Margarita Toro habría sido otra víctima de una banda de secuestradores de narcos

Se trataría de un grupo que, de acuerdo a varias fuentes, ya habría cometido al menos tres hechos similares en los últimos seis meses.

VILLA 9 DE JULIO. La calma volvió a la populosa barriada después de varios días de tensión y presencia policial por el secuestro de la matriarca del clan Toro. la gaceta / foto de Osvaldo Ripoll VILLA 9 DE JULIO. La calma volvió a la populosa barriada después de varios días de tensión y presencia policial por el secuestro de la matriarca del clan Toro. la gaceta / foto de Osvaldo Ripoll

La posibilidad de que Margarita Ramona Toro haya sido la nueva víctima de una banda que se podría dedicar a secuestrar tomó fuerza luego de que varias fuentes confirmaran que se habrían producido al menos dos hechos similares en menos de seis meses.

La Justicia Federal, pese al hermetismo que le impuso el fiscal Pablo Camuña, avanza en la investigación de esta línea.

Al igual que la supuesta líder del Clan Toro, un tal “Flaco Claudio”, cabecilla de una organización que se habría dedicado a proveer de drogas a diferentes “quioscos” de toda la provincia, a fines del año pasado fue interceptado en plena calle, llevado a un lugar distante y desde ahí comenzaron a negociar su rescate.

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Pese a que no hay confirmación oficial, puesto que no hubo denuncia formal, fuentes confirmaron que las negociaciones se habían estancado porque los familiares y “soldaditos” del supuesto narco prefirieron salir a buscarlo antes que pagar el rescate.

Los captores, siempre de acuerdo a los datos que se investigan, enterados de lo que estaban haciendo, habrían grabado cuando le arrancaban las uñas de las manos y prometían matarlo. Todo acabó cuando le entregaron $1,5 millón, $500.000 menos de lo que habían pedido originalmente.

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El otro hecho se produjo en marzo pasado, cuando un tal “Señor D”, ex narco que dejó el rubro para dedicarse a un emprendimiento comercial e industrial, también fue secuestrado en plena vía pública (posiblemente en un barrio de Villa 9 de Julio).

En este caso, según confiaron las fuentes, fueron mucho más violentos a la hora de negociar. Se comunicaron con la familia de la víctima y le pidieron $2 millones. Mientras trataban de reunir el dinero, le quemaron un auto y balearon el frente de la casa. Ante tanta presión, sus allegados entregaron $800.000 para que lo dejaran en libertad.

Voceros de la justicia ordinaria confirmaron además que el grupo podría haber estado involucrados en al menos otros dos hechos de similares características ocurridos el año pasado. En ambos casos habrían atrapado a extranjeros que trabajan para proveedores de droga de Bolivia. A cada uno de ellos le habría quitado $1,5 millones a cambio de liberarlos.

Similitudes

Los investigadores encuentran factores comunes en todos los casos. Los secuestros fueron cometidos por un grupo integrado entre tres y cinco hombres fuertemente armados.

Demostraron ser violentos: a Toro la golpearon en la cabeza con las culatas de las pistolas que utilizaron y al “Flaco Claudio” le arrancaron las uñas con herramientas. Se dijo que las agresiones las habrían filmado y enviado a los familiares y allegados a las víctimas para exigir el pago del rescate.

Los secuestrados, de acuerdo a los datos recogidos en la incipiente pesquisa y al testimonio de allegados a la víctima, habrían sido trasladados a diferentes zonas de El Cadillal. Los mantuvieron allí por varias horas -generalmente a la madrugada- pero nunca permanecieron cautivos más de un día. Sin importar la víctima, siempre pidieron $2 millones de rescate, pero hasta ahora, no apareció ningún caso en el que se haya cumplido con esa exigencia.

La banda de acuerdo a los investigadores sería oriunda de El Sifón, pero tendría integrantes de otros sectores de la ciudad. Estarían vinculados a los miembros del Clan Acevedo, pero por cuestiones de parentesco y no como integrantes. Esta situación terminaría confirmando la versión de Gustavo “El Gordo” González quien aseguró no estar involucrado en el secuestro de Toro y de ninguna otra persona.

