03 Febrero 2015

Carlos Duguech - Analista internacional

Los 5.000 kilómetros de alcance de un misil balístico que ha desarrollado India -ufanándose de ello al sumarse, como consecuencia del logro, a un quinteto de países exclusivo hasta ahora- le permiten suponer que en caso necesario (¿cuándo?) podrá alcanzar Pekín portando nada menos que una cabeza nuclear. India cree sumarse al poderoso quinteto integrado por Reino Unido de Gran Bretaña, Estados Unidos, Francia, China y Rusia. Surge una pregunta casi ingenua si no fuera que tiene un contenido de alta significación: ¿en qué le cambia la vida a cada uno de los 1.241 millones de indios? Se podría afirmar -aun sin conocer sobre la economía de la tierra que contribuyó Gandhi a independizarse del coloniaje inglés- que en nada.

Aunque si tuviéramos en cuenta el valioso trabajo de investigación sobre la India y sus contradicciones (subtítulo del libro de mediados de 2014 “Una gloria incierta”, de los economistas Jean Drèze y Amartya Sen), podríamos concluir en que el misil ralentiza en algo el proceso de desarrollo humano. Recursos volcados a raudales en equipamiento misilístico-nuclear erosionan al presupuesto estatal para fines sociales y de desarrollo de la economía de paz. Baste leer en el libro citado una frase para comprender definitivamente en cuánto afecta la capacidad nuclear -“para dañar a otros”- a los propios habitantes de la democracia más grande del mundo: “¿cómo se explica que mientras la India supera a muchos países en la tasa de crecimiento económico, la calidad de vida desciende por debajo de mucho de los más pobres?”

Tal vez la explicación que se pide esté, precisamente, en esa determinación de afectar parte importante del presupuesto para armas y vectores de capacidad nuclear. Mahatma Gandhi, desde la emblemática figura de hombre delgado, calzando sandalias y vistiéndose con simples envoltorios de tela de algodón, dothi, típico de la India para los hombres, sugiere la respuesta.

La falsa disuasión

Esta no es la primera vez que India prueba un misil balístico con cabeza nuclear. Sólo que ahora logró la meta ansiada: alcanzar los 5.000 kilómetros y de esa manera asegurarse de que tiene capacidad de persuasión hacia China, el país más poblado de la Tierra: 1.441 millones. Ese término, “disuasión”, parece una edulcorada expresión de otro término del gansterismo o de la mafia, cualquiera de ellas: capacidad de doblegar al otro, sin etapas intermedias de discusión o de advertencias reiteradas.

Ningún enfrentamiento nuclear que se produzca podrá paralizarse. La conflagración nuclear general se producirá casi automáticamente y no habrá fuerza humana que la detenga. En medio del incendio y el invierno nuclear, al decir de Carl Sagan (coautor con científicos de todo el mundo del libro “El frío y las tinieblas”, editado hace dos décadas), no se podrá hacer nada. La población se dispersará horrorizada y los sistemas gubernamentales colapsarán junto con los elementales servicios públicos.

Se impone, hoy más que nunca, el desarme nuclear. En esa dirección hace falta que se dispare el misil Gandhi con su carga enorme de humanidad y ejemplo de vida al servicio de la convivencia en la paz. Su legado a casi siete décadas de su asesinato (el 30 de enero de 1948) no sólo es patrimonio de India sino de toda la humanidad, que le reconoce y le honra, admirada por la fuerza de sus convicciones y por sus vivencias auténticas.

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