Por Federico Türpe
07 Febrero 2015
Viene al caso recordar una anécdota, a propósito de que esta semana China ocupó gran parte de la agenda informativa. Lamentablemente, la propia Presidenta se ocupó de que los tratados que se firmaron quedaran en segundo plano, a partir de un desafortunado chiste que publicó en Twitter, burlándose del acento de los chinos que hablan castellano. Broma que no cayó bien en la diplomacia internacional y que repercutió en los titulares de los principales medios del mundo. Otro dislate comunicacional de un gobierno que se autoboicotea obstinadamente.
Vale aclarar, por otra parte, que los acuerdos firmados entre Argentina y el gigante asiático no constituyen un sorpresivo golpe magistral, como se quiere mostrar desde el gobierno, ni tampoco un desesperado manotazo de ahogado, como sostienen desde la oposición. Se trata de una etapa más de un plan de acercamiento estratégico iniciado en el año 2000, durante la presidencia de Fernando de la Rúa y que, raro en este país, ha tenido una saludable continuidad, más allá de las discrepancias que pueda haber en la letra chica.
Aclarado esto, vamos a la anécdota. Contó el sociólogo Atilio Boron, en el programa “La historia en debate” (CN23) que para el bicentenario de la Revolución Francesa invitaron a una delegación de académicos chinos a los festejos en Francia. Cuando les preguntaron cuál es el balance que ellos hacían sobre el papel histórico de la Revolución Francesa, uno de los chinos respondió: “es demasiado pronto para saberlo, pasaron apenas dos siglos”.
A un argentino promedio, enfermo de cortoplacismo, le puede causar gracia esta respuesta, pero el chino respondió muy en serio. Es un pueblo milenario cuya filosofía tiene otro timing. Para ellos la improvisación es una pérdida de tiempo, al contrario que para nosotros, que vemos justamente en la planificación y en la mirada a largo plazo un desperdicio de horas.
Nuestros gobiernos son así porque la mayoría de la sociedad es así. Priorizamos los proyectos que sean más visibles y rápidos, y por ende durarán menos tiempo, y abandonamos las ideas de largo aliento, bien estudiadas, de bases sólidas, pensadas para el beneficio de muchas generaciones, no sólo para la fiesta de aquí y ahora.
Para los chinos, 200 años es poco tiempo para evaluar seriamente un proceso histórico con tantos quiebres de paradigmas, como fue la Revolución Francesa. Nosotros, en cambio, dictamos sentencia minutos después de ocurrido un hecho, o veces incluso mientras está ocurriendo.
Hay leyes, decretos o medidas cuyos impactos no pueden medirse sino hasta muchos años después de implementadas.
Este gobierno que se retira después de 12 años, el de José Alperovich, es un ejemplo de la improvisación llevada a niveles dadaístas. Así, después de que asesinaron a Paulina Lebbos, de la noche a la mañana cambiaron la nocturnidad de toda la provincia, agravando más la inseguridad nocturna, por lo que años más tarde tuvieron que dar marcha atrás.
O como después de la inundación del 10 de enero de 2005, cuando hubo miles de evacuados y $ 2.500 millones de pérdidas, se anunció con bombos y platillos el “Plan Pre-lluvia”. Las crecidas, los anegamientos, los evacuados y los destrozos se repitieron en 2007, 2008, 2009, 2011, 2012, 2013 y ahora, en 2015. En total, se llevan gastados más de $ 200 millones en un plan que, está a la vista, no ha dado resultados y que pese a los reiterados pedidos de la oposición, nunca se explicó dónde y cómo se gastó tanto dinero.
Mientras pueblos, ciudades, rutas y campos se inundan por la falta de obras, por el desmonte descontrolado, por la extracción de áridos y por la urbanización no planificada, el principal reservorio de agua potable, El Cadillal, cada verano alcanza niveles extremos de sequía y su capacidad se reduce año tras año por la colmatación.
Tampoco se entiende cómo la capital y Yerba Buena, dos de las ciudades donde más cuadras se asfaltaron en el país, tengan al mismo tiempo las calles tan destruidas. Ninguna otra urbe argentina, al menos las más importantes, tiene arterias tan deterioradas. Además de que es evidente que se utilizan materiales de mala calidad, el nivel de improvisación y desidia es asombroso. Calles que no llevan una semana de pavimentadas ya son taladradas por las empresas de servicios, públicas y privadas.
Se gastaron casi $ 150 millones -cuando el dólar estaba a 4 pesos- en el nuevo edificio de la Legislatura. Difícil de entender. Es el equivalente a 30 kilómetros de autopista, o a dos diques como Potrero de las Tablas, o un estadio de fútbol para 60.000 espectadores.
Todos los años, cuando llega el verano, decenas de miles de tucumanos se quedan sin agua, o la reciben por goteo. Lo paradójico es que al mismo tiempo abundan las pérdidas de agua potable por todo el Gran Tucumán, además de los derrames cloacales, como consigna el diario todos los días, a partir de los numerosos reclamos de los lectores.
Algo similar ocurre con el servicio de energía eléctrica. De noviembre a marzo se repiten los cortes de luz, cada año más seguidos y prolongados. Ahora son programados, al menos un reconocimiento de que el sistema está colapsado.
Ni hablar de la inseguridad galopante. En diciembre de 2013, cuando la Policía liberó la ciudad a los delincuentes, quedó demostrado que el gobierno ni siquiera supo improvisar, lo que mejor hace. Abundan los ejemplos, pero necesitaríamos un suplemento.
