La tarde del domingo 18 de marzo de 2018 ya no podrá ser una más. Nunca más. Esa tarde. Ese día. Todos los que amamos el tenis recordaremos detalles por el resto de nuestras vidas. Dónde, con quién, en el “cumple” de tal, en aquél asado. Cuando en el futuro alguno revolee desde su memoria un “Del Potro ganó en Indian Wells”, ninguno de nosotros estará vacío de recuerdos. Los detalles numéricos dirán presente: 6-4, 6-7 y 7-6 en 2 horas y 41 minutos de juego; los vaivenes anímicos no faltarán: ¡cómo sufrimos en el tiebreak del segundo, y en los tres matchpoint que levantó!; alguien acercará el contexto: una final a Federer, que era N°1 del mundo y que había ganado sus 17 partidos del año; y uno más, dirá desde su incredulidad: ni antes ni después de ese día vi a Roger tan enojado. Y así, desfilarán tantos elementos que hacen (y harán) de este partido uno absolutamente inolvidable.
El triunfo de Juan Martín no sorprende. Es más que eso. Impresiona. Tras su consagración en Acapulco se escribió en este mismo espacio que, durante el bloque Indian Wells-Miami, el tandilense tenía la chance de tatuar para siempre un tramo imborrable de la historia de nuestro tenis. El ambiente lo percibía de forma casi unánime. Por estado propio y por encuadre del momento del circuito. En el tenis profesional no se juega, se compite. Contra otros. Si esos otros están bajos, las posibilidades propias suben. Y si uno está a punto, en pico de condición, esas posibilidades se multiplican. Eso es lo que está ocurriendo.
La combinación del estado físico, mental y técnico de Juan Martín es, por amplio margen, la mejor desde su vuelta tras la última operación de muñeca. El momento actual se diferencia del milagro de 2016 y de la resurrección del segundo semestre 2017. Este tramo de 2018 está lejos de contar con la incredulidad del resto como elemento a considerar. Esta vez todos estaban alerta.
“Delpo” recuperó su revés, exhibido en Indian Wells tal como en 2009. O mejor. “Delpo” luce fino y fuerte, con el andar competitivo exacto, con ritmo de juego y sin exceso de rodaje. “Delpo” brilla con su drive y su servicio, decisivos, desequilibrantes. Y “Delpo” tiene coraje, se sabe valiente, su cabeza ya no le teme a ninguna derrota, ni al dolor, ni al retiro.
En el final del domingo deportivo, la sensación es la misma que al caer la tarde, cuando el drive final de Roger picó largo: ese punto no fue el final de nada. Más bien fue, apenas, el inicio. Porque, no tengan dudas, este año habrá más de “Delpo”. Mucho más.