Norah Castaldo, una eterna “mala” de la escena teatral tucumana

Norah Castaldo eligió ser abogada porque en sus épocas no había escuela de teatro; pero lo suyo, sin duda, son las tablas y la gestión cultural

09 Noviembre 2014
Usa poco maquillaje, pero lo suficiente para verse elegante. Luce piezas de joyería contemporánea. Tres anillos (dos en la mano izquierda y uno en la derecha), una pulsera, aros con perlas, y un colgante negro con incrustaciones de plata son los accesorios a tono con su vestimenta. Una chaqueta liviana en colores negro y tostado combina con un sweater bordado. Una mujer con estilo sobrio, pero coqueta hasta en los pequeños detalles. Es fácil encontrar a Norah Castaldo con un cigarrillo rubio en la mano.

“Si supiera cómo dejarlo, ya lo hubiera hecho”, dice mientras presiona el rodillo metálico del encendedor y se infla una pequeña llama en la punta del tabaco. Antes del almuerzo en el restaurante Mora, ella cumple el ritual de los fumadores en La Terraza del hotel Sheraton.

“¿Me saco esta campera o estoy bien así?; ¿qué opinan ustedes?”, pregunta mirando al fotógrafo que dispara el flash a unos seis metros de distancia. De vez en cuando, en un movimiento suave, pasa sus dedos por el cabello rubio que le cae sobre la frente.

“Cuando me llamaron para coordinar el horario de esta entrevista, yo estaba jugando al buraco con mis amigas. Me encanta el buraco. Y la verdad es que no alcancé a preguntar de qué vamos a hablar”, reconoce.

Charlar con Norah Castaldo es una invitación a desplegar una agenda amplia de temas que van desde el teatro hasta la política, pasando por el derecho, la televisión, el radicalismo, la gestión y el presupuesto de Cultura. Es abogada y actriz. Militante radical desde los 16 años, por obra y gracia del histórico referente Carlos Muiño. En 2009 llegó al Congreso de la Nación para completar el mandato de José Ignacio García Hamilton (falleció el 18 de junio de 2009). En septiembre pasado regresó a las tablas, después de cinco años sin pisar un escenario, con la obra Madre Coraje, dirigida por Ricardo Salim.

-¿Te gustó cómo quedó la obra?

- Pasa lo que pasa siempre. Yo hice más de 50 obras, dirigidas por otras personas. Son muy pocas en las veces que podés coincidir ciento por ciento con el director. Siempre tenés alguna diferencia. Yo no hubiera puesto tantos soldados. Ricardo (en referencia al director) lo hizo en función de los cambios escénicos. Pero al final hasta los soldados fueron insuficientes para los cambios escénicos, porque los soldados eran los campesinos y también tenían que entrar los maquinistas. Yo no hubiera puesto tantos, porque es muy difícil hoy, con lo que uno tiene incorporado visualmente de cómo es la guerra, por el cine y la televisión... todo lo que hacés en el escenario parece teatro para chicos. Ves a un señor con un fusil y no le creés que viene de combatir. Entonces, esas cosas, si bien es cierto que hacen más llevadera la obra, a mi personalmente no... Lo que sí Ricardo trabajó bastante fue la adaptación, porque la obra original dura tres horas, y está lo suficiente. Podría haber tenido más el personaje del cura, porque está marcando de alguna manera cómo se ha comportado la Iglesia en los conflictos bélicos a través de los tiempos: ni si, ni no. Pero por la dinámica del espectáculo no quiso ponerle más. Y creo que está bien medida en el sentido del distanciamiento brechtiano, yo creo haberlo logrado. No me he desbordado, porque si yo me pongo en la madre llorosa a la que se le han muerto los chiquitos, eso no es Bertolt Brecht, sería un melodrama o lo que fuere... Aquí la cosa es simbolizar el tema del hijo y la locura de esta mujer por el negocio de la guerra. Volver al escenario a mí me sirvió de terapia personal. Pero he quedado dolida de que esto haya sido tan breve (estuvo en cartelera durante el Septiembre Musical).

Autoridad de madre

Ensaladas en las que predominan el verde y el naranja, gracias a una porción de chauchas y zanahoria rallada eligió en su menú buffet. También incluyó papas, una pequeña porción de carne y una picada de fiambres. Tomó agua mineral sin gas.

Habla con seguridad. Dice las cosas en un tono firme. Las palabras le salen con énfasis. Como si hiciera falta reafirmar aún más sus pensamientos, mueve las manos -de manera inconsciente- en un gesto de mayor afirmación.

A veces estira el brazo hacia el interlocutor para darle una palmada suave a la altura del codo como una madre que le resalta a su hijo lo que está diciendo. Con orgullo lleva 47 años de casada con Arturo Alvarez Sosa (ex secretario de Redacción de LA GACETA). Tuvieron tres hijos, que les regalaron 12 nietos (el mayor, en segundo año de la facultad, y el menor, por entrar a jardín de infantes).