En 20 días el gobernador pronunciará su último discurso de apertura de sesiones en la Legislatura. No le vamos a pedir que haga como los chinos, pero al menos que intente ser autocrítico y explique por qué tantas cosas se hicieron mal o no funcionan. Sería de gran ayuda para que la próxima gestión no empiece todo desde cero, como siempre pasa con cada nuevo gobierno.
Vale aclarar, por otra parte, que los acuerdos firmados entre Argentina y el gigante asiático no constituyen un sorpresivo golpe magistral, como se quiere mostrar desde el gobierno, ni tampoco un desesperado manotazo de ahogado, como sostienen desde la oposición. Se trata de una etapa más de un plan de acercamiento estratégico iniciado en el año 2000, durante la presidencia de Fernando de la Rúa y que, raro en este país, ha tenido una saludable continuidad, más allá de las discrepancias que pueda haber en la letra chica.
Aclarado esto, vamos a la anécdota. Contó el sociólogo Atilio Boron, en el programa “La historia en debate” (CN23) que para el bicentenario de la Revolución Francesa invitaron a una delegación de académicos chinos a los festejos en Francia. Cuando les preguntaron cuál es el balance que ellos hacían sobre el papel histórico de la Revolución Francesa, uno de los chinos respondió: “es demasiado pronto para saberlo, pasaron apenas dos siglos”.
A un argentino promedio, enfermo de cortoplacismo, le puede causar gracia esta respuesta, pero el chino respondió muy en serio. Es un pueblo milenario cuya filosofía tiene otro timing. Para ellos la improvisación es una pérdida de tiempo, al contrario que para nosotros, que vemos justamente en la planificación y en la mirada a largo plazo un desperdicio de horas.
Nuestros gobiernos son así porque la mayoría de la sociedad es así. Priorizamos los proyectos que sean más visibles y rápidos, y por ende durarán menos tiempo, y abandonamos las ideas de largo aliento, bien estudiadas, de bases sólidas, pensadas para el beneficio de muchas generaciones, no sólo para la fiesta de aquí y ahora.
Para los chinos, 200 años es poco tiempo para evaluar seriamente un proceso histórico con tantos quiebres de paradigmas, como fue la Revolución Francesa. Nosotros, en cambio, dictamos sentencia minutos después de ocurrido un hecho, o veces incluso mientras está ocurriendo.
Hay leyes, decretos o medidas cuyos impactos no pueden medirse sino hasta muchos años después de implementadas.
Este gobierno que se retira después de 12 años, el de José Alperovich, es un ejemplo de la improvisación llevada a niveles dadaístas. Así, después de que asesinaron a Paulina Lebbos, de la noche a la mañana cambiaron la nocturnidad de toda la provincia, agravando más la inseguridad nocturna, por lo que años más tarde tuvieron que dar marcha atrás.
O como después de la inundación del 10 de enero de 2005, cuando hubo miles de evacuados y $ 2.500 millones de pérdidas, se anunció con bombos y platillos el “Plan Pre-lluvia”. Las crecidas, los anegamientos, los evacuados y los destrozos se repitieron en 2007, 2008, 2009, 2011, 2012, 2013 y ahora, en 2015. En total, se llevan gastados más de $ 200 millones en un plan que, está a la vista, no ha dado resultados y que pese a los reiterados pedidos de la oposición, nunca se explicó dónde y cómo se gastó tanto dinero.
Mientras pueblos, ciudades, rutas y campos se inundan por la falta de obras, por el desmonte descontrolado, por la extracción de áridos y por la urbanización no planificada, el principal reservorio de agua potable, El Cadillal, cada verano alcanza niveles extremos de sequía y su capacidad se reduce año tras año por la colmatación.
Tampoco se entiende cómo la capital y Yerba Buena, dos de las ciudades donde más cuadras se asfaltaron en el país, tengan al mismo tiempo las calles tan destruidas. Ninguna otra urbe argentina, al menos las más importantes, tiene arterias tan deterioradas. Además de que es evidente que se utilizan materiales de mala calidad, el nivel de improvisación y desidia es asombroso. Calles que no llevan una semana de pavimentadas ya son taladradas por las empresas de servicios, públicas y privadas.
Se gastaron casi $ 150 millones -cuando el dólar estaba a 4 pesos- en el nuevo edificio de la Legislatura. Difícil de entender. Es el equivalente a 30 kilómetros de autopista, o a dos diques como Potrero de las Tablas, o un estadio de fútbol para 60.000 espectadores.
Todos los años, cuando llega el verano, decenas de miles de tucumanos se quedan sin agua, o la reciben por goteo. Lo paradójico es que al mismo tiempo abundan las pérdidas de agua potable por todo el Gran Tucumán, además de los derrames cloacales, como consigna el diario todos los días, a partir de los numerosos reclamos de los lectores.
Algo similar ocurre con el servicio de energía eléctrica. De noviembre a marzo se repiten los cortes de luz, cada año más seguidos y prolongados. Ahora son programados, al menos un reconocimiento de que el sistema está colapsado.
Ni hablar de la inseguridad galopante. En diciembre de 2013, cuando la Policía liberó la ciudad a los delincuentes, quedó demostrado que el gobierno ni siquiera supo improvisar, lo que mejor hace. Abundan los ejemplos, pero necesitaríamos un suplemento.
En 20 días el gobernador pronunciará su último discurso de apertura de sesiones en la Legislatura. No le vamos a pedir que haga como los chinos, pero al menos que intente ser autocrítico y explique por qué tantas cosas se hicieron mal o no funcionan. Sería de gran ayuda para que la próxima gestión no empiece todo desde cero, como siempre pasa con cada nuevo gobierno.
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