Kicillof y Máximo, los hombres fuertes del Gobierno

La enfermedad que padece la Presidenta dejó otra vez en evidencia que en el Gobierno no cuenta con Boudou. Un traspié de Daniel Scioli. Por Hugo Grimaldi - Columnista de DyN

09 Noviembre 2014
Que al populismo le interesa poco y nada lo institucional lo acaba de certificar el modo en que el Gobierno viene manejando la crisis de la enfermedad presidencial. Sin Cristina Fernández al comando y más allá de dejar que “el mundo siga andando”, la política en general se ha desentendido de pedir que se apliquen los mecanismos constitucionales de cobertura del puesto: Amado Boudou es mala palabra para todos y prefieren ignorarlo. El artículo 88 de la Constitución reza que “en caso de enfermedad, ausencia de la capital, muerte, renuncia o destitución del Presidente, el Poder Ejecutivo será ejercido por el vicepresidente de la Nación” y si bien el caso no parece ser de enfermedad extrema para aplicarlo, tampoco hubo quien quisiera salir desde el Gobierno a explicar por qué Boudou no es quien va a reemplazar a Cristina en la reunión del G-20 que se hará en Brisbane (Australia) el próximo fin de semana.

Desde la oposición, más preocupada por limarse mutuamente que por poner el acento en este tipo de cuestiones, hubo un llamativo silencio y ni siquiera se planteó algún reparo, como si la consideración que debe generar la enfermedad de un Presidente/a incluyera este tópico tan molesto. En verdad, la vergüenza que produce el vice en el seno del oficialismo es tan grande que todo lo que venga de afuera sólo removería el cuchillo en la herida. Se ha decidido obviarlo y poner al frente de la delegación de la Argentina, para que se codee en una misma mesa con los grandes líderes, al nuevo hombre fuerte del Gobierno, Axel Kicillof.

El mundo de La Cámpora se siente de algún modo gratificado con él, porque si bien viene de afuera ya está mimetizado con la organización que maneja Máximo Kirchner, hoy casi único confidente y asesor en jefe de su madre, la Presidenta. Para seguir con la figura, el hijo presidencial es por estas horas el hombre fuerte en las sombras. “Como no puede ir Máximo por razones obvias, el pibito es garantía; se va a hablar de los buitres”, interpretó una fuente kirchnerista, pero no tan fanática, un legislador que viene del palo peronista, pero que sabe quedar siempre debajo de la mejor sombra. “Era peor explicar por qué no iba Boudou, que anunciar el cambio sin darle más vueltas”, añadió. Y ante una pregunta sobre si la Presidenta siente que su vice la traicionó o si Máximo influye al respecto, el gesto de dedos pasando de derecha a izquierda sobre la boca cerrada por respuesta, resultó más que elocuente.

En relación a Kicillof, el ministro de Economía ya cumplió en la semana un par de tareas protocolares que no son específicas de su área: apareció sentado entre Jorge Capitanich -su teórico jefe- y Diego Bossio en un anuncio que tenía implicancias sociales y que estaba referido a asistencia por las inundaciones y se mostró junto a Florencio Randazzo en los talleres ferroviarios de Victoria y marketineó el uso de los dólares de las reservas. ¿Boudou?, bien gracias.

En cuanto a la enfermedad presidencial, en su afán por naturalizar la situación han sucedido dos o tres cosas que le deberían hacer pensar a más de un gurú de la comunicación y el marketing político del Gobierno la inconveniencia del método seguido esta vez. En primer lugar, con la Presidenta enclaustrada en el cuarto piso del sanatorio Otamendi el país siguió funcionando igual, es decir sin resolver cuestiones concretas, las que más le preocupan al conjunto de la sociedad. No vale la pena volverlas a mencionar, pero seguro que no son ni la Ley de Telecomunicaciones ni el Código Procesal Penal, piezas legislativas que parecen estar dirigidas a acrecentar poder o a cubrir la retirada. Salvo la ausencia de los consabidos dos o tres discursos y videoconferencias semanales que suele hacer Cristina, generalmente bajadas de línea, propaganda política o marcaje de territorio, su ausencia pasó casi inadvertida para el grueso de la población. Hasta la militancia fue excluida del aguante callejero, tal como sucedió meses atrás en otra instancia médica que debió atravesar.