-¿Qué es lo que te hace reír?

En el cine, a la hora de reír soy la que estalla en carcajadas. Y a la hora de llorar también lloro. Soy expresiva, no me contengo. Pero me gusta el humor fino. Me gusta Les Luthiers, me río, aunque ya lo haya visto, aunque sea más de lo mismo, o dado vuelta, me río, me divierto. Pero toda esta baratija que dan por la televisión argentina a mí no me divierte para nada. No la soporto. Tengo rechazo por ese tipo de cosas.

La eterna mala

Admite que en la mayoría de sus actuaciones teatrales le tocó representar personajes “malos”, de carácter. Una vez, uno de sus hijos le preguntó: “¿mamá vos siempre hacés de mala porque tenés voz de mala?”, recuerda. “Yo siempre era prácticamente la bruja”, dice sonriente.

-¿Y por qué creés que siempre hacías de mala?

-No sé. Por las características físicas, por el timbre de voz... soy muy contundente en mis movimientos.Que las manos, que las poses... soy de esa personalidad dura o puedo hacer de tonta total. Lo que nunca hice fue de “damita joven”. Yo nací vieja en el escenario. Es cierto. A mí siempre me ha tocado ese tipo de papeles. De chica era fanática de la danza. Iba a la escuela de Bellas Artes, en Las Heras al 100. La profesora era una excelente persona, pero ella le pedía por favor a mi madre que no me mandara más, porque yo era un desastre. Después, para mantenerme ocupada, me mandaba a la vecina del lado, que era la madre de Julio Ardiles Gray; ella me enseñaba “Declamación” y ahí empecé con los primeros versos. Mi primer enfrentamiento con el público fue a los seis años, en la Casa Histórica. Había un acto importante, venía la ministra de Cultura de la Nación y en el colegio me eligieron para que dijera un verso en esa ceremonia.

El gusto por el teatro lo heredó de su padre. Era un hombre que viajaba mucho a Buenos Aires, donde tenía un departamento, y en cada visita, iba mucho al teatro. En aquellos viajes, a veces, llevaba a sus hijos. El primer viaje con su padre a Buenos Aires Norah no lo olvidaría nunca más, porque fue el día que asumió la presidencia Arturo Frondizi (1 de mayo de 1958).

-¿Por qué estudió Derecho?

-Desde muy chica decía que iba a ser abogada. Si en Tucumán hubiera habido una carrera actoral, directamente no habría estudiado Derecho. Cuando se abrió la escuela de teatro (en 1964), todo un grupo que en ese momento cantábamos en el coro universitario nos inscribimos en la escuela de teatro y empezó el desbande. Sobrevivimos muy pocos, me duele decirlo, Elba Naigeboren, Alicia López Vera, Ricardo Salim, Susana Santos... Mi papá estaba furioso con mi rol en el coro universitario. Decía que yo iba a dejar de estudiar Derecho y estaba en el final de la carrera. Qué es toda esta mariconada, quiénes son estos personajes, decía mi padre, cuando llegaban a mi casa para ensayar en el living. Pero después él no se perdía ni una obra. Era casi el presidente de mi club de admiradores. Me ayudó mucho cuando me quemaron el Teatro de la Paz (en un atentado en 1981 incendiaron el edificio que funcionaba en la calle 9 de Julio al 400).

Fumando espero

Llega el momento del postre, pero ella mira hacia el patio del hotel. “Ustedes vayan a servirse los dulces, mientras yo fumo un cigarrillo”, dice. Sale al aire libre y otra vez se infla una pequeña llama en la punta del cigarrillo. Aspira ansiosa como quien estaba esperando ese momento desde hacía buen rato. Después de unas cuantas pitadas, Norah regresa a la mesa para hablar de la gestión cultural.

-Lo que se hace en Bello Horizonte (Brasil), a través de la Ley de Mecenazgo, es grandioso, en materia de libros, de exposiciones, de música. Te quedás con la boca abierta. Aquí, en Tucumán, la legislación en materia de cultura es pésima. Ahí están todas las leyes que impulsó la ex legisladora Olijela del Valle Rivas después de la creación del Ente de Cultura. Se sancionaron como 10 leyes; el fondo editorial Aconquija, la ley de mecenazgo, la ley de mérito artístico, entre otras. Lo que pasa es que esa legislación traía, por añadidura, como 89 nombramientos, porque el ballet folclórico tenía que tener 30 integrantes, más el director, el subdirector, el inspector de ballet, el sonidista... traía un paquete de nombramientos y ahí quedó todo. La ley es mezquina y el impulso procesal quedaba en manos del empresario y yo no veía a la gente de la Federación Económica de Tucumán (sonríe irónica) haciendo cola para inscribirse y ser mecenas de la cultura. Me parece que debe ser al revés.

-¿Cómo ve el futuro del país?

- Mmm... el futuro... creo que las crisis sirven para dos cosas. O te deprimís, te dejás caer. O hacés explotar la inteligencia, la imaginación y crecés.

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