo por el respaldo de un grupo de “talibanes” radicalizados que apoya un “modelo” que hace rato se quedó sin molde.

“Alperovich quiere meter miedo pero no sabe. Si quiere asustar a sus votantes tiene que decir que si pierde el kirchnerismo tendrán que ir a trabajar”, bromeó un lector en los foros del diario. Es que las amenazas del gobernador no califican para ser tomadas en serio y quedarán en la historia como otro de los banquinazos a los que ya nos tiene acostumbrados la oratoria alperovichista. A su mujer, algún día, le harán un monumento en una banquina. No deben negarle ese derecho.

Y no puede ser serio porque ni el gobernador ni ningún otro saben quiénes ganarán las elecciones el año que viene, de modo que menos aún pueden conocer qué medidas se van a tomar. Si al gobierno le preocupara la continuidad de la Asignación Universal por Hijo, por ejemplo, debería convertirla en ley en vez de dejarla supeditada a un decreto oportunista del gobernante de turno.

Se sabe que el que asusta está asustado, una máxima que vale para todos los órdenes de la vida.

Se infieren, por otra parte, dos conclusiones claras en base a las amenazas de Alperovich al votante. Por un lado, que son un reconocimiento tácito de que su poder electoral está cimentado sobre el asistencialismo y el clientelismo extorsivo. “El que no nos vote se quedará sin plata”, dicho en criollo básico. Patoterismo político del más clásico.

Por otro lado, si Alperovich está asustado es porque sabe que el ganado se le está desordenando.

En su exposición del jueves, en el marco del Ciclo de Conferencias de LA GACETA, el politólogo Sergio Berensztein sostuvo que en la Argentina, donde los liderazgos son tan egocéntricos y exacerbados, tan caudillescos e híperpersonalistas, es una constante que los dirigentes una vez que dejan el poder pierden toda capacidad de influencia. A rey muerto, rey puesto. Toda una preocupación para alguien consciente de sus excesos que está pronto a volver al llano.

En una organización republicana donde los poderes están equilibrados y se autoregulan esto no ocurre, porque el sistema sigue funcionando más allá de las personas. En cambio, en las monarquías con poder ilimitado, donde se hace y deshace a piacere del que está en la silla de mando, el que viene siempre arrasa con todo. No sobrevive ninguna política de Estado en regímenes cortoplacistas y personalistas. Yrigoyenismo, peronismo, alfonsinismo, menemismo, kirchnerismo… ¿Macrismo, Massismo, Sciolismo? Ortega, Bussi, Miranda y Alperovich, las últimas cuatro versiones del monarquismo tucumano, que repite irremediablemente, tierra adentro, el sometimiento del centralismo porteño. El obsecuente exige obsecuencia. Como sostiene la psicología, el hijo golpeado no tardará en ser un padre golpeador.

Berensztein explicó que la democracia de baja calidad argentina no es culpa de Cristina ni de Alperovich, tampoco de los que estuvieron antes ni vendrán después, sino de toda una sociedad que no ha sabido construir un sistema político que no dependa de una sola persona con la suma del poder público. Un país edípico que necesita un papá (o una mamá) que le solucione los problemas está condenado a dirigentes autoritarios, mesiánicos y egocéntricos que piensan y deciden por uno.

Es decir, tenemos papás y mamás que amenazan y extorsionan al que hace o piensa distinto, porque los hijos del rigor siguen siendo mayoría.

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