No hubo lugar para el milagro. El triunfo de Patronato sobre Defensa y Justicia había dejado a San Martín sin margen de error. Justo en las horas previas a un duelo trascendental, el plantel había recibido un golpe casi letal.
Y esa presión de jugar a todo o nada se sintió en el campo de La Ciudadela. Ni ese comienzo arrollador que tuvo el equipo (guapeada de Gonzalo Rodríguez y gol de Luciano Pons, incluida) logró que le cambiara el semblante para poder quebrar a un Boca que expuso toda la jerarquía sobre el terreno de juego.
Así, toda esa presión con la que los jugadores “santos” saltaron al campo, se duplicó cuando Ramón Ábila marcó el 1-1. Ese fue el comienzo del fin de un San Martín que terminó consumando un descenso que no se gestó ni anoche, ni hace un par de partidos en Bolívar y Pellegrini.
Si bien las estadísticas marcarán que fue Boca el que sentenció la suerte del equipo ahora dirigido por Ricardo Caruso Lombardi, la caída a la B Nacional se fue cocinando a fuego lento durante un proceso que nunca tuvo bases sólidas y en el que en más de una oportunidad el equipo dio muestras de flaquezas y de debilidades.
La imagen que San Martín mostró en los primeros 30’ del duelo ante el “Xeneize” nada tienen que ver con la que dejó en la mayoría de los pasajes del torneo. Anoche se plantó ante uno de los mejores de Sudamérica, disputó cada pelota como si fuera la última, se lo llevó por delante a fuerza de coraje y, así, logró ponerse en ventaja.
¿Por qué necesitó estar tan con la soga al cuello para mostrar toda su rebeldía? En ese sentido las desdibujadas imágenes que San Martín mostró con Defensa y Justicia, Godoy Cruz y Belgrano, por citar algunos ejemplos recientes, cobran valor y casi que son el comienzo del fin (más allá que antes de eso ya se habían cometido muchos errores). ¿Se esperó demasiado para dar por terminado el ciclo de Gastón Coyette?
El sí parece ser una respuesta tajante para esta última pregunta. Ahí estuvo una de los grandes errores del proceso; mantener en el cargo a un entrenador que nunca le encontró la vuelta al asunto, que no transmitía nada y que, para colmo, intentaba hacer jugar lindo a un equipo que siempre parecía agua de estanque; que no se rebelaba nunca.
“Tenía poco margen”, dijo Caruso ante las cámaras de TV, con el final ya confirmado. Y sí, este “santo” también se acordó tarde de mostrar esa rebeldía que le permitió dar el golpe en Parque Patricios y poner contra las cuerdas al sub0campeón de América.
Los goles de Emanuel Reynoso (una joyita), Lisandro López y Nahitán Nández decoraron un resultado contundente y que, quizás, no tenga mucho que ver con lo que se vio en cancha. Luego del 2-1 y sabiendo que ese resultado era el golpe de gracia, San Martín casi que bajó los brazos. Reaparecieron los desacoples, resurgieron los interrogantes a la hora de generar fútbol, y la pelota volvió a quemar justo en los pies de los que no debía.
El retroceso en la escala de valores de este fútbol argentino es un golpe difícil de digerir, pero en La Ciudadela deben tomarlo como una enseñanza. De una vez por todas, en Bolívar y Pellegrini deben aprender de los errores; esa será la clave para poder volver rápidamente a los primeros planos y la llave, ahí, para poder afianzarse de una vez por todas. No es cuestión de patear todo el tablero o actuar con el impulso de la bronca acumulada por este nuevo fracaso. Los dirigentes deberán mantener la cabeza fría y saber que este golpe puede ser el inicio de la reconstrucción.
Deberán actuar con la cabeza y, por ahí, dejar de lado el corazón. Por respeto (y agradecimiento) a esos hinchas que nunca dejaron en banda a un equipo que pocas veces les dio alegrías en este año. También por esa gente que se bancó el golpe más duro de los últimos tiempos con la grandeza que pocos muestran: despidiendo con aplausos al equipo, revoleando las camisetas a los cuatro vientos y sin generar los clásicos (y tristes) disturbios que se producen cada vez que un equipo pierde la categoría. Si hay alguien que no merecía este desenlace, es el hincha “santo”.