Que se haya sabido, los ministros tampoco fueron visitantes privilegiados de la Presidenta y más allá de lo delicado de la situación se tuvieron que conformar con mirar desde afuera. Para un Gobierno que nunca hizo reuniones de Gabinete y en el que los colaboradores más directos son más subordinados que gestores no es tan rara una situación así. Apenas, la siempre solícita para hacerse notar Débora Giorgi, dijo por radio que Cristina “nos manda indicaciones por mensaje de texto y mail, teniéndonos a todos bien cortitos”, mientras que Randazzo señaló frente a sindicalistas ferroviarios que la Presidenta “me ha pedido que haga este anuncio, hoy, en este encuentro”, en relación al retorno de los trenes a Rosario, Córdoba, Tucumán y La Pampa, como si alguna vez el Estado hubiese perdido esa potestad.

El jefe de Gabinete se transformó en el exegeta número uno de las directrices presidenciales y lo hizo hasta con más violencia que la propia matriz kirchnerista: las sobreactuaciones no parecen su fuerte, ya que en vez de enaltecerlo lo devalúan, para afuera y también para adentro. El debería preguntarle a sus ex pares en el Congreso qué piensan de su involución. Sólo con repasar sus intervenciones públicas de la semana, hay media docena de ítems que lo colocan al tope del ranking de las bajadas de línea, como si fuera el más ultra de los ultras.

Habló en la semana varias veces de los jueces de la Corte pidiendo que no se metan en las competencias del Ejecutivo y metiéndose él mismo por la ventana de sus fallos. Hasta le recomendó al titular de la Corte, Ricardo Lorenzetti, tanto como el Gobierno lo ha hecho siempre con otros que expresan ideas diferentes, que arme un partido para competir electoralmente. Y después, en la Cámara de Diputados, agitó el fantasma de las conspiraciones de las empresas, que el jefe de la AFIP, Ricardo Echegaray, relativizó al instante. Y ni qué decir cuando manifestó que el periodismo que difunda las protestas policiales se convierte en apologista de delitos, en este caso del tan grave de sedición. Un desatino.

Los escuetos partes médicos destinados a no darle demasiada entidad a la enfermedad presidencial, junto a todos esos otros condimentos de lejanía de la población, fueron el necesario pasto para la comidilla de incomprobables supuestos de estados de gravedad más que para la clarificación ciudadana.

En ese sentido, la minoría que siguió estos temas durante la semana tuvo para entretenerse, pero no así quienes trabajan todos los días de sol a sol para reunir un sueldo que les permita llegar a fin de mes o los que para no hacerse mala sangre prefieren ver por televisión las peleas de vedettes o los noviazgos de los políticos o aquellos que quedaron literalmente sumergidos en la provincia de Buenos Aires.

Justamente, la situación de catástrofe que asoló a muchos distritos bonaerenses, desde las inundaciones de casas hasta los campos que de ahora en más producirán mucho menos, mostró la cara más ventajera de la clase política, buscando réditos electorales allí donde se necesitaba acción. Muchas declaraciones que desembocaron en peleas de campaña rozaron lo miserable, más allá de que se notó la falta de infraestructura, la carencia de obras de fondo y una planificación eficiente para atender la catástrofe.

Sin embargo, ninguna de estas carencias, que Daniel Scioli no tendrá más remedio que poner en el debe de su gestión, sobre todo si sigue avalando todo lo que le ha faltado hacer a la Nación en la provincia desde su pretensión de quedar pegado al kirchnerismo, no le hicieron tanto daño al gobernador como la filmación de su presencia al costado de una cancha de futsal vestido de jugador para ir “a saludar”. El denunció que la cámara fue una operación del massismo y puede ser así, pero lo cierto es que un rato antes él estaba con los inundados con cara de preocupación y aún así se dio tiempo para cambiarse y pensar en aflojar tensiones. Suele decirse que a Scioli “no le entran las balas”, pero esta vez le entraron.

Quien buscó un modo de diferenciarse del kirchnerismo de un modo más que contundente fue el senador rionegrino Miguel Pichetto, otro a quien Boudou altera demasiado y lo aguanta por obediencia. En un rapto de “honestidad brutal” el jefe de bloque del Frente para la Victoria más que sorprendió con sus declaraciones públicas sobre la Ley de Telecomunicaciones.

A viva voz, el senador les manifestó a Capitanich, a Julio De Vido y a Norberto Berner, frente a todos en el Senado, su preocupación por la suerte de los pequeños cable operadores locales, les marcó la “conveniencia” de hacer tal vez algún “ajuste” en la futura ley para impedir que los más chicos queden aplastados por el peso de las telefónicas y pidió incorporarle al proyecto del Ejecutivo, que muchos sostienen que junto a la Ley de Hidrocarburos es la “menemización” del kirchnerismo, “alguna cláusula con mirada antimonopólica”. Tres días después se mostró con Scioli en Bariloche.

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