Por Gabriela Baigorrí
05 Enero 2016
“Somos personas distintas. Y eso hay que entenderlo; y nadie se debe asustar porque sea así; es lo normal, lo lógico. Yo vine acompañando a José como ministro, como convencional, dos veces como vicegobernador; pero tomo mis decisiones. Cada uno tiene su impronta”. Fue hace exactamente un año. Juan Manzur era entonces ministro de Salud de la Nación y confirmaba tímidamente a este diario que era el dirigente con más posibilidades de ser el candidato a la Gobernación. También se diferenciaba de su ahora antecesor, porque el José al que se refería, claro, no era otro que Alperovich.
Hubo dos objetivos principales durante la campaña con vista a las elecciones de agosto. El primero, humanizar a ese médico de sonrisa congelada. Entonces el doctor Manzur fue Juan a secas y se mostró haciendo lo que muchos tucumanos hacen: oflando un bollo, mezclando una olla sobre un fogón o cosiendo a máquina. El segundo, distinguir al candidato de su otrora compañero de fórmula. En este último punto -y tal como lo había advertido en la declaración de la primera línea de este texto- Manzur se esmeró. Fue tanto el empeño en marcar las disimilitudes que, al menos en estos primeros dos meses de gestión, su Gobierno lejos está de parecer una continuidad del de su antecesor.
Choque de copas, choques de diferencias
Hubo dos brindis del oficialismo durante los últimos días del año electoral. Las mismas sonrisas poco creíbles se vieron en las fotos de ambos acontecimientos. Es vox populi que la dirigencia alperovichista obtuvo algunos espacios, pero no ha tenido lugar hasta ahora en el cerrado círculo manzurista. Ni un centímetro. Los oficialistas intuían que nada sería igual. Pero confiesan ahora, con zozobra, que no esperaban que el deshielo de la gestión anterior fuera tan veloz y mucho menos, tan inmediato. El poder de los otrora ocupantes de la Casa de Gobierno y de muchos de los de la Legislatura pareció deshacerse el mismísimo mediodía de octubre en el que Alperovich dejó el edificio del Poder Ejecutivo. El desagüe, sin embargo, parece no haber alcanzado al hombre que más años -una docena- fue gobernador.
El primer choque de copas fue en Villa 9 de Julio. Los alperovichistas más fuertes de la capital, los acoplados que se mostraron los dientes hace cuatro meses, se reunieron por primera vez para mostrarse con Manzur. La reunión fue tan inédita como tibia. Pensaron que en bloque podrían tener mayor peso, pero apenas obtuvieron una palmada del mandatario y un pedido de apoyo. Muchos se fueron refunfuñando. “Vine porque me pidieron”. “Teníamos que mostrarnos juntos y el PJ, unido”. “Había que hacerlo”. “Nos habla y no nos dice nada”. Algunos se mostraron levemente entusiasmados y otros, que fueron por compromiso.
El segundo brindis, fue en el club Lince. Alperovich fue la figura central y la dirigencia le hizo sentir a Manzur qué tanto extraña a su conductor. Manzur, que ha demostrado no ser ni lerdo ni perezoso, en su discurso se refirió al liderazgo político de Alperovich. El ex gobernador cedió protagonismo, mantuvo su perfil bajo y apuntaló a Manzur.
Ambas situaciones dejaron en claro que si se prometió continuidad política, no se cumplió. Al menos hasta ahora.
Tres anotaciones sobre el estilo
Reacción. La gestión Manzur es veloz. Cualquier hecho o crítica política tiene su réplica oficial a las pocas horas. El timing de la gestión anterior era diferente, bastante más lento.
De la superficie el centro. La forma de construcción política dirigencial parece ser muy distinta en el manzurismo, dado que se basa en un círculo sumamente cerrado. Se han tendido más lazos para el afuera en los dos meses de gestión, que para el interior.
Más política, menos política. Manzur parece, hasta el momento, casi despojado de asuntos políticos. Sólo ha hecho alguna que otra mención sobre el papel de la oposición tras los escandalosos comicios. Desde que fue electo, prácticamente prescindió de abordar alguna controversia. Postura que adoptó, dicen en la Casa de Gobierno, empujado por la necesidad de desarrollar buenas relaciones con la Nación y con su ex rival José Cano. Alperovich, en cambio, no daba puntada sin hilo político.
Ha quedado claro que Manzur y Alperovich son distintos y que cada uno, a la hora de la política, tiene su impronta.
Hubo dos objetivos principales durante la campaña con vista a las elecciones de agosto. El primero, humanizar a ese médico de sonrisa congelada. Entonces el doctor Manzur fue Juan a secas y se mostró haciendo lo que muchos tucumanos hacen: oflando un bollo, mezclando una olla sobre un fogón o cosiendo a máquina. El segundo, distinguir al candidato de su otrora compañero de fórmula. En este último punto -y tal como lo había advertido en la declaración de la primera línea de este texto- Manzur se esmeró. Fue tanto el empeño en marcar las disimilitudes que, al menos en estos primeros dos meses de gestión, su Gobierno lejos está de parecer una continuidad del de su antecesor.
Choque de copas, choques de diferencias
Hubo dos brindis del oficialismo durante los últimos días del año electoral. Las mismas sonrisas poco creíbles se vieron en las fotos de ambos acontecimientos. Es vox populi que la dirigencia alperovichista obtuvo algunos espacios, pero no ha tenido lugar hasta ahora en el cerrado círculo manzurista. Ni un centímetro. Los oficialistas intuían que nada sería igual. Pero confiesan ahora, con zozobra, que no esperaban que el deshielo de la gestión anterior fuera tan veloz y mucho menos, tan inmediato. El poder de los otrora ocupantes de la Casa de Gobierno y de muchos de los de la Legislatura pareció deshacerse el mismísimo mediodía de octubre en el que Alperovich dejó el edificio del Poder Ejecutivo. El desagüe, sin embargo, parece no haber alcanzado al hombre que más años -una docena- fue gobernador.
El primer choque de copas fue en Villa 9 de Julio. Los alperovichistas más fuertes de la capital, los acoplados que se mostraron los dientes hace cuatro meses, se reunieron por primera vez para mostrarse con Manzur. La reunión fue tan inédita como tibia. Pensaron que en bloque podrían tener mayor peso, pero apenas obtuvieron una palmada del mandatario y un pedido de apoyo. Muchos se fueron refunfuñando. “Vine porque me pidieron”. “Teníamos que mostrarnos juntos y el PJ, unido”. “Había que hacerlo”. “Nos habla y no nos dice nada”. Algunos se mostraron levemente entusiasmados y otros, que fueron por compromiso.
El segundo brindis, fue en el club Lince. Alperovich fue la figura central y la dirigencia le hizo sentir a Manzur qué tanto extraña a su conductor. Manzur, que ha demostrado no ser ni lerdo ni perezoso, en su discurso se refirió al liderazgo político de Alperovich. El ex gobernador cedió protagonismo, mantuvo su perfil bajo y apuntaló a Manzur.
Ambas situaciones dejaron en claro que si se prometió continuidad política, no se cumplió. Al menos hasta ahora.
Tres anotaciones sobre el estilo
Reacción. La gestión Manzur es veloz. Cualquier hecho o crítica política tiene su réplica oficial a las pocas horas. El timing de la gestión anterior era diferente, bastante más lento.
De la superficie el centro. La forma de construcción política dirigencial parece ser muy distinta en el manzurismo, dado que se basa en un círculo sumamente cerrado. Se han tendido más lazos para el afuera en los dos meses de gestión, que para el interior.
Más política, menos política. Manzur parece, hasta el momento, casi despojado de asuntos políticos. Sólo ha hecho alguna que otra mención sobre el papel de la oposición tras los escandalosos comicios. Desde que fue electo, prácticamente prescindió de abordar alguna controversia. Postura que adoptó, dicen en la Casa de Gobierno, empujado por la necesidad de desarrollar buenas relaciones con la Nación y con su ex rival José Cano. Alperovich, en cambio, no daba puntada sin hilo político.
Ha quedado claro que Manzur y Alperovich son distintos y que cada uno, a la hora de la política, tiene su impronta.
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