02 Abril 2015
CEREMONIA. Zecca le habló a los sacerdotes de toda la provincia. LA GACETA / JORGE OLMOS SGROSSO.
En el inicio de la Semana Santa, el arzobispo de Tucumán, Alfredo Zecca, presidió la misa crismal en la Catedral. Estuvieron presentes el cardenal, Luis Villalba, presbíteros y sacerdotes de todas las diócesis. Esta celebración es diferente a cualquier otra porque a ella asisten sacerdotes de todas las diócesis, quienes renuevan sus promesas sacerdotales después de la homilía. Además, se consagra el Santo Crisma (por eso el nombre de misa crismal) y se bendicen los óleos de los catecúmenos y de los enfermos.
Durante la homilía el arzobispo instó a los sacerdotes a preguntarse a quién le dijeron sí el día que decidieron consagrarle su vida a Dios y a la Iglesia. Destacó la labor de servicio que debe cumplir el sacerdote en su comunidad, pero sin descuidar que su primera misión que es servir y vivir para Dios. "El servicio -dijo- no es una realidad social y funcional, sino sacramental. No hacemos de sacerdotes, somos sacerdotes".
Reflexionó acerca del riesgo de confundir el rol de autoridad que tiene cada sacerdote ante su comunidad. "No recibimos la autoridad del consenso de los hombres, sino de Dios. No debemos caer en la tentación de renunciar al coraje de anunciar la verdad para no perder la simpatía de los hombres y de los otros sacerdotes". Por eso, explicó, la relación entre el religioso y los fieles debe ser de amistad, pero nunca como un miembro más de la comunidad. Finalmente, los llamó a sostener la verdad, a ser honestos con ellos mismos y a corregir con caridad pero con firmeza.
Durante la homilía el arzobispo instó a los sacerdotes a preguntarse a quién le dijeron sí el día que decidieron consagrarle su vida a Dios y a la Iglesia. Destacó la labor de servicio que debe cumplir el sacerdote en su comunidad, pero sin descuidar que su primera misión que es servir y vivir para Dios. "El servicio -dijo- no es una realidad social y funcional, sino sacramental. No hacemos de sacerdotes, somos sacerdotes".
Reflexionó acerca del riesgo de confundir el rol de autoridad que tiene cada sacerdote ante su comunidad. "No recibimos la autoridad del consenso de los hombres, sino de Dios. No debemos caer en la tentación de renunciar al coraje de anunciar la verdad para no perder la simpatía de los hombres y de los otros sacerdotes". Por eso, explicó, la relación entre el religioso y los fieles debe ser de amistad, pero nunca como un miembro más de la comunidad. Finalmente, los llamó a sostener la verdad, a ser honestos con ellos mismos y a corregir con caridad pero con firmeza.
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