En una nota exclusiva con LA GACETA, “El Gordo” había confirmado en agosto pasado que él había abandonado El Sifón hace unos 10 años. “Me fui por el tema de la droga. Con mi esposa veíamos venir los problemas y decidimos salir de allí por el bien de nuestros tres hijos. Lo malo es que ese problema se está dando en todos los barrios”, explicó en esos entonces.

“La droga hizo divisiones en todas las familias de Tucumán. Hoy se están enfrentando primos contra primos, hermanos contra hermanos y padres contra hijos”, agregó en esa entrevista. Esas palabras hoy tienen un peso mucho más importante.

La organización estaría liderada por un tal “Pipa” Robles, ex cuñado de Walter “Chichilo” Acevedo. Estaría integrada por al menos otras 10 personas. Por el excesivo número de miembros, los pesquisas estiman que se ven obligados a cometer secuestros seguidos para poder hacerse de más dinero, ya que lo que consiguen no les resulta suficiente.

Territorio narco

“El Sifón” es un humilde caserío cuyos pasillos lo transforman en un laberinto difícil de transitar. Hasta la Policía debe extremar los recursos para poder ingresar al lugar. Allí residiría “Pipa” Robles, sospechado de ser líder de una banda que se dedica al narcomenudeo, en los últimos tiempos se habría volcado al robo de droga para venderla y al secuestro de personas que están asociadas a este delito.

Los investigadores dicen que tiene entre 30 y 35 años y que su casa es la más lujosa del barrio. Algunos señalan que tiene hasta un jacuzzi en el baño privado de su habitación y que le gusta conducir autos VW Bora, si son negros con vidrios polarizados, mucho mejor. Es el hermano de una de las tantas parejas que tuvo Walter “Chichilo” Acevedo, hoy detenido en el penal de Villa Urquiza donde cumple una condena de 18 años por haber cometido diferentes delitos.

Los vecinos que lo conocen aseguran que es el mayor vendedor de “alita de mosca” del lugar. Las fuerzas antinarcóticos lo tenían en su lista de personas a seguir. Sospechaban que vendía droga, pero no podían establecer en dónde la conseguía hasta que se estableció que él y su banda se habrían dedicado a robarles la sustancia a otros “colegas” primero y, endulzado por los ingresos, después se inclinaron por las cargas que llegaban desde el norte. Esa modalidad, que en el mundo del narcotráfico se conoce como “mejicaneada”, rompe con todos los códigos en ese oscuro ambiente y se paga con la muerte.

Crueldad

En “El Sifón” pocos quieren hablar de él. Le tienen terror a él y a su ejército de “soldaditos” que imponen a balazos limpio respeto y silencio. Héctor “Ponja” Robles, hijo de “Chichilo” y sobrino de “Pipa”, fue detenido hace menos de un año después de una cinematográfica persecución en Villa Mariano Moreno. Terminó tras las rejas por los crímenes de otras dos personas conocidas en el bajo mundo.

A Juan Carlos “Porteño” Guevara lo habría asesinado en 2016 porque le cuestionó que vendía drogas en el barrio. Un año más tarde, fue acusado de acabar con la vida de Matías “Geniolcito” Rodríguez. El móvil: su primo, que acababa de salir del penal de Villa Urquiza, habría intentado dedicarse a la venta de drogas en El Barrio.

Los investigadores no pueden determinar aun cuando “Pipa” y su gente decidieron comenzar a secuestrar personas que supuestamente están vinculadas al narcomenudeo, se saben y sorprenden por cómo se especializaron en el tema: tienen personas que hacen tareas de inteligencia para seguir el paso de sus víctimas; poder necesario para conseguir datos clave de los movimientos de las personas a las que la privarán de su libertad y recursos (medios de movilidad, armas y aguantaderos) para concretar sus planes.

Pese a que todo se maneja en silencio para evitar que los casos salgan a la luz, los pesquisas entienden que este grupo puede generar una insospechada escalada de violencia.